La infancia es una etapa fundamental en el desarrollo del ser humano, en ella se forman las bases de nuestra personalidad, creencias y relaciones futuras, por tanto cada experiencia vivida, durante esta etapa pueden dejar cicatrices profundas que afectan nuestra vida adulta de maneras significativas, por lo que es de vital importancia gestionar por parte de los adultos cualquier herida que pueda afectar a un niño emocionalmente.
Las heridas de la infancia pueden manifestarse en diversas formas, desde ansiedad y problemas de autoestima hasta dificultades en las relaciones interpersonales. Por lo tanto, sanar estas heridas es crucial para alcanzar una vida plena y saludable, a esto se le agrega que la sociedad actual no establece los parámetros adecuados para criar lo que dificulta ciertas cosas en el desarrollo de nuestros chamos.
Cuando hablamos de heridas de la infancia, nos referimos a situaciones como el abuso emocional, físico o sexual, el abandono, la negligencia, la sobreprotección o incluso pequeñas violencias cotidianas que, aunque puedan parecer inofensivas, tienen un impacto acumulativo, todo esto se ha intensificado con el pasar de los años y dado el desequilibrio familiar actual superarlas se vuelve cada vez más difícil.
Las malas experiencias vividas en la infancia pueden condicionar nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás, provocando situaciones futuras que nos mitiguen de una adultez sana.
Soltando Cadenas
Soltar aquello que nos lastima es indudablemente difícil, ya que las heridas infantiles pueden influir en nuestra forma de manejar el estrés y las emociones y al no haber aprendido a gestionar adecuadamente nuestras emociones en la infancia, podemos recurrir a mecanismos de defensa poco saludables en la adultez, como la evasión, la agresión o la dependencia emocional, generando un ciclo vicioso que perpetúa el sufrimiento, alejándonos de una vida equilibrada y satisfactoria.
La sanación de estas heridas es un proceso que requiere tiempo, autoconocimiento y, en muchos casos, el apoyo de un profesional, porque no siempre aceptamos que venimos arrastrando una cadena de heridas, por lo que en algunos caso toca explorar estos traumas, aprender a reconocer patrones de comportamiento dañinos y desarrollar nuevas estrategias para afrontar la vida.
Cuando somos capaces a través de la sanación suturar heridas profundas nos brindamos la oportunidad de reescribir nuestra narrativa personal, transformando el dolor en una fuente de fortaleza y resiliencia.
Reconocer el Perdón
El perdón cumple un papel importante en este proceso sanador porque se convierte en nuestro medio de transporte para mejorar el sufrimiento, legando como adultos que somos hoy la misma compasión y cuidado que hubiéramos querido recibir de niños, ya que generalmente decimos: " no doy, porque no tuve" pero cuando hemos sanado mediante el autocuidado, la práctica de la atención plena, la meditación y el perdón daremos a nuestros niños amabilidad, respeto, alegrias y nuestra historia podría ser un caja de enseñanzas.
_Como bien señala el Dalai Lama en una de sus reflexiones sobre la sanación y el sufrimiento: “La compasión y la tolerancia son las bases para sanar las heridas del pasado. Al cultivar la compasión hacia nosotros mismos y hacia los demás, comenzamos a liberar el peso de nuestro pasado y a abrirnos a nuevas posibilidades en el presente”.
Por ende sanar las heridas de la infancia no solo es posible, sino que es esencial para lograr una vida adulta rica y satisfactoria. A medida que enfrentamos y trabajamos en estas heridas, tenemos el potencial de romper ciclos familiares disfuncionales, construir relaciones más saludables y, sobre todo, aprender a vivir en paz con nosotros mismos.
Veamos nuestro dolor como una profunda forma de transformar el sufrimiento en el camino que nos lleve al aprendizaje.
Imagen principal elaborada en canva
fotos tomadas con mi samsum A23
Tengan un feliz día.