Hello, friends of @holos-lotus.
The great Chinese philosopher, Confucius, once said: "If you hate a person, then you have already been defeated by them." By that he meant that if you allow someone to awaken such a negative feeling in you, it means you have given them control over your emotions.
This idea is not just a philosophical one, but a practical law of life. I have seen firsthand that whoever controls our emotions can ultimately control our actions. When someone angers you or makes you feel deep bitterness, your mind ceases to be your own.
You begin to make decisions based on that momentary anger, on that pain. You respond with a message you'll regret. You adopt a defensive or aggressive stance that doesn't benefit you. You invest time and energy planning a rebuttal, trying to prove something, trying to "win." But in that process, you've already lost. You've relinquished control of your behavior to the person who hurt you. Your actions cease to be thoughtful and become automatic reactions, and that's a form of enslavement.
Secondly, it's crucial to understand that emotions like hatred harm us, not the person we hate. They, most likely, continue with their life, oblivious to the storm raging inside you.
That resentment isn't a poison that reaches them; It's an acid you keep in your own stomach. You're the one who can't sleep well, you're the one who relives the hurt over and over, poisoning your present. Your body feels it with tension, discomfort, and stress. Your mind becomes clouded and can't focus on what truly matters.
Hate isn't a weapon that harms the other person from a distance; it's a bomb that explodes in your own hand. You're consumed from within, while the other person may not even remember.
That's why true defeat isn't losing an argument, but allowing someone else to steal your inner peace. You can concede on an argument, you can even agree with something, and remain unscathed. But when you allow a comment, a look, or an attitude to steal your peace, your serenity, and your ability to enjoy your day, that's when you've truly been defeated. You've surrendered the keys to your inner strength. Your well-being, your most valuable asset, has been placed in the hands of someone else. That's what we cannot allow.
The solution, however difficult it may seem, is to learn to forgive and let go. I'm not talking about a condescending forgiveness toward the other person, but rather an act of selfish and necessary liberation for yourself.
Forgiveness is releasing the dead weight of resentment that only you carry. It's letting go of the need for the other person to acknowledge their mistake or suffer as you suffered. It's consciously choosing that your peace is worth more than your pride.
We must learn to maintain our inner harmony. This is achieved through practice. By taking a deep breath and not reacting immediately. By remembering that what others think or say about me doesn't define me.
By focusing on what I can control: my own decisions, my thoughts, and my attitude. In the end, it's not about being invincible to others, but about being in control of yourself. That's the only control that truly matters.
Versión en español
Hola, amigos de @holos-lotus.
El gran filósofo chino, Confucio, dijo una vez: Si odias a una persona, entonces ya has sido derrotada por ella. Con eso quería decir que, si permites que alguien despierte ese sentimiento tan negativo en ti, significa que le has otorgado control sobre tus emociones.
Esta idea no es solo una idea filosófica, sino una ley práctica de la vida. He comprobado, en mi propia piel, que quien controla nuestras emociones, puede llegar a controlar nuestras acciones. Cuando alguien te enfurece o te hace sentir una profunda amargura, tu mente deja de ser tuya.
Empiezas a tomar decisiones basadas en ese calor momentáneo, en ese dolor. Respondes con un mensaje del que te arrepentirás. Tomas una actitud defensiva o agresiva que no te beneficia. Inviertes tiempo y energía en planificar una réplica, en demostrar algo, en "ganar". Pero en ese proceso, ya has perdido. Has cedido el timón de tu conducta a quien te hirió. Tus actos dejan de ser reflexivos y se convierten en reacciones automáticas, y eso es una forma de esclavitud.
En segundo lugar, es crucial entender que emociones como el odio nos perjudican a nosotros mismos, no a la persona odiada. Ella, muy probablemente, sigue con su vida, ajena a la tormenta que lleva dentro de ti.
Ese rencor no es un veneno que le llega a él o a ella; es un ácido que guardas en tu propio estómago. Eres tú quien no duerme bien, eres tú quien revive el agravio una y otra vez, intoxicando tu presente. El cuerpo lo resiente con tensión, malestar y estrés. La mente se nubla y no puede concentrarse en lo que realmente importa.
El odio no es un arma que daña al otro a distancia; es una bomba que estalla en tu propia mano. Te consumes por dentro, mientras la otra persona puede que ni siquiera lo recuerde.
Por eso, la verdadera derrota no está en perder una discusión, sino en permitir que otra persona nos quite nuestra paz interior. Puedes ceder en un argumento, puedes incluso dar la razón en algo, y seguir intacta. Pero cuando permites que un comentario, una mirada o una actitud te quite la calma, la serenidad y la capacidad de disfrutar tu día, ahí es donde has sido verdaderamente vencida. Has entregado las llaves de tu fortaleza interior. Tu bienestar, que es tu patrimonio más valioso, ha quedado en manos de alguien externo. Eso es lo que no podemos permitirnos.
La solución, por dura que parezca, es aprender a perdonar y a dejar ir. No hablo de un perdón condescendiente hacia el otro, sino de un acto de liberación egoísta y necesario para uno mismo.
Perdonar es soltar el peso muerto del resentimiento que solo tú cargas. Es dejar ir la necesidad de que el otro reconozca su error o sufra como tú sufriste. Es elegir conscientemente que tu paz vale más que tu orgullo.
Debemos aprender a mantener nuestra armonía interior. Eso se logra con práctica. Con respirar hondo y no responder de inmediato. Con recordar que lo que piensen o digan de mí no me define.
Con enfocarme en lo que sí puedo controlar: mis propias decisiones, mis pensamientos y mi actitud. Al final, no se trata de ser invencible ante los demás, sino de ser dueña de uno mismo. Ese es el único control que realmente importa.
