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«Pero la mala suerte que se puede tener no puede ser normal»
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Un joven que trabajaba a tiempo completo en un restaurante de comida italiana experimento la desgracia de forma inesperada...
El chico llegó a su turno de forma puntual, no hubo ninguna novedad de sumo interés en su trabajo hasta que le tocó laborar como mesero: fregó los trastes y limpio las mesas justo antes de llegaran los clientes; Pero estos le fueron su mayor problema.
A las 10:09Am, el local se llenó por completo: Todas las mesas fueron ocupadas por hombres de negocios con portafolios, sujetos prepotentes con títulos importantes en la sociedad por pertenecer a una gran empresa y gastar el dinero que ganan como si fuera papel higiénico.
Esos sujetos se reían y conversaban entre ellos como en un almuerzo familiar: Esos tiburones con trajes finos comían como cerdos de chiquero, Se atiborraban con pasta y filetes de buena calidad mientras que una insignificante mosca aleteaba con desmoralización a su alrededor.
Como el único mesero del restaurante, Franklin dio su mayor esfuerzo en ser tan cordial y eficiente como siempre...
Atender más de 10 mesas a la vez no era tarea fácil, y atender 16 le era un nuevo nivel de dificultad desconocido para su experimentada práctica...
Todas las personas en su contorno conversaban al mismo tiempo, el ruido que entraba por sus oídos dificultaba su concentración. Esos empresarios alzaban las manos para pedir su orden y desorientar al joven.
Trató de mantener el ritmo: cada pedido lo anotaba en su libreta con suma rapidez, se movilizaba por el local de un lado a otro sin recuperar el aliento, respondía a los llamados de los clientes en otras mesas al instante; No obstante, llegó a un punto en el que hacer esas cosas a la vez le fue demasiado para su cuerpo y mente.
FuenteSu habilidad en el trabajo empezó a declinar.
Franklin escribía garabatos en su libreta a toda velocidad: Su letra comenzaba a parecerse a la de un estudiante de medicina cursando el postgrado.
Ya no reconocía de quien provenían las voces de los clientes entre todo el ruido envuelto en su entorno.
Todo a su alrededor se volvió un caos insoportable, Franklin cargaba platos de comida de un lado a otro siguiendo la voz de los pedidos. De un segundo a otro tomaba las órdenes de las mesas para luego irse a limpiar las mesas que se hallaban desocupadas, atendía a los clientes respondiendo las preguntas que tenían sobre el Manú, entre otros favores.
Diferentes voces le gritaban para exigirle un buen servicio, Ya no era capaz de mantener el ritmo, había llegado a su límite.
Y para agravar aún más su apuro, Recibió un llamado peculiar en medio de la exhaustiva labor.
— ¡Muchacho!, puedes venir aquí un segundo. – le dijo una señora desde la lejanía.
Ella le abanicó la mano para llamar su atención.
En medio del salón comedor y del tormento de clientes exigentes, La regente del local solicitó la inmediata asistencia del mesero: Franklin se paralizó al momento tendiendo en sus manos unos delicados platillos; Ya que ese era un acto inusual.
Su jefa nunca le había llamado la atención mientras laboraba como mesero, por lo que asumió que debía tratarse de un tema serio de suma importancia; con el corazón en la garganta, teniendo las manos ocupadas, se acercó al mostrador cerca de la salida del local para averiguar a qué se debía el llamado.
Esta se veía más amargada de lo normal: Tenía una expresión en su rostro que el muchacho no lograba identificar; ¿Habrá sido disgusto o molestia?
Sin importar la forma en la que se sintiera, el muchacho se notó acongojado al saber la razón por la cual fue citado.
— Anotaste mal está cuenta. – le dijo ella muy impasible con un serio disgusto.
En lo que oyó esa oración, El joven mesero se estremeció: Su corazón retumbó, sintió como agua fría se escurría por su interior; Sus manos ocupadas temblaron hasta derramar un poco de la comida que llevaba en el suelo; Unos fideos se escurrieron en el movimiento brusco y cayeron en el piso sin que el pobre joven se percatarse del hecho.
No podía creer lo que había escuchado; pero su supervisora le recalcó la dura realidad al explicarle esa terrible equivocación.
—Así es, estaba revisando los pedidos y me di cuenta de que cometiste un error. No tomaste en cuenta las bebidas de la mesa 4. Por lo que no se las cobramos y bebieron gratis gracias a ti. – le dijo al muchacho frente a ella mientras observaba la factura que sostenía en su mano.
fuenteEntre tantos clientes que atendió a lo largo de su turno, Franklin no era capaz de precisar a las personas a las cuales les sirvió esas bebidas: Su mente se quedó en blanco tras la noticia, era un hecho que no hizo más que dejarlo perplejo; puesto que el mesero había cometido una torpe equivocación que perjudicó al local que representaba como trabajador.
