Hasta que la conocí.

No podía deducir que fue lo primero que me atrajo de ella; ¿Sus cabellos largos y ondulados? ¿La gracia que tenía al caminar? ¿La delicadeza de sus manos, o aquella mirada que la hacía ver como una mujer dulce, pero a la vez determinada a conseguir lo que quería?

No me consideraba una mujer suficientemente femenina, podría decirse que mi personalidad andrógina era lo que destacaba de mí. Tampoco creí que fuera muy atractiva, pues no creía que pudiera entrar entre los estándares que determinaban la belleza en una mujer.

Era por eso, que tenía un tipo de chica; y esas eran las que tenían la misma cualidad andrógina que yo. Coquetear no era mi fuerte, pero siempre lograba mi cometido con esas chicas. Sin embargo, cuando se trataba de una chica que irradiaba feminidad, que brillaba en la pista de baile como si fuese la misma dueña del lugar, no podía decir lo mismo.

Pero esa noche no sé qué fue lo que pasó. El juego de miradas que teníamos ella y yo, era algo que nunca había experimentado. Sentía una atracción auténtica, como si un magnetismo me llevara justo a sus ojos. Me sentí como presa y no un depredador, y por un momento eso me gustó.

Ella tomó el primer paso. Exudaba un aura de seguridad, una sensualidad casi palpable. La vi tomar asiento junto a mí en la barra y pedir un Cosmopolitan. Le di un trago a mi cerveza y me sentí tímida ante aquella gloriosa mujer.

—Mi nombre es Kara —dijo ella, acomodándose en el taburete, dedicándome una intensa mirada.

Yo me aclaré la garganta y traté de lucir segura.

—Soy Chris —respondí extendiéndole la mano.

Ella enarcó una ceja y me sonrió como si no pudiera creer que la estaba saludando, como si estuviéramos negociando.

Por supuesto que no tomó mi mano.

No obstante, acercó su rostro al mío, dejando un beso en la comisura de mis labios. Sentí que mi corazón latía fuerte. Nunca me había sentido tan pequeña delante de una mujer. Por el contrario, las mujeres con las que había estado les gustaba mi aura masculina, aunque no dejaba de verme como una chica más.

—¿Eres nueva en la ciudad? Nunca te había visto por aquí.

—Podría decirse. ¿Estás con alguien? —Directa al grano.

—Depende de quién pregunte.

—Yo lo hago.

De repente había perdido la osadía. No sé por qué me ponía tan nerviosa. Aparte la mirada y le di un largo trago a mi cerveza acabándola por completo.

Volví a mirarla y esta vez su mirada estaba en la copa que sostenía en su mano diestra. Bebió y pude jurar que era el acto más lascivo que había presenciado. Lo fue todavía más cuando la vi relamer sus labios.

—Tengo un lugar cerca de la playa. ¿Te gustaría venir conmigo? —Me ofreció.

Decirle “no” estaba fuera de mis planes.

—Claro.

Tenía que admitir que encontraba fascinante a la mujer que ahora tomaba mi mano guiándome fuera de bar. La adrenalina que corría por mis venas era la que me decía que esto de verdad estaba sucediendo, que había logrado irme con la mujer más bella de todo el lugar.

Al salir de aquel oscuro lugar, ella pidió un taxi, y le dio un par de indicaciones. No conocía la dirección, pero no me importó. Ella se mantuvo en silencio, pero no fue incómodo. Su presencia altiva era suficiente para que me sintiera bien a su lado. Casi me sentía sumisa a su lado.

Llegamos a un complejo de apartamentos que quedaban frente a una playa que estaba casi vacía. Ella volvió a tomar mi mano y me llevó a uno de los edificios que tenían un color amarillo pastel. Subimos las escaleras a pasos rápidos, y cuando llegamos a la puerta 96-H, ella sacó una llave para dejarnos entrar.

No sé qué fue lo que sucedió primero. No sé si cerramos la puerta o solo nos besamos como dos desquiciadas. No sabía si el deseo era primordial, o la seguridad de que nadie entraría a aquel apartamento. Su ropa salió por los aires junto con la mía; todo era un juego de labios y manos por todas partes. Sentía que era la noche más carnal que había tenido en mi vida. Era la primera vez que una chica como ella se fijaba en alguien como yo.

La experiencia era surreal. Mis manos en su cuerpo de diosa, mis labios sobre los suyos carnosos, su cabello con aquel aroma a cítrico y dulce. No sabía que podía haber semejante conexión con una persona que apenas conocías. Supongo que por eso se llamaba sexo casual.

Estuve en el mismo infierno, porque sabía que religiosamente no iría al cielo; pero debía reconocer que mi infierno era realmente placentero.

No tuve idea de cuándo me quede dormida, ni de cuando ella se había marchado. Desperté en aquel sofá con una ligereza en mi cuerpo que no recordaba haber sentido antes. Mire por todos lados, pero ella no se encontraba en ningún lado. No había rastro siquiera de que ella hubiera estado en el apartamento.

Finalmente, encontré un libro en la cama que tenía un separador marcando la lectura. Miré la portada y vi que era un libro de Shakespeare. Abrí con curiosidad donde estaba el separador, y con resaltador amarillo estaba marcada una frase bastante peculiar.

“El infierno está vacío, y todos los demonios están aquí”.

Hello, fellow readers!

This is my entry to the #ScholarandScribe invitational. Hope you enjoy this story, as I did writing it.

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