Cuando te quedas en silencio bajo un cielo cuajado de estrellas, de esos que se abren como un lienzo infinito tejido con luz de tiempos remotos, algo dentro de uno, sí o sí, se mueve. No es solo susto o curiosidad simple; es como una llamada que viene de súper lejos, ancestral, que te vibra en los rincones más escondidos del alma. Te pones a pensar, ¿qué pintamos nosotros frente a semejante inmensidad? ¿Qué significa realmente estar vivos en un universo que no para de latir, expandirse y cambiar? Y es que estas preguntas no son solo para filósofos o científicos; ¡son para ti y para mí! Te dan justo en el centro, te invitan a verte desde fuera, desde bien arriba, con una perspectiva que deja chiquitas tus rutinas, tus problemas de cada día, lo que sea que te traigas entre manos. La Cosmoconciencia, o simplemente sentirte parte del Cosmos, no es solo una idea rara en la cabeza: es una sacudida por dentro, un despertar que te puede dar la vuelta por completo a cómo entiendes la vida, tu lugar aquí y cómo cuidas de todo lo que existe.

Imagínate por un momento mirando la Tierra desde el espacio. Se ve tan pequeña, tan frágil, dando vueltas despacito mientras millones de personas viven sus vidas, luchan, se quieren, sufren, llegan y se van. En ese instante, ¿verdad que las fronteras se vuelven invisibles? Las diferencias de cultura se diluyen, y esos conflictos que nos parecen enormes pierden un montón de importancia. Lo único que queda es la humanidad entera, compartiendo este mismo hogar cósmico. Y ojo, que esta visión no es solo para astronautas o poetas inspirados; cualquiera puede sentirla si se anima a levantar la mirada, a ver el universo no como algo súper lejano, sino como parte de uno mismo, tal cual. Piénsalo, ¿cómo cambiarían nuestras cabezas si de verdad aceptáramos que no estamos aparte del cosmos, sino que somos, de alguna forma, el propio cosmos dándose cuenta de sí mismo?
Entender nuestro sitio en el universo no es solo flipar con lo inmenso que es el espacio y el tiempo. Es también pillar que cada uno de nosotros está hecho de los mismos átomos que se cocinaron en el corazón de estrellas antiquísimas, que llevamos en el cuerpo la memoria, si quieres, del Big Bang. "Somos polvo estelar consciente", dijo Carl Sagan, y esa frase no es solo bonita: es literal. El hierro de tu sangre viene de supernovas, el calcio de tus huesos se formó en el centro de estrellas gigantes y rojas. No somos extraños en este universo; somos hijos legítimos de su larguísima historia. Entonces, ¿por qué demonios seguimos comportándonos como si no tuviéramos nada que ver con él? ¿Por qué seguimos viendo la naturaleza como algo aparte, como algo que podemos explotar sin más, en lugar de sentirla como nuestro hogar al que hay que cuidar?
Cuando te conectas con algo que te supera – llámale naturaleza, humanidad, universo –, aparecen niveles de sentido que van mucho más allá de simplemente sobrevivir o de conseguir dinero. Sentirte unido a lo universal no solo le hace bien al espíritu, sino que te abre el corazón, te hace más empático. De pronto, ya no es solo "yo y lo mío", sino el bienestar de todos. Deja de importar tanto lo que acumulas para empezar a importar lo que compartimos. Y sí, ¿de qué manera esta conexión nos puede dar un propósito más profundo? Quizás al darnos cuenta de que somos parte de un proceso cósmico gigante, entendemos que la vida no es solo una lista de cosas hechas, sino una oportunidad para aportar algo valioso a un todo que nos trasciende. Viktor Frankl, el psiquiatra, decía que el ser humano busca sentido antes que felicidad, y tal vez ese sentido no está en lo que se va rápido, sino en lo que dura: en que la vida siga, en cuidar lo que sentimos sagrado, en que dependemos unos de otros, de todo.
Pero, ¿cómo le hacemos para sentir esa pertenencia a algo tan grande? ¿Cómo lo aterrizamos en el día a día, en esta sociedad que va a mil por hora, súper individualista, llena de tecnología pero a menudo tan desconectada de lo importante? Pues quizás empezando por parar un poco a mirar. Por mirar las estrellas no como puntitos lejanos, sino como si fueran espejos de nosotros mismos. Por entender que cada cosa que haces aquí, en esta pequeña bolita azul, tiene un eco en la tela del cosmos. Que el agua que bebes, el aire que respiras, la tierra que pisas, ¡están hechos de los mismos ingredientes que forman las galaxias! Cultivar la cosmoconciencia es eso, aprender a ver de otra manera: no solo con los ojos de siempre, sino con esa mirada que te da el espíritu, con el cariño de alguien que sabe que es parte de algo sagrado.

