El oasis verde donde descansa mi felicidad💚 [Esp/Eng]

Vivo en una ciudad que a veces descansa sobre el bullicio y el asfalto caliente, y que suele dormirse con el murmullo de vehículos apresurados pero al cruzar el umbral de mi casa, el mundo cambia, me recibe un patio generoso, lleno de árboles y frutas, y ese recibimiento fresco no tiene comparación en estos días cálidos y agotadores.

Este pequeño paraíso no fue casualidad: mi padre lo eligió así, buscando quizás un refugio verde, y hoy más que nunca agradezco esa decisión. Hay algo profundamente sanador en estar rodeado de naturaleza y no es solo el aire limpio, ni el canto de los pájaros que anidan entre las ramas de forma furtiva, ni siquiera la sombra fresca en los días de calor abrazador, es más: es la sensación de que el tiempo se detiene, de que el estrés se disuelve entre las hojas. Cuando cierro los ojos y respiro hondo, el aroma dulce de las guayabas maduras y el perfume ácido de las carambolas en flor me transportan muy lejos. El ruido de la ciudad se aleja.

Yo digo que mi patio es, más o menos, mi bosque particular… ¿Recuerdan los bosques encantados donde se perdían las princesas? Pues el mío es muy parecido, solo que la magia y lo encantado no están en hechizos, sino en el árbol de carambolas con sus frutos estrellados que cuelgan como adornos de cristal. También la magia reside en los aguacates: gigantes verdes y vigilantes, y en las guayabas que, aún desde pequeñas, anuncian lo dulce que pueden llegar a ser.

Mi padre siempre ha dicho que una casa sin árboles es como un cuerpo sin alma, y cuando la eligió entre otras, lo hizo pensando en el futuro: en los veranos compartidos bajo la sombra, en las cosechas de mangos, en los desayunos con frutas recién cortadas. Es cierto que al principio no lo entendía, pero hoy agradezco aquella decisión.

Ya ven que este patio no es solo un espacio verde, también es un legado, es el lugar donde aprendí a distinguir el olor de cada flor, donde vi crecer las plantas desde semillas hasta convertirse en árboles fuertes. Es un recordatorio de que, incluso en medio de la urbanización, la naturaleza persiste, resiste y nos regala sus frutos.

No hace falta vivir en el campo para sentir esa conexión con la tierra, basta un rincón verde, un árbol que dé sombra y una mata que florezca sin prisa. En medio de todo, está esa felicidad simple pero genuina de sentarme en la terraza a comerme una fruta recién arrancada del árbol, sabiendo que ese pequeño lujo es, en realidad, un tesoro.

En ocasiones, guardo el teléfono celular bien lejos y me voy al patio a sentir esa conexión con la naturaleza que, sin querer, perdemos por el constante avance de una sociedad dominada por las pantallas y el concreto. En esos momentos, recuerdo que la felicidad no siempre está en lo grande, sino en lo auténtico: el sabor de una fruta, el susurro del viento entre las hojas y la tranquilidad de saber que, al final del día, un pedacito de paraíso me espera en casa.

Entonces, hoy celebro este oasis, celebro los árboles que mi padre plantó con visión de futuro, los desayunos con jugo de mango y tener este rincón verde donde descansa mi felicidad.

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_{🍀 ¡𝑮𝒓𝒂𝒄𝒊𝒂𝒔 𝒑𝒐𝒓 𝒍𝒆𝒆𝒓! 🍀
𝑺𝒊 𝒂ú𝒏 𝒏𝒐 𝒎𝒆 𝒄𝒐𝒏𝒐𝒄𝒆𝒔: 𝒔𝒐𝒚 𝒏𝒆𝒖𝒓ó𝒍𝒐𝒈𝒂 𝒚 𝒆𝒔𝒄𝒓𝒊𝒕𝒐𝒓𝒂 𝒄𝒖𝒃𝒂𝒏𝒂, 𝒎𝒂𝒅𝒓𝒆, 𝒎𝒖𝒋𝒆𝒓 𝒚 𝒔𝒐ñ𝒂𝒅𝒐𝒓𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒆𝒏𝒄𝒐𝒏𝒕𝒓ó 𝒆𝒏 𝑯𝒊𝒗𝒆 𝒖𝒏 𝒉𝒆𝒓𝒎𝒐𝒔𝒐 𝒆𝒔𝒑𝒂𝒄𝒊𝒐 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒗𝒐𝒍𝒂𝒓.
𝑬𝒍 𝒕𝒆𝒙𝒕𝒐 𝒚 𝒍𝒂𝒔 𝒊𝒎á𝒈𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒔𝒐𝒏 𝒅𝒆 𝒎𝒊 𝒂𝒖𝒕𝒐𝒓í𝒂, 100% 𝒉𝒖𝒎𝒂𝒏𝒐𝒔 (𝒔𝒊𝒏 𝑰𝑨).
𝑩𝒂𝒏𝒏𝒆𝒓 𝒅𝒊𝒔𝒆ñ𝒂𝒅𝒐 𝒑𝒐𝒓 𝑳𝒖𝒎𝒊𝒊.
¿𝑻𝒆 𝒈𝒖𝒔𝒕ó 𝒆𝒔𝒕𝒂 𝒑𝒖𝒃𝒍𝒊𝒄𝒂𝒄𝒊ó𝒏? 𝑽𝒐𝒕𝒂, 𝒄𝒐𝒎𝒆𝒏𝒕𝒂 𝒐 𝒓𝒆𝒃𝒍𝒐𝒈𝒖𝒆𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒂𝒚𝒖𝒅𝒂𝒓 𝒂 𝒅𝒆𝒔𝒑𝒍𝒆𝒈𝒂𝒓 𝒆𝒔𝒕𝒂𝒔 𝒂𝒍𝒂𝒔. 💚}

🌱ENGLISH VERSION🌿

The green oasis in which my happiness dwells

I live in a city that sometimes rests upon the bustle and the hot asphalt, often lulled to sleep by the murmur of hurried vehicles but as I cross the threshold of my home, the world changes and I’m greeted by a generous patio filled with trees and fruit, and that refreshing welcome is incomparable on these warm, exhausting days.

