Inspirado en la leyenda de “La Princesa y el maquech”
Todo estaba en calma, inmóvil, en silencio. Ni el viento corría entre las ramas de los muchos árboles del monte que crecía al sur del lago. Solo una sombra atravesó los rayos de la luna que caían entre las hojas. Avanzó sin detenerse. Rompió la tranquilidad de la noche con sus rítmicos pasos sobre la alfombra de hierbas secas y ramas rotas. La cabaña de Texu, el único Ah Men que la podía ayudar, no debía de quedar lejos. El fardo sobre su espalda comenzaba a pesarle. Una luz a lo lejos la guio en el final del camino. Un hombre mayor, casi un anciano, la esperó junto al fuego.
—Te he estado esperando, hija mía. Siéntate junto a mi lado junto al fuego.
La mujer miró desconfiada al anciano, se mostraba indecisa, sin embargo, decidió ceder a su petición. El rostro sonriente de este de alguna manera la incomodaba y no sabía cómo hablarle, o siquiera hablar.
—Lo que aflige a tu corazón es un tema complicado. En sí, todo lo referido al corazón es de esa manera.
—¿Y usted puede ayudarme? —preguntó dando por sentado que el adivino conocía el motivo de su visita.
—Claro que puedo. ¿Por qué si no estaría a tu espera? Supe que vendrías desde que decidiste salir de tu isla en el lago.
—¿Cómo pudo saberlo, anciano?
El anciano la miró con cariño ante lo obvio que era la respuesta a lo inocente de su pregunta.
—Conoces la respuesta mejor que nadie. O… ¿prefieres que te explique el cómo sé lo que sé, o si puedo ayudarte y cómo?
La muchacha no necesitó responderle al adivino. Se llevó las manos al pecho y agarró al objeto que colgaba cerca de su corazón. El anciano la miró. Echó una más madera al fuego y esperó. Aguardó a que la luna iluminara a la bella mujer frente a él y vio como las lágrimas en sus mejillas emitían reflejos en la noche.
—La mayor verdad, muchacha, es que ni siquiera yo puedo hacer o saberlo todo. Eso es cosa de los Dioses. Soy un simple mortal con un don, que por muy cerca que sea mi hora de poder ver a los creadores, no es tan poderoso.
—Pero usted dijo que podía.
—Yo puedo ser un intermediario entre tú y los progenitores. Solo uno de ellos puede deshacer lo que otro hizo. Y eso que cuelga en tu cuello huele a dioses. Ese olor fue el que me dijo que venías.
La muchacha, originaria de una tribu de los que tenían aquella mirada dulce, apretó entre sus manos al objeto en su cuello. Hizo el ademán de levantarse. El anciano supo leer su temor y con una sonrisa la alentó a continuar.
—Préstamelo —dijo mientras extendía la mano en dirección al colgante de la mujer—. No temas, lo voy a cuidar.
La muchacha se levantó ante aquella petición del desconocido, sin embargo, él mantuvo el brazo extendido y la sonrisa en sus labios. El fuego crepitó y nubes de chispas saltaron disparadas, alumbrando el rostro asustado de la joven.
—No puedo dárselo, Ah Men, lo siento. Prometí que nunca me lo quitaría de al lado del corazón. Ni siquiera mientras aquél con el que mi padre pretendía casarme, tuvo vida. Ahora que los señores de Xibalbá lo han reclamado a su lado, yo vengo a… yo venía a salvar a mi verdadero amor. No puedo dárselo.
—Si tanto deseas salvarlo vas a tener que confiar en mí, Princesa —la muchacha abrió los ojos. No se esperaba que el anciano supiera tanto o tuviera tan grande poder—. Soy el único que puede ayudarte porque soy el único capaz de atreverse a conversar con los Dioses. Todo trato con los creadores puede traer consecuencias. Por eso fui expulsado de mi ciudad. Los Ah Men nacimos con este don otorgado y no debemos rehusarlo, tal y como hacen los servidores del Halach Uinik. Si no lo utilizamos, seremos malditos por los creadores.
—Según me han dicho, ellos fueron los que te expulsaron a pesar que tus designios fueron correctos. ¿Por qué?