Y si de verdad nos hacemos conscientes de que somos parte de un sistema tan enorme y complejo, ¿no nos sale natural querer cuidar de nuestro planeta? ¿No tendría que ser nuestra ética ambiental una consecuencia directa de entender que no somos dueños de la Tierra, sino invitados temporales en un mundo que tardó miles de millones de años en armarse? Esta crisis ecológica que estamos viviendo no es solo un tema de técnicos o políticos; es, en el fondo, una crisis de cómo vemos las cosas. Se nos ha olvidado que somos naturaleza pensante. Y mientras sigamos viendo a la Tierra como si fuera solo un almacén de recursos, pues seguiremos cavando nuestra propia tumba. Pero si recuperamos ese cable a tierra (literal y figurado), si volvemos a sentirnos parte esencial del ecosistema, entonces sí, podremos volver a darle valor al equilibrio, a hacer las cosas de forma que duren, a vivir en paz con todos los seres vivos.
Así que, ¿cómo impulsamos esa conciencia que abarque a todos, más allá de los países? ¿Cómo creamos una identidad humana compartida donde lo primero sea el bienestar del planeta antes que nuestros propios intereses? Creo que por ahí entra la educación, la forma en que nos comunicamos, el arte, la ciencia. Tenemos que enseñar a los chicos no solo a leer y escribir, sino a levantar la vista al cielo, a escuchar el silencio de la naturaleza, a respetar todas las formas de vida. Necesitamos contarnos historias que nos unan, que celebren que somos diversos pero formamos parte de lo mismo. Es fundamental recordar que los países no son más que líneas pintadas en un mapa, mientras que el clima, el océano, el aire, los animales y plantas, esos no conocen fronteras. Como decía Scott Momaday, un escritor de un pueblo indígena: "Somos tierra y sol, lluvia y viento, hojas y raíces. Somos el canto de los pájaros y el murmullo del río. Somos el universo consciente de sí mismo". ¡Qué potente!
Esta expansión de cómo entendemos las cosas no solo cambia cómo nos relacionamos con el mundo, sino también con nosotros mismos. Cuando integras esa idea de que eres parte del cosmos en tu vida, ¡zas!, puedes encontrar otras maneras de sentirte bien que no tienen nada que ver con tener más cosas. Un bienestar que viene de sentir que tu vida tiene un sentido, que estás conectado, que participas en algo mucho más grande. Un bienestar que no depende solo de cuánto tienes, sino de ser más tú, más consciente, más abierto. Y sí, ¿cómo ayuda la cosmoconciencia a entender el bienestar, incluyendo esas partes más allá de lo material, como lo espiritual? Quizás porque te ayuda a ver que estar bien no es solo estar de buen humor un rato, sino una forma de estar en la vida, una sintonía bonita entre lo que llevas dentro y el universo que te abraza.
Ser parte de un universo que no para de crecer implica aceptar que nada se queda quieto, que todo se mueve, crece, se transforma. Igual que el cosmos se expande, creo que nuestra conciencia también debería hacerlo, nuestra sensibilidad, nuestra capacidad de querer y de actuar con cabeza. Nuestra vida, por cortita que parezca en la escala del cosmos, no es poca cosa precisamente porque participa de ese baile universal. Cada pensamiento, cada palabra que dices, cada cosa que haces, ¡vibra en el mismo tejido del cosmos! ¿Cómo no iba a ser así, si somos, en el fondo, expresiones de ese tejido dándose cuenta de sí mismo?

