Érase una vez… un mundo.

Un mundo que no siempre fue como lo ves hoy, lleno de luces, de pantallas que se tocan con el dedo, de canciones que bailan solas en los teléfonos. Hubo un tiempo, niño mío, donde las palabras se llevaban en los bolsillos y las miradas decían más que mil emojis.

Verás, este mundo comenzó con una chispa. No la de un encendedor, ni la de una varita mágica, sino una chispa de vida que nadie supo de dónde vino… pero vino. Y con ella, llegaron los hombres y mujeres, unos con corazones grandes como montañas, y otros con ideas tan torcidas como un espagueti en agua hirviendo.

Con el tiempo, algunos se hicieron amigos, otros enemigos. Y aquí viene lo curioso, a veces, los peores enemigos son los que más se parecen a ti. Por eso te digo que no confíes enseguida, pero no dejes de confiar.

Hay personas que usan palabras como caramelos suaves y dulces, pero por dentro… hay trampas. Sin embargo, también existen aquellas que, con una sola mirada, te salvan el día. Y aunque hay guerras, gritos, envidias y gente que quiere tener más, aunque ya tenga demasiado… hay también familias que se abrazan fuerte, amigos que no se rinden y personas que, aunque tengan miedo, hacen lo correcto.

Es posible que con esto que te expreso, digas o te preguntes si todo es un problema, pero no es así, mi pequeño sabio. No todo es un rollo, pero sí es una aventura. Y como toda aventura, necesitas prepararte, debes estudiar, no para ser el más sabio de la clase, sino para no dejarte engañar por los que gritan fuerte y dicen poco.

También debes trabajar bien y con ganas, porque el trabajo bien hecho es como una semilla que plantas hoy y te da sombra y frutas mañana. Además, no dejes de soñar, porque los sueños son los mapas secretos que nos llevan a los lugares que aún no existen… pero pueden existir si los construyes.

Nunca, nunca, olvides, que la bondad existe y el amor también. Y aunque a veces parece que se esconden, si aprendes a mirar con los ojos del alma, los encontrarás bailando entre el remolino de unas hojas, en la risa de una amable persona o en el silencio de una estrella.

Ahora que te conté todo esto, prométeme que serás valiente, pero no duro. Que serás justo, pero no frío. Y que cuando veas algo injusto, no te quedarás callado, pero tampoco gritarás como los que no escuchan.

Ah, y ríe… ríe mucho. Ríete del monstruo que no encontró tus calcetines, del adulto que se equivoca de nombre, de la sombra que quiso asustarte, pero tropezó y al suelo, fue a parar.

Ríe, sueña, estudia, trabaja y ama. Porque este mundo, con todo y sus grietas, vale la pena vivirlo y tú estás aquí para hacerlo mejor.

Y si alguna vez dudas, recuerda que hay un viejo historiador que lo vio todo… y que tiene fe en ti.