Recorro el precipicio de los pensamientos inútiles, me permito sentir los angustiantes instantes que te corrí de mi vida, todavía me pregunto si lo hice bien, si valió la pena esta lucha incesante por ser perfecta para todos.
Miro los momentos, las lagrimas ocultas y el desamor que lo arrugaba todo. Claro que valió la pena alejar el dolor que no me dejaba respirar libremente.
Estaba llena de peros y esperas, estaba llena del tal vez y después, estaba llena de quizás y puede ser.
Eran días que no quisiera recordar otra vez, pero me obligo a mirar las palabras que quisiera sacar que no dije aquella vez.
Parecen retorcerse entre las viceras caídas y los amargos recuerdos de los momentos sufridos. Busco el apoyo entre los escombros matrimoniales, entre las fotografías olvidadas y ya no sufro los continuos ataques de la mente.
No estoy loca, estoy sacando las palabras que olvide decirle y que nunca le diré. Los pecados fueron olvidados y superados en un continuo trabajar y orar para autoperdonarme por los errores cometidos. Simplemente era natural equivocarse y volver a empezar.
Caprichos del momento, tentación envolvente, necesidades básicas y falta de pasar la piel por el cuerpo. Era natural tocar donde pocos han visitado. Era natural encontrar el rumbo del dominio y no necesitar de nadie.
Cada uno por su lado y al mismo tiempo tirando de la misma cuerda de separación rutinaria. Rebuscar nuevas esquinas y amigos para no coincidir en espacios. Descubrir que el mundo no se acaba, el que se acaba es uno metido entre paredes muy altas.
Estamos hechos de amor y siempre a la final parece que es lo único que tiene sentido. Cuanto recorrido aprendido, cuanto sacar pedazos del alma para rehacerlos otras vez sin hacer sentir mal a las personas a tu alrededor.
Soy un rumbo perdido entre palabras que me recuerdan cada día lo bueno que a veces tenemos adentro, que tenemos la capacidad de contar historias de luz, de hacer sonreír con creativas salidas inesperadas, de caminar a través de esta pantalla y traspasar los países del mundo, visitando cada puerta azul de lo desconocido.
He tratado de tocarme la punta de los pies tirada en el piso, para luego no encontrar como carrizo levantarme otra vez. Porque el tiempo ha pasado y cada vez se hace más calambroso y difícil el llegar a las puntas, pero uno lo intenta.
Ya no somos las olvidadas viejas oxidadas, tiernas de cristal y no me toques. Ahora caminamos en armonía con la naturaleza, marcamos nuestros pasos y vamos dejando más que huellas.
