Today I return to participate in another great prompt from this beautiful community of my friend @wesphilbin. I invite @aguamiel to participate in this nice activity. Here I share this week's invitation, which corresponds to number 8
Hoy vuelvo a participar en otro gran mensaje de esta hermosa comunidad de mi amigo @wesphilbin. Invito a @aguamiel a participar de esta linda actividad. Aquí les comparto la invitación de esta semana, que corresponde a la número 8
La pregunta de esta semana es: Uno de mis dichos favoritos es "No es la situación. Es cómo la manejas". Cuéntenos sobre un momento en el que utilizó su consideración para convertir una situación negativa en un resultado positivo. Si no pudiste hacer las cosas bien... ¿por qué no?
1996 fue un año con mucho movimiento cósmico, que yo recuerde, fueron visibles en el cielo nocturno y a simple vista, dos cometas espectaculares: Hyakutake y Hale-Bopp. Ese año yo tenía un pretendiente que era muy insistente, y quería iniciar un noviazgo conmigo. Él siempre me visitaba, salíamos a pasear, a comer, oíamos música, etc., y una de sus invitaciones fue precisamente a que fuésemos a un sitio descampado, a contemplar uno de estos cometas, no recuerdo cuál de los dos fue, lo que sí sé es que ambos eran espectaculares.
Recuerdo claramente, que él, mi pretendiente, llegó puntualmente a las 7:30 p.m., en su vieja camioneta Toyota, pues él tenía una granja y ese era su vehículo de trabajo. Salí con él y recuerdo que fuimos a comprar unos helados, para luego ir a un sitio solitario, en donde supuestamente veríamos uno de estos cuerpos celestes. Todo era genial, como suele ser cuando estamos iniciando un noviazgo. Llegamos a un lugar despejado, con el suelo nivelado, con poca vegetación, que era un espacio cercano a una urbanización relativamente nueva, que estaba en construcción. Nos bajamos de la camioneta, y comenzamos a observar el cielo nocturno, hasta que ubicamos al cometa, brillante y deslumbrante. Nos abrazamos y estábamos hablando de lo hermoso que se veía y que, aprovechando esa inusual presencia estelar, deberíamos formular un deseo. En eso estábamos, cuando pasó algo increíble, y muy peligroso...
De la oscuridad, desde uno arbustos cercanos, emergieron tres delincuentes, quienes estaban armados y nos apuntaron con dos escopetas. Hoy recuerdo ese momento, y realmente fue algo extraordinariamente estresante, porque estos tres hombres nos gritaban y amenazaban. Inmediatamente tuvimos que colocar nuestras manos detrás de la cabeza, porque nos ordenaron que subiéramos los brazos. Mi pretendiente, tratando de ser lo más calmado posible, les dijo que se llevaran la camioneta y que si querían el dinero que él tenía, que se los entregaba también. Él me dijo en voz muy baja: “No les mires la cara, mira al suelo, y calla”, y eso hice.
Seguidamente le quitaron las llaves de la camioneta a mi acompañante, y nos robaron nuestras pertenencias: La billetera de él y mi bolso con varias cosas, incluyendo las llaves de mi casa. A continuación, nos ordenaron que nos quitásemos los zapatos y los pantalones. En ese momento sentí terror, porque pensé que esos hombres abusarían de mí, aún no sé cómo me descalcé y me desvestí, todo en absoluta calma y en total silencio, aún con los gritos de estos delincuentes sonando en mis oídos. Luego, nos ordenaron que nos hincásemos de rodillas y, de veras, en ese momento sentí que nos ejecutarían, que ese día pasaría de plano, moriría, que tendría mi entrevista con San Pedro; y si ya yo estaba orando y rezando en silencio, en ese momento lo hice con mucha más fuerza. Nos hincamos, mi acompañante lo único que les decía, lo más calmado que podía, era que no nos hicieran nada, que siguieran su camino. Al hincarme ni siquiera sentí las piedras lastimándome las rodillas, no sentía dolor, sólo sentía miedo y rezaba todo lo que sabía, pidiendo a Dios un milagro.
Mientras todo esto pasaba, los tres hombres discutían entre sí sobre lo que harían. No recuerdo exactamente las alternativas que estaban sopesando, yo lo que hacía era rogar a Dios para que no me llevaran con ellos, y que no nos hicieran nada. Luego de unos minutos, nos dijeron que nos quedásemos así, de rodillas, de espaldas a ellos, y que no nos pusiéramos en pie sino luego de mucho tiempo, pues dos de ellos se iban, pero uno se quedaría y nos mataría si nos movíamos. Obviamente era una mentira, no dejarían a uno de ellos atrás, pero eso fue lo que nos dijeron en ese momento. Oímos que corrieron con nuestras cosas, encendieron la camioneta y se marcharon. Afortunadamente el vehículo no tuvo problemas al encender, ni tampoco se apagó, pues por ser una camioneta vieja y que era para trabajar en el campo, solía presentar problemas en el encendido y también se apagaba de vez en cuando estando en plena marcha.
Cuando oímos que la camioneta estaba lejos, corrimos velozmente hacia unas casas que estaban en la distancia, y tocamos en varias de ellas, pidiendo ayuda, hasta que una mujer se apiadó de nosotros, nos abrió la puerta, nos dio pantalones para vestirnos y nos permitió llamar a la policía.
Lo que pasó después es algo que recuerdo de forma caótica. Sé que sufrí una especie de estrés post traumático, porque me obsesioné con cambiar las cerraduras de mi casa, lo que hice al día siguiente, eso me tenía muy angustiada. Y ya que mi pretendiente tenía, en ese entonces, ciertos conocidos en el gobierno regional, él se encargó de hacer la denuncia y todos los trámites correspondientes, yo me mantuve ajena a eso. Lo siguiente que supe, fue que los asaltantes se volcaron al día siguiente con la camioneta, uno de ellos quedó muy mal herido y fue abandonado por sus compañeros. Murió en el hospital. Luego, a los meses, en otro asalto, murieron los otros dos. Justicia divina, supongo. Allí cesó el miedo.
Ahora bien, dando una mirada retrospectiva a esa terrible experiencia, puedo decir lo siguiente: Ese día experimenté la relatividad del tiempo, y esto lo digo, porque supongo que el asalto duraría escasamente 5 o 7 minutos, pero para mí fueron horas, fue como si el tiempo se alargara, se extendiese, e incluso, sentí que todo callaba alrededor, los grillos, las ranas, los animales nocturnos, el viento soplando, todo dejó de oírse para ser ocupado por los gritos de esos asaltantes y las palabras de mi acompañante. Algo más que tengo que decir, y que guarda relación con el tema de esta semana, es que manejé la situación lo mejor que pude. En ningún momento emití una palabra, en ningún momento lloré, (luego sí lo hice, y mucho), me mantuve lo más quieta y calma que pude, confié en las palabras de mi acompañante, aunque sí los miré por un instante, y sus rostros los ví con absoluta claridad aún con la oscuridad, y me los grabé en la memoria, pues si moría, quería saber quiénes serían mis asesinos. Creo que, si no hubiese hecho eso, el resultado habría sido mucho peor, pues estuvimos a un tris de ser ejecutados. Hoy doy gracias a Dios por la fortaleza y el temple que me dio en esos momentos tan peligrosos, y por la infinita misericordia que Él demostró hacia mí ese día.
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