—Hay quienes no saben que es lo que quieren, Princesa. Por eso te pregunto, ¿estás dispuesta a cumplir con lo que te pida para salvar a tu amado? Creo que has sufrido lo suficiente por lo que te hizo tu padre.
—Yo haría cualquier cosa por él y lo habría hecho si... hubiera sabido de ti, Ah Men.
—Entonces, entrégamelo, querida, y déjame ayudarte.
La muchacha, temerosa, se quitó el colgante del cuello como quien va a entregar trozo de su cuerpo. Avanzó, paso a paso, hacia el anciano que volvió a extender su brazo para recibir el objeto. Una vez en su mano, el Ah Men acercó una tea encendida para poder detallar el colgante. Este, al sentir el calor del fuego cerca, cobró vida y caminó por el brazo del anciano he hizo que este se lo quitara de encima con una sacudida del brazo. El colgante cayó al suelo y la joven se lanzó en su búsqueda con un grito de horror.
—Es un escarabajo —dijo asustado, llevándose una mano al pecho, como intentando evitar que su corazón se saliera—, sabía que lo era…, pero: está vivo. Después de tanto tiempo. Vive aún.
La Princesa, ya con su amado en la mano, miró detenidamente al mago, cuestionándose si había hecho bien en ir en su búsqueda. Este, vio la expresión de ella y volvió, poco a poco, a cobrar su compostura y sonrió de nuevo.
—Disculpa, querida, no me había percatado de esto. Conocía el castigo sobre tu amado, mas no creía que estuviera vivo, o sea, pensé que su alma estaba en un objeto, no que su cuerpo fuera transformado. Esto va a ser más difícil, Princesa. No te preocupes. Quédate a dormir aquí, en mi casa. Mañana comenzaremos.
Al despertar, la Princesa vio la hoguera todavía encendida, solo que su tamaño había incrementado más del doble de altura. Sus llamas largas parecían fundirse con la del sol. En el suelo se veían escritos y dibujos entre los que ella reconoció a los usados en los chá Chaac, una figura de los Dioses. El anciano recitó oraciones solo conocidas por los de su tipo y lanzaba plantas aromáticas y mágicas a la hoguera. La joven podía sentir el humo desprendido por las hierbas y cómo este la hacía sentir más ligera y feliz, sin saber por qué. Aquel debía de ser el poder que tenía el Ah Men, pensó la Princesa. El anciano la guió para que se detuviera en el centro de los dibujos, justo al lado de la piedra de sacrificios, donde pudo ver varios guacamayos ofrecidos a los Dioses, o a uno en particular, ella no lo sabía. Desde que entró al centro de la ceremonia no podía coordinar bien sus pensamientos. Lo único que hacía era aferrarse bien a su amado. Lo apretaba contra su pecho protegiéndolo de las lenguas de fuego que se desprendían de la hoguera. Varias imágenes le vinieron a la mente como cortinas de recuerdos. Cerró los ojos para evitar verlos, e irremediablemente fue inútil. Cuando los abrió, el paisaje matinal había cambiado. En ese momento se encontraba a la altura de las nubes del cielo, en el aire. Desde allí podía ver su país. Los infinitos árboles, que le daban el nombre a su tierra, cubrían casi la totalidad de esta. El verde solo era atravesado por el cauce de los ríos. La Princesa no se sentía asustada por aquella vista. Sin saber por qué, se sentía protegida. Instintivamente miró a sus manos para ver a su amado y no lo encontró. Un grito iba a salir de sus labios cuando vio aquella imagen parada frente a ella. Se quedó sin habla. La poderosa figura del Dios la miraba con aquellos ojos que eran capaces de comerse la tierra y a la joven con ella. La primera vez que sintió miedo, desde el inicio del ritual, fue cuando el Dios habló.
—Dime para qué me invocaste, Cuzán, hija de los de miradas dulces. O mejor, porqué a mí, a Huracán, uno de los tres Dioses creadores.
—Oh, gran Dios Huracán, ayuda a tu hija que te necesita. Utiliza tu inmenso poder para devolverle la forma humana a quien humano nació: mi amado. Te juramos lealtad por el resto de nuestras vidas. Alabaremos solo tu nombre si me concedes esta humilde petición.