Entonces, ¿qué significa de verdad estar conscientes en un universo que parece que llegó a "darse cuenta" a través de nosotros? ¿Qué responsabilidad moral nos cae encima al saber que podemos influir, que nuestras decisiones no solo afectan a la gente de al lado, sino al planeta entero y a los que vendrán? ¿Cómo vivimos con esa verdad sin ponernos tristes o pensar que todo da igual? Pues creo que la respuesta pasa por comprometernos, por ser creativos, por echarle valentía. Por tener esa certeza de que, incluso cuando no sabes qué pasará, hay belleza. De que, aunque parezca un caos, hay un orden profundo. De que, incluso en lo más oscuro, siempre hay una luz.
Y con todo esto, uno se queda pensando: ¿Estamos listos para asumir nuestra parte en esta historia cósmica? ¿Podemos imaginar un futuro en el que la humanidad no solo sobreviva, sino que le vaya bien, en armonía con el universo que nos creó? Vamos, detengámoslo a pensarlo unos minutos… ¿Qué tipo de personas necesitamos ser de verdad para, bueno, merecer seguir por aquí, formando parte de este inmenso cuento cósmico? Y no menos importante, ¿qué clase de mundo queremos dejar como legado? No solo para los que vienen detrás, que es lo primero que pensamos, sino quizás, ¿quién sabe?, para esas estrellas lejanas que, a lo mejor, algún día, ellas nos cuenten a nosotros…
¿No te parece una flipada pensar que, siendo tan, pero tan chiquitines en el gran esquema de las cosas, seamos capaces de cosas tan brutales? Que nuestro paso por aquí sea rápido, sí, como un pestañeo cósmico, ¿pero que aun así podamos dejar una huella que dure? O que, aunque cada uno vaya a su aire, seamos como piezas de una conciencia gigante que podría, de verdad, guiarnos hacia un futuro con más cabeza, con más corazón, con más conexión entre todos.
¿Y si el cambio que hace falta, la verdadera revolución, no va de tecnología punta, ni de cómo se mueve el dinero, ni de quién gobierna? ¿Y si es algo mucho más gordo, una revolución a lo cósmico? De esas que empiezan por dentro, ¿sabes? Que te hagan sentir que no estás solo, que no somos los reyes del mambo universal, sino solo una parte más. Y que nuestro curro, si se puede decir así, no es controlar el cotarro, sino quererlo, cuidarlo, y sobre todo, celebrar que estamos aquí.

Piénsalo un segundo… ¿Qué nos pasaría por dentro y por fuera si de verdad entendiéramos que somos como pequeñas ráfagas conscientes de una hoguera cósmica inmensa? ¿Cómo viviríamos el día a día si tuviéramos esa certeza de que cada cosita que hacemos, por pequeña que nos parezca, tiene un eco, resuena en la inmensidad del espacio y a través del tiempo?
¿Hasta dónde crees que seríamos capaces de llegar con nuestra cabeza, con nuestra conciencia, si nos atreviéramos a expandirla para abrazar no solo a la gente que conocemos, ni siquiera solo a nuestra casa, la Tierra, ¿sino el universo entero?
Ven, anímate a participar en la reciente iniciativa de la Comunidad #Holos&Lotus a través del usuario/moderadora @holos-lotus. Les esperamos: @cirangela, @cositav, @atreyuserver y @lauril. Toda la información en el link aquí abajo:
👉Más Allá de Nosotros: Explorando la Conciencia Cósmica y el Bienestar Universal

Portada de la iniciativa
CRÉDITOS:
Imágenes de mi propiedad: I. Atardecer de otoño 2024, II. Asya en la Playa de Odesa-Ucrania 2014, III. Sofía 2008 Venezuela, IV. Matthew verano 2023.
Dedicado a todos aquellos que, día a día, hacen del mundo un lugar mejor.


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