si estoy realmente vivo de esta muerte
o si estoy viviendo entre los muertos.
Rolando Escardó
Prevenido, me propuse advertir a Michel Martín de lo que esas mujeres (la Muerte y mi Soledad) estaban tramando.
Lo esperé a la entrada del Bar La Fernandina. Me saludó y, con premura lo abordé (temía que ésa noche, la Muerte y mi Soledad, se aparecieran más puntuales que nunca).
"Es una mujer demasiado frívola, superflua, extremadamente pálida" -comenté, después de pagar la primera ronda de cervezas.
"Por eso mismo es capaz de entregarme una enorme pasión. Dime (no cabe dudas de que se refería a la Muerte, y no a mi Soledad) ¿no son hermosos sus ojos?"
"Pero sin nada adentro" (apenas tuve tiempo de replicar, y ya estaba él pagando la segunda ronda, mientras me confiaba una infantil, descreida sonrisa en la nunca antes yo había reparado pudiese expresar su rostro)
Puso una mano sobre mi hombro y, apartándome cordial, entusiasta, presto a abandonar en cuanto antes el bar, lo más pronto que pudiera, para hacerle a ella compañía, dejó caer su lapidaria recomendación que, sin traspiés de la memoria, ahora recuerdo y comparto con ustedes:
"No deberías olvidar una memorable sentencia de Shakespeare: el amor nace, vive, y muere en los ojos".
Imagen de Portada & Banner diseñados en Fluer.