Imagen de mi autoría generada con ChatGPTNunca tuvo hijos.
Pero todos en el barrio le decían “mamá Carmen”, ella vivía en la casita de la esquina, la que siempre olía a pan dulce o sopa caliente, no era rica, ni nada cercano a eso, pero tenía esa hermosa manía de no dejar que nadie se sintiera solo.
Los niños llegaban sin avisar, se sentaban en su porche a contarle cosas que ni a sus propios papás les contaban. Tenía un sillón medio viejo, con los brazos gastados de tanto cariño, donde más de uno se quedó dormido mientras ella tejía o les contaba alguna historia que al final no sabían si era cierta o inventada.
Y sí, también regañaba, “Póngase los zapatos, que el mundo no se pisa con los pies sucios”, decía, o “uno no viene a esta vida a pasar por debajo de la mesa, ¿me entendió?”.
Mamá Carmen tenía esa forma de enseñar que no sonaba como escuela, pero que te dejaba pensando.
Un día, un muchacho del barrio que andaba en malas cosas, cayó herido cerca de su casa, ella sin preguntar lo arrastró como pudo, le limpió la herida, le habló bajito y le hizo prometer que iba a cambiar.
No sé si cambió o no, pero nunca más volvió a meterse con nadie del barrio.
Cuando mamá Carmen murió, el barrio entero fue a su funeral, no cabía un alma en la capilla. Algunos llevaban cartas, otros flores, otros solo los ojos rojos, nadie hablaba de cosas grandes que hizo, porque no las hubo. Su ambición nunca fue escribir libros ni fundar empresas o tener estatuas.
Su ambición, pequeñita, fue que ningún niño creciera sin afecto, sin pan caliente, sin que alguien le preguntara cómo le fue en la escuela y sin una voz que les dijera “todo va a estar bien”.
Porque, a veces, eso es lo único que uno necesita oír para no rendirse.
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Invito a: @alicia2022 @osomar357 @ungrancuento
🇬🇧 English Version
Image of my own, generated with ChatGPTShe never had children. But everyone in the neighborhood called her "Mama Carmen." She lived in the little house on the corner, the one that always smelled of sweet bread or hot soup. She wasn't rich, or anything like that, but she had that beautiful habit of not letting anyone feel alone. The children would arrive unannounced, sit on her porch, and tell her things they didn't even tell their own parents. She had a half-old armchair, its arms worn from so much love, where more than one person fell asleep while she knitted or told them a story that, in the end, they couldn't tell if it was true or made up. And yes, she also scolded, "Put on your shoes, the world isn't walked on with dirty feet," she said, or "One doesn't come into this life to walk under the table, do you understand?" Mama Carmen had a way of teaching that didn't sound like school, but that left you thinking. One day, a boy from the neighborhood who had gotten into bad habits fell injured near her house. Without asking, she dragged him as best she could, cleaned his wound, spoke to him softly, and made him promise that he would change. I don't know if he changed or not, but he never bothered anyone from the neighborhood again. When Mama Carmen died, the entire neighborhood attended her funeral; there was no room in the chapel. Some carried letters, others flowers, others just red eyes. No one spoke of the great things he did, because there weren't any. His ambition was never to write books, found companies, or have statues. His ambition, tiny little one, was that no child would grow up without affection, without warm bread, without someone asking how school was going, and without a voice telling them "everything will be okay." Because, sometimes, that's all you need to hear to keep you from giving up. If you want to participate in this content I invite: @alicia2022 @osomar357 @ungrancuento
