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En la voz de mi madre llegaron a mis oídos los primeros versos, los primeros chistes, los primeros cuentos; mi madre fue mi primera narradora oral; recuerdo la espontaneidad de sus gestos y ademanes al momento de enseñarme una copla o un chiste; después intentó lo mismo con sus nietos y cuando la escuchaba yo regresaba (como ahora) a ese pasado de mi niñez alegre, libre, en medio del campo. Fue ella la que sembró en mí la semilla literaria que más tarde, en la escuela empecé a expresar en el papel cuando las maestras pedían que escribiéramos cuentos.
Recuerdo que conservé por muchos años un juego de memoria que consistía en veinte tarjetas con imágenes del cuento de Caperucita Roja; el juego todavía existe a pesar de las nuevas tecnologías y es ideal para que los niños más pequeños entrenen la memoria. Como siempre jugaba solo, pues siempre me ganaba a mí mismo; pero el recuerdo viene porque ese juego me lo gané en el primer concurso literario que participé; eso fue a mis nueves años, estando en tercer grado y recuerdo que la historia que escribí trataba de un niño que vivía en el campo, que se bañaba en la lluvia y jugaba con animalitos, no perros ni gatos, sino con ardillas y conejos; el niño por supuesto era yo aunque en el momento no lo supe y lo que le gustó al jurado fue la inventiva del juego con los animales, eso de ponerlos a hablar y de correr detrás de un pequeño.
Con estos recuerdos lo que quiero decir es que se me hizo fácil inventar una historia porque tuve una madre que ya me había iniciado en escuchar relatos, que ya me había provisto de una experiencia literaria, mínima, pero suficiente para quedar de primero en esa oportunidad.
De modo que lo más valioso que podemos trasmitirles a nuestros hijos, desde el mismo vientre, es el tesoro de las palabras, de ricas palabras; del lenguaje que enriquece no sólo el vocabulario, principalmente el espíritu; el lenguaje que ayuda al pequeño a entender la diferencia entre lo grande o lo pequeño, lo largo y lo angosto; pero principalmente entre el bien y el mal, entre lo que está bueno y lo que no; y para eso está la literatura: los cuentos, los poemas, las leyendas; a lo mejor no todos tienen una madre como mi madre, que sabía de memoria las historias, pero pueden leerle a los hijos en voz alta que es sumamente recomendado para que los niños se vayan apoderando del lenguaje que más tarde será su mejor experiencia.
Las primeras palabras son pues, importantísimas para el niño porque lo ayudarán a desenvolverse en el entorno; mientras más experiencias tengan con el lenguaje mejor porque les servirá para comprender el mundo en que viven, para explicarlo con mayor exactitud y sobre todo para engendrarse más dudas, para que formulen más preguntas, para que la curiosidad les sirva de motivación en el constante ejercicio de crecer y vivir.
Texto y fotografía de @jesuspsoto