—Me halagas, Princesa, al pensar que sería capaz de algo semejante. Sin embargo, no voy a concederte lo que me pides.
—Oh, Corazón del cielo, ten misericordia de nosotros.
—¿Y por qué habría de tenerla? Hasta hace poco ni siquiera te acordabas de mí o de cualquiera de tus señores creadores. Y justo ahora vienes a pedirme ayuda. ¿Por qué habría de hacerlo?
—Porque él y yo nos amamos y porque somos una de tus creaciones. Por eso. Él nació del maíz igual que los demás hombres, y como castigo por nuestros sentimientos ha padecido en forma de animal. Ya cumplimos nuestra parte de la condena. Me casé con quien mi padre decidió, y ahora que mi esposo está con los señores de Xibalbá, es hora que mi amado termine su penitencia y concluya su miseria.
—Hay fuego en tu corazón y valoro eso, hija mía. Los ayudaré, tal y como lo pides, primero necesito escuchar esas promesas de parte de los dos. Sal ya, Chalpol, muéstrate tal y como te creé.
Por entre de una nube apareció un joven de pelo rojo, totalmente diferente al resto de su tribu, que la mujer pudo reconocer como su gran esperado amor. Ella fue hasta él, pisando sobre un suelo de aire bajo sus pies. No temía a ninguna caída, solo a que aquello no fuera más que un sueño producido por el humo de alguna planta del Ah Men. En un momento los pasos del caminar de la pareja se transformaron en una carrera y justo antes de abrazarse el Dios los separó con una ráfaga de viento.
—Escuchen mis palabras, mortales, no me pueden mentir. No hay nada en la tierra que no se sepa en el cielo. Da igual que sea en un ciclo o en dos. Lo sabré. Siempre que hablen de mí o alaben mi nombre los observaré. Antes de permitirles estar juntos quiero poner mis condiciones. Primero, todas las noches realizarán sacrificios de animales en mi nombre. Encenderán un fuego, cada veinte días, en la montaña más alta de donde decidan vivir. Estas dos condiciones lo realizarán durante tres años. Y al nacer su descendencia, también esta será consagrada a mí. Estas son mis condiciones, ¿podrán cumplir con ellas?
Los amantes se miraron uno al otro sin atreverse a tocarse por temor a que Huracán los separara.
—Me parece que un sacrificio todas las noches es algo muy difícil de realizar, mi señor progenitor.
—¿Te parece que pido demasiado? Lo que haré por ti será irreversible hasta para los demás señores creadores, incluso para mí. Así soy de generoso con ustedes.
—Discúlpelo, señor del fuego y el rayo. Es que ha pasado demasiado tiempo en el cuerpo de un insecto. No hay nada que nuestro amor no pueda soportar. Nosotros cumpliremos lo que pides, aunque sea demasiado. ¿No es así, amado mío?
—Disculpa. Si tú estás a mi lado, yo haré lo que sea para estar contigo. Yo lo juro.
—Entonces, vayan, hijos míos, sean felices y alaben mi nombre. Mas no incumplan su promesa o conocerán mi ira.
—Esa idea no ha cruzado, ni lo hará, por nuestras cabezas, señor. Desde hoy somos sus más devotos servidores.
—Más les vale, Princesa, espero escucharlos todas las noches. Ahora vayan.
Una nube de humo de leña quemada envolvió a la pareja. La joven extendió el brazo para agarrar a su amado, pero solo atrapó a la oscuridad entre sus dedos. Sintió como si cayera dando vueltas mientras escuchaba cánticos y golpes que no podía definir de dónde venían o hacia dónde iban. El cuerpo giraba en la completa oscuridad. Su estómago estuvo a punto de devolver su contenido cuando de repente se paró y un rayo de luz la molestó en los ojos. Movió la cabeza hacia el lado y observó la hoguera que había encendido el Ah Men antes del encuentro con Huracán. Miró hacia el otro lado y pudo ver el rastro de la sangre como corría por la piedra donde se habían sacrificado los guacamayos. Ella se encontraba en el mismo sitio dónde la había colocado el adivino. Ni rastro de su amado. Al parecer había sido un sueño. Se llevó las manos