Se sintió humillado...
Después de ya 2 meses de eficiencia y esfuerzo...
Un simple error ocasionado en medio de una estresante tormenta definió quien era a los ojos de la sociedad:
Un inadaptado incompetente.
El joven temió que esa simple gota derramase el vaso de cristal: y que su torpeza no tendría lugar en ese local; pero en vez de escuchar esas temibles palabras, oyó unas más siniestras para un empleado a tiempo parcial.
—Tendré que descontar el costo de esas bebidas de tu salario. – Le dijo ella con frialdad.
Como era de esperarse, el joven empleado se pasmó al instante: El solo hecho de pesar en que le disminuirán el sueldo a forma de castigo le erizó la piel; Ya que el tiempo y esfuerzo sacrificado no le valían un mal pago.
Por lo que reaccionó de mala manera mientras cargaba con los platillos en sus manos.
Se sobresaltó ante el nerviosismo que lo invadía e hizo que su mente maquinase una inmediata solución para remediar su incompetencia.
Al oír su propuesta, su jefa bajo el recibo que alzaba para colocarse la mano en la cintura: Le lanzó una mirada indiferente al muchacho para luego soltarle un reclamo de razón.
— ¿Cual malentendido? Cometiste un simple error. No tienes forma de negarlo. Además, esos clientes se fueron de aquí hace 30 minutos.
— Mejor vuelve al trabajo antes de vuelva a considerar echarte por la puerta. – le dijo con cierto grado de hostilidad.
Lo hecho, hecho estaba...
Las acciones y las impresiones son las que definen a los niños pobres.
No había nada que pudiera hacer para remediar ese accidente, No tenía otra alternativa más que aceptar el castigo impuesto; Pero no podía tolerarlo o sobrellevarlo con una cara indiferente.
Sus ánimos cayeron al suelo y se encontró decaído en medio del trabajo.
Nada de lo que hiciera o dijera en su turno de ese momento en adelante valdría la pena: en lo que procesó esa idea, el peso del mundo le cayó encima para golpearlo en la cabeza; La realidad era insostenible, solo aplasta a todo quién intenté levantarla.
Mientras que el joven y estupefacto mesero se hallaba inmerso en sus delirantes pensamientos, a sus espaldas escucho el llamado al imperativo deber.
— ¡Oye, mesero, llevo horas esperando mi comida, seguramente ya debe estar fría! – le dijeron desde la lejanía.
Uno de los clientes de una de las mesas citó al mesero: Lo llamó desde lo lejos para que volviera al trabajo; ya que por casualidad, los platillos que llevaba consigo el joven eran para la mesa en la que yacía.
Cuando la mente de Franklin volvió a tocar la superficie de la tierra: De mala manera se dispuso a continuar marchando por el adverso camino infinito; Pero al dar un paso...
El mundo le dio una vuelta muy radical.
Al pisar los espaguetis que se le cayeron al suelo, se tropezó, el muchacho casi cayó al suelo; pero mantuvo el equilibrio al afincar sus pies en el suelo.
Por suerte, no resultó herido: Sin embargo, para su desgracia...
Los platillos que traía consigo se le resbalaron de las manos.
—[¡¡Trashk!!]
El ruido de los platos rompiéndose al colisionar contra la superficie del suelo hizo eco en todo el restaurante, todos los clientes se callaron al instante para desviar la vista a la causa del escándalo; lo que todos vieron fue al joven mesero con los zapatos cubiertos de salsa marinada, en frente de una gran mancha de pasta boloñesa.
Franklin se quedó paralizado en el acto divisando la comida en el piso...
Todo ese desastre sucedió tan rápido que se había vuelto una desgracia.
A forma de burla, todos los clientes en el local comenzaron a aplaudirle como si mereciera una ovación por su torpeza.
— Jajaja, bien hecho mesero. – dijo un hombre carcajeándose.
Todos esos respetados trabajadores, esos empresarios a los cuales atendió con cordialidad se reían de él como si fuese un bufón.
— ¡Bravo! – dijo un descarado.
Eran como niños de secundaria disfrazados con trajes elegantes, se comportaban como animales: Esos sujetos incivilizados y descerebrados no dejaban de aplaudir o de reír.
— Excelente servicio al piso, hahaha. – dijo un hombre burlón.
Nadie sentía lástima por el pobre mesero...
Lo despreciaban y ridiculizaban como si fuera un payaso.
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