Un Logo, un Alma [Also in English]

in Literatos2 days ago

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Era un diseñador con una nevera vacía, y no era una metáfora: la puerta oxidada de su refrigerador al abrirse dejaba escapar un olor a nada, de esos que llegan hasta el medio de la frente. La soledad, gris y nostálgica, estaba adherida a las paredes. Y aunque su cuenta bancaria había pactado con el olvido, lo que le dolía no eran los números rojos, sino el corazón sin ocupante. Pensaba en ella, la chica del pan de ajonjolí, con su cabello de rayos de sol y su aroma a hogar ajeno.

Hacía más de quince días que ningún cliente tocaba su puerta digital. Ni un correo, ni un mensaje, ni siquiera llegaba un spam. Como quien elige cortarse el cabello tras una ruptura, decidió rehacerse. Sentado frente a su laptop, la única que le había sido fiel. Pensó que quizá lo que necesitaba era empezar por su logo, esa mancha obsoleta que arrastraba desde que se estrenó como diseñador.

Desarmó su viejo logo como forense con un cadáver buscando pistas. Tipografía por tipografía, trazo por trazo. Todo parecía una mala decisión de juventud. Pensó en fuego. Las películas del momento, Superman y Misión Imposible, todas lucían colores vivos, devastadores. ¿Por qué no encender su propia chispa? El rojo, el naranja, el amarillo... Se vería moderno, atrevido. Sería el ave fénix.

Pero, la creatividad se escondía. Bruto, se lanzaba contra el lienzo en blanco, y este lo rechazaba. Y cuando el hambre comenzó una ópera en sol menor, pensó que quizá la inspiración estaría en las tripas.
La inicial de su nombre comenzó a emerger entre líneas rotas y curvas. La nueva imagen, iba formándose sin permiso ni orden. Empezó a sentir un escalofrío. No porque algo se moviera en la habitación, aunque el aire se volvió casi sólido, sino porque lo que estaba naciendo en pantalla no era suyo.

Los trazos tomaban forma como si una mano ajena usara el mouse. La letra se alzaba, era su inicial, sí, pero como una mandíbula. Los vértices parecían garras y el rojo, no era un rojo cualquiera. Era de color de vísceras, húmedo. El naranja latía. Y el amarillo, era fiebre.

Intentó deshacer, borrar. No funcionó. La laptop comenzó a toser y el logo parpadeó. Él echó para atrás su silla gamer y el monitor no le devolvió su reflejo. El logo crecía, hasta llenar la pantalla.
El cuarto se oscureció, pero no por falta de luz. No estaba en Venezuela, ni en España. Era otra oscuridad. Un olor a cable quemado llenó la habitación. Entonces, la laptop se apagó con un clic seco. Silencio.

Cuando se atrevió a tocar el teclado, la pantalla volvió a encenderse y el logo estaba allí, pero ahora tenía una textura. Piel digital.

Minutos después, comenzaron a llegar mensajes. Correos de clientes que lo habían olvidado, solicitudes, propuestas. Su página web estaba recibiendo visitas como nunca antes. Sus billeteras digitales se inflaban y la bancaria no se quedaba atrás. Todo era hermoso y potente.

Pasaron los días, las semanas. El éxito mandaba. Lo llamaban de agencias, de revistas, de todos lados. Todos querían su estilo, su nueva marca. Nadie sabía que ese diseño no lo había hecho él, sino algo que despertó en el hambre justa.

Pasaron los meses, y el logo seguía allí, presente. En su espejo, en su taza, en sus sueños. No sabía si era suyo o si más bien él le pertenecía.

Cuando vendes tu identidad, no te dan dinero, sino que te quitan el alma.

Todos los Derechos Reservados. © Copyright 2021-2025 Germán Andrade G.

Todas las imágenes fueron editadas usando CANVA Pro.

Es mi responsabilidad compartir con ustedes que, como hispanohablante, he tenido que recurrir al traductor Deepl para poder llevar mi contenido original en español al idioma inglés. También, hago constar que he utilizado la herramienta de revisión gramatical Grammarly.

Caracas, 16 de mayo del 2025

English

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He was a designer with an empty fridge, which wasn’t a metaphor. When opened, the rusted door let out the kind of smellless void that hit you right in the forehead. Loneliness, gray and nostalgic, clung to the walls like stubborn mold. And though his bank account had made a pact with oblivion, what truly hurt wasn’t the red numbers, but the vacancy in his heart. He kept thinking about her—the sesame bun girl—with hair like sunbeams and a scent that reminded him of someone else’s home.

It had been over fifteen days since a single client knocked on his digital door. No emails, no messages—not even a spam. Like someone who decides to get a haircut after a breakup, he chose to remake himself. Sitting in front of his laptop, the only one that had remained loyal, he figured maybe it was time to start with his logo, that outdated stain he’d dragged along since his debut as a designer.

He tore apart his old logo like a coroner examining a corpse, searching for clues. Typeface by typeface, stroke by stroke. Everything looked like a poor decision from his youth. He thought of fire. The movie posters of the moment, Superman, Mission: Impossible, all flaunted fierce, blazing colors. Why not ignite his spark? Red, orange, yellow… it would look bold, modern. A phoenix reborn.

But creativity was hiding. Clumsily, he threw himself at the blank canvas, which promptly rejected him. And when hunger began an opera in G minor deep in his belly, he wondered if maybe inspiration lay in his gut.

Then, the first letter of his name began to emerge between broken lines and scattered curves. The new image was forming, without permission or order. A chill crawled down his spine. Not because something moved in the room, though the air had become almost solid, but because what was appearing on screen wasn’t his.

The strokes were shaping themselves, as if guided by someone else’s hand on the mouse. The letter rose, it was his initial, yes, but shaped like a jawbone. The corners looked like claws, and the red… it wasn’t any ordinary red. It was the color of viscera—wet and raw. The orange pulsed. And the yellow... was fever.

He tried to undo, to erase. Nothing worked. The laptop began to cough, and the logo flickered. He pushed back in his gamer chair, but the monitor no longer reflected his face. The logo expanded, filling the screen.

The room darkened, but not from a power outage. He wasn’t in Venezuela, or Spain, or anywhere familiar. It was a different kind of darkness. The scent of burned wires flooded the space. Then, the laptop shut off with a dry click. Silence.

When he dared to touch the keyboard again, the screen turned back on—and the logo was still there. But now, it had texture. Digital skin.

Minutes later, messages began to pour in. Emails from forgotten clients, requests, proposals. His website traffic skyrocketed. His digital wallets fattened, and even his bank account followed suit. Everything was beautiful. Powerful.

Days passed. Then weeks. Success reigned. Agencies, magazines, everyone was calling. Everyone wanted his style, his brand. No one knew that the design wasn’t his, but something born from just the right amount of hunger.

Months went by, and the logo remained ever-present. In his mirror. On his mug. In his dreams. He no longer knew if it belonged to him… or if he now belonged to it.

When you sell your identity, they don’t pay you in money. They take your soul.

All rights reserved. © Copyright 2021-2025 Germán Andrade G.

All images were edited using CANVA Pro.

Caracas, May 16, 2025

It is my responsibility to share with you that, as a Spanish speaker, I have had to resort to the translator Deepl to translate my original Spanish content into English. I also state that I have used the grammar-checking tool Grammarly.

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Tienes razón, pierdes el alma cuando dejas de ser tú y cuando tu identidad se diluye y desaparece en el ámbito de la necesidad, y te vendes por dinero, para cubrir las necesidades de la vida.
Imagino que además de la pérdida del alma, viene el enorme cargo de consciencia, de sentirse, por un lado, tranquilo, por tener tranquilidad económica, y por el otro extraviado, por haberse perdido a uno mismo.
Me gustó mucho el texto.


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Este hijo mío nació a las pocas horas de haber terminado el AMA del jueves 15 de mayo en el servidor de Ecency, donde se habló sobre el SPAM. Estando con la mirada clavada en el techo buscando señal para poder hacer un logo, me llamó una amiga para contarme que su diseñador le estaba pidiendo más dinero por un logo que ya le había creado, entregado y cobrado. El tipo alegaba que ese logo seguía siendo de su propiedad.

Perturbado por la cantidad de personas de malas costumbres que son capaces de cualquier cosa con tal de obtener un beneficio económico o incluso emocional, el logo apareció en mi mente desequilibrada. Pero no venía solo. Junto con él llegaron las palabras y emergió esta historia de esas que me encantan contar.

Disfruté mucho escribiendo la historia y creando el logo, que es la letra G.

¡Qué bueno que te gustó! Mil gracias por tu visita y tu comentario.

Un abrazo virtual desde este lado del planeta.

Interesante historia, y que pasó, no cedió el logo.... no quiso venderlo... y ahora??

Cuando pierdes el alma por necesidad, lo pierdes todo y no hay dinero o riqueza en el mundo que te haga feliz porque ya no eres tú. Gracias por la visita.