This little paradise was no accident: my father chose it this way, perhaps seeking a green refuge, and today more than ever, I’m grateful for that decision. There’s something deeply healing about being surrounded by nature. It’s not just the clean air, nor the songs of the birds nesting furtively among the branches, nor even the cool shade on sweltering days. It’s more than that, it’s the feeling that time stands still, that stress dissolves among the leaves. When I close my eyes and take a deep breath, the sweet scent of ripe guavas and the tangy perfume of starfruit blossoms carry me far away. The noise of the city fades.

I say my patio is, more or less, my own personal forest… Do you remember the enchanted forests where princesses got lost? Well, mine is quite similar, except the magic and enchantment aren’t in spells, but in the starfruit tree with its star-shaped fruits hanging like crystal ornaments. The magic also lies in the avocados, green, towering sentinels, and in the guavas that, even when small, hint at the sweetness they’ll one day hold.

My father always said that a house without trees is like a body without a soul, and when he chose this one among others, he did so with the future in mind: summers shared under the shade, mango harvests, breakfasts with freshly picked fruit. It’s true that at first, I didn’t understand, but today I’m grateful for that choice.

You see, this patio isn’t just a green space, it’s also a legacy. It’s the place where I learned to distinguish the scent of each flower, where I watched plants grow from seeds into strong trees. It’s a reminder that even amid urbanization, nature persists, endures, and gifts us its fruits.

You don’t have to live in the countryside to feel that connection with the earth. All you need is a green corner, a tree that casts shade, and a plant that blooms unhurriedly. Amid everything, there’s that simple yet genuine happiness of sitting on the terrace eating fruit freshly plucked from the tree, knowing that this small luxury is, in truth, a treasure.

Sometimes, I put my phone far away and go to the patio to feel that connection with nature, one we unwittingly lose to the relentless advance of a society ruled by screens and concrete. In those moments, I remember that happiness isn’t always found in grand things, but in the authentic: the taste of fruit, the whisper of wind through leaves, and the peace of knowing that at the end of the day, a little piece of paradise awaits me at home.

So today, I celebrate this oasis. I celebrate the trees my father planted with foresight, the breakfasts with mango juice, and having this green corner where my happiness rests.

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_{🍀 𝑻𝒉𝒂𝒏𝒌𝒔 𝒇𝒐𝒓 𝒓𝒆𝒂𝒅𝒊𝒏𝒈! 🍀
𝑰𝒇 𝒚𝒐𝒖 𝒅𝒐𝒏’𝒕 𝒌𝒏𝒐𝒘 𝒎𝒆 𝒚𝒆𝒕. 𝑰’𝒎 𝒂 𝑪𝒖𝒃𝒂𝒏 𝒏𝒆𝒖𝒓𝒐𝒍𝒐𝒈𝒊𝒔𝒕 𝒂𝒏𝒅 𝒘𝒓𝒊𝒕𝒆𝒓, 𝒂 𝒎𝒐𝒕𝒉𝒆𝒓, 𝒂 𝒘𝒐𝒎𝒂𝒏, 𝒂𝒏𝒅 𝒂 𝒅𝒓𝒆𝒂𝒎𝒆𝒓 𝒘𝒉𝒐’𝒔 𝒇𝒐𝒖𝒏𝒅 𝒊𝒏 𝑯𝒊𝒗𝒆 𝒂 𝒃𝒆𝒂𝒖𝒕𝒊𝒇𝒖𝒍 𝒔𝒑𝒂𝒄𝒆 𝒕𝒐 𝒔𝒐𝒂𝒓.
𝑨𝒍𝒍 𝒕𝒆𝒙𝒕 𝒂𝒏𝒅 𝒊𝒎𝒂𝒈𝒆𝒔 𝒂𝒓𝒆 𝒎𝒚 𝒐𝒓𝒊𝒈𝒊𝒏𝒂𝒍 𝒄𝒓𝒆𝒂𝒕𝒊𝒐𝒏𝒔, 100% 𝒉𝒖𝒎𝒂𝒏-𝒎𝒂𝒅𝒆 (𝒏𝒐 𝑨𝑰).
𝑩𝒂𝒏𝒏𝒆𝒓 𝒅𝒆𝒔𝒊𝒈𝒏𝒆𝒅 𝒃𝒚 𝑳𝒖𝒎𝒊𝒊.
𝑳𝒐𝒗𝒆𝒅 𝒕𝒉𝒊𝒔 𝒑𝒐𝒔𝒕? 𝑼𝒑𝒗𝒐𝒕𝒆, 𝒄𝒐𝒎𝒎𝒆𝒏𝒕, 𝒐𝒓 𝒓𝒆𝒃𝒍𝒐𝒈 𝒕𝒐 𝒔𝒑𝒓𝒆𝒂𝒅 𝒕𝒉𝒆 𝒘𝒊𝒏𝒈𝒔 𝒐𝒇 𝒄𝒓𝒆𝒂𝒕𝒊𝒗𝒊𝒕𝒚! 💚}