Quien no sea de Venezuela, abriría sus ojos y esperaría una retahíla de insultos ante la inocente pregunta del niño. Saben a gloria respondería cualquiera buena vendedora de helados de teta. Hay de todos los sabores, desde el toddy, ese que prepara tu mamá, hasta los cocos; viste ayer a tu tío bajándolos de las palmeras. De mango me quedan unos pocos, porqué ya se acabó la temporada.
A él le gustaban más los de chocolate, pero su mamá siempre le daba la recomendación que comiera los de frutas. Para ella eran más sanos, pero igual tendrían mucha azúcar cualquiera de ellos.
Y mientras se sentaba a comérselo allí sentadito en la acera, Sebastián comenzaba con su preguntadera: ¿A quien se le ocurriría meter el helado en una bolsa de plastico? Y siempre Matilde le contestaba desde la puerta: pues a la que se le acabó el vaso.
Y mandó a un niñito llamado Sebastián al abasto a comprar más vasos y el niño despistado trajo pequeñas bolsas de plástico. ¿Y ahora que voy hacer con esto, muchacho? la bodega ya cerro y tengo la mezcla lista para los helados de mañana.
El paquete de vasos estaba más caro, no le alcanzaba y las bolsas plásticas son más baratas.
¿Y eso de que me va ayudar? necesito los vasos para vender helados mañana.
Y Sebastián aplicando la psicología de mamá, como sabes que no funciona, si no lo has probado. Además se parecen a las tetas de mi mamá, rellénalas más.
Y así en medio de los errores de unos y la picardía de otros se formó el descubrimiento gastronómico y callejero en Venezuela.
Sebastián se deleitaba con esa historia inventada sobre el origen de los helados de teta.
Esta es mi participación en el post Concurso. Observa Piensa Escribe. Están invitados a participar hasta la fecha limite, siguiendo las reglas del concurso.
