La Habitación de al Lado
Llevaban viviendo allí seis meses. Se las arreglaban para pagar a tiempo y así no tener problemas con los dueños. Christian trabajaba como barista en una cafetería cerca del campus de la universidad, y Maya hacía algunos trabajos de tutoría en la universidad.
Sus ganas de estar juntos los mantenían siempre con las esperanzas altas. Intentaban no darle importancia al detalle más importante de su residencia, porque sabían que no podían costear algo más barato, pero la sensación de desconcierto y oscuridad siempre se sentía cuando atravesaban el pasillo hacia su habitación y pasaban junto a la puerta de la habitación de al lado, una que nunca habían visto abrir desde que se mudaron allí.
Ninguno de los dos decía nada a los dueños. Lo que menos querían era parecer un par de entrometidos husmeando en los asuntos de otros, pero era evidente que algo dentro de esa habitación les producía una sensación de incomodidad. No sabían a qué se debía y no tenían idea de cómo conseguir una respuesta lógica a ello.
Después de un largo día y estar completamente exhaustos por el trabajo, Christian y Maya se fueron a la cama con ganas de obtener un merecido descanso. Desde del momento en que ambos tocaron la cama, Morfeo se apoderó de ellos, sumiéndolos en un sueño reparador, o al menos eso fue lo que Christian pensó.
Debido a su educación católica, Christian siempre tuvo presente que despertar a las 3 de la mañana era un mal augurio. La hora de la burla, la hora en que Satán se mofa de Dios. Él mismo intentaba no creer en esas cosas, pero el lamento ensordecedor que lo despertó esa madrugada, lo hizo mirar la hora de inmediato sin reparos. Las 3:33 a.m. marcaba su teléfono.
Maya seguía en su misma posición. Tal parecía que la chica no había oído lo mismo que su novio. Su rostro permanecía plácido, como si nada la perturbara. Sin embargo, Christian no podía decir lo mismo. Su sueño había sido interrumpido por un llanto de sufrimiento que se transmitía desde el otro lado de la habitación.
Pero tenía que ser una equivocación. En aquel cuarto no había nadie. De eso estaba seguro.
Aun así, y aunque su cerebro estaba completamente alerta a sus supersticiones, se levantó con cuidado de la cama para investigar si lo que había oído era cierto, o tal vez todo había sido obra de una pesadilla.
El frío de las baldosas se le metió por los pies, haciendo que le recorriera un repentino escalofrío por todo el cuerpo. Caminó hacia la puerta y la abrió con sigilo. Salió al oscuro pasillo, donde se encontró con la puerta de al lado entreabierta. El chico frunció el ceño confundido por lo que sus ojos veían. Se suponía que nadie tenía acceso a esa habitación.
Sabía que no debía entrar allí, era una locura hacerlo. Entonces, al tocar el pomo de aquella puerta, el desgarrador lamento volvió a atravesarle los oídos, haciendo que todo el vello de su cuerpo se pusiera de puntas.
Abrió la puerta de madera de un empujón y quedó estupefacto al darse cuenta de que lo único que había en la habitación era una ventana abierta por la que podía entrar la brisa. El resto de la misma estaba completamente vacía; no había cama, ni closet. Ni siquiera había una mesa de noche o algún otro artículo que indicara la presencia de alguien. Su corazón palpitaba de forma incontrolable. El llanto aún en su cabeza le hacía pensar que no lo había soñado, pero no estaba ahora tan seguro.
Miró por última vez aquella habitación solitaria y decidió volver con Maya. Sus pasos lentos los condujeron hasta el cuarto donde se encontraba la mujer que amaba, y, un poco más calmado, regresó a la cama. Maya seguía sumida en su sueño y él agradeció no haberla despertado, hasta que la abrazó, y el frío quemador que emanó de su cuerpo lo paralizó.