Hello, my dear friends at Holos & Lotus
Since I was little, my parents had always taught me that competition was a race. Like in athletics, a straight line where others ran alongside me and the only goal was to finish first, to leave them behind, to prove I was the strongest, the fastest, the best.
Growing up, I saw the woman at my side not as a running partner, but as a rival, an obstacle in my path. With every achievement of others, I felt like it diminished my own; every success of someone else was a reminder of what I hadn't achieved. I swear it was a draining burden, a constant anxiety that clouded my vision and poisoned my joy.
Over time, life (life's great teacher), with its silent wisdom, gave me lesson after lesson. I fell, I got up, I observed. Until one day, I changed my focus. I stopped looking sideways to compare myself and started looking ahead, toward the version of myself I wanted to be.
That's when I understood the true essence of competition: it's not a war against others, but something that shapes and fosters our own evolution.
Competition, at work, in personal projects, even in relationships, is the thermometer that measures our ambition and our desire to improve. Without someone to challenge us, without a high standard to achieve, it's easy to fall into complacency, into the very dangerous comfortable mediocrity.
The woman you admire for her talent, the colleague whose project shines, the friend who gracefully achieves what you struggle with... these are not your enemies. They are mirrors in which you should look. In them, you should not see a threat, but a lesson. Her success is living proof that what you aspire to is possible. Her strategy, her discipline, her creativity are a map from which you can learn, not a territory to be conquered and razed.

Healthy competition removes the blindfold of arrogance and shows us where we are weak, where we need to study harder, train harder, grow more. It is the spur that keeps us from stagnating. It is the yardstick by which we measure ourselves to prove we have grown.
But the true secret, the paradigm shift that transforms everything, is learning to compete against oneself. The most important rivalry I will ever wage is against the woman I was yesterday. Have I learned something new? Have I been braver? Have I taken a step, however small, toward my goal? Am I better today than I was yesterday?
When your obsession stops being beating others and becomes surpassing yourself, competition transforms. It loses its bitterness and gains purpose. That's what we must strive for.
Another's victory no longer hurts, but inspires. Because if they could do it, you can too. You stop seeing others as adversaries and start seeing them as indirect allies on your own path to self-improvement.
I believe competition is necessary. It's the headwind that strengthens our wings, the challenge that gives flavor to triumph. Of course, I don't compete to crush anyone.
I compete to push my limits, to perform to the fullest extent of my potential, to honor the talent within me.
The most valuable trophy is not surpassing others, but finding, at the end of the road, a version of myself I can be proud of. A version that wouldn't exist without the purifying fire of competition.
Versión en español
Hola, mis queridos amigos de Holos & Lotus
Desde pequeña, mis padres siempre me había enseñado que la competencia era una carrera. Como en el atletismo, una línea recta donde otros corrían a mi lado y el único objetivo era llegar primero, dejarles atrás, demostrar que era la más fuerte, la más rápida, la mejor.
Al crecer veía a la mujer a mi lado no como una compañera de carrera, sino como una rival, un obstáculo en mi camino. Con cada logro ajeno sentía que restaba valor al mío; cada éxito de otra persona era un recordatorio de lo que yo no había alcanzado. Les juro que era una carga agotadora, una ansiedad constante que nublaba mi visión y envenenaba mi alegría.
Con el tiempo, la vida (gran Maestra la vida), con su sabiduría silenciosa, me fue dando lecciones tras lecciones. Caí, me levanté, observé. Hasta que un día, cambié el enfoque. Dejé de mirar a los lados para compararme y empecé a mirar hacia adelante, hacia la versión de mí misma que quería ser.
Ahí comprendí la verdadera esencia de la competencia: no es una guerra contra los demás, sino aquello que marca y propicia nuestra propia evolución.
La competencia, en el trabajo, en los proyectos personales, incluso en las relaciones, es el termómetro que mide nuestra ambición y nuestro deseo de mejorar. Sin alguien que nos rete, sin un estándar alto que alcanzar, es fácil caer en la complacencia, en la muy peligrosa mediocridad cómoda.
La mujer que admiras por su talento, el colega cuyo proyecto brilla, la amiga que logra con gracia lo que a ti te cuesta… no son tus enemigas. Son espejos donde debes mirarte. En ellos no debes ver una amenaza, sino una lección. Su éxito es una prueba viviente de que lo que anhelas es posible. Su estrategia, su disciplina, su creatividad, son un mapa del que puedes aprender, no un territorio que debes conquistar y arrasar.

La competencia sana nos quita la venda de la arrogancia y nos muestra donde estamos flojos, donde debemos estudiar más, entrenar más, crecer más. Es el acicate que nos impide estancarnos. Es la vara con la que medirnos para probar que crecimos.
Pero el verdadero secreto, el cambio de paradigma que lo transforma todo, es aprender a competir contra una misma. La rivalidad más importante que libraré jamás es contra la mujer que fui ayer. ¿He aprendido algo nuevo? ¿He sido más valiente? ¿He dado un paso, por pequeño que sea, hacia mi meta? ¿Soy mejor hoy de lo que era ayer?
Cuando tu obsesión deja de ser vencer a los demás y se convierte en superarte a ti misma, la competencia se transforma. Pierde su amargura y gana propósito. Eso es lo que debemos conseguir.
La victoria ajena ya no duele, sino que inspira. Porque si ella pudo, tú también puedes. Dejas de ver a las otras como adversarias y las empiezas a ver como aliadas indirectas en tu propio camino de superación.
Yo creo que la competencia es necesaria. Es el viento en contra que fortalece nuestras alas, el desafío que da sabor al triunfo. Por supuesto, no compito para aplastar a nadie.
Compito para empujar mis límites, para rendir al máximo de mi potencial, para honrar el talento que llevo dentro.
El trofeo más valioso no es superar a los demás, sino encontrarme, al final del camino, con una versión de mí misma de la que pueda estar orgullosa. Una versión que no existiría sin el fuego purificador de la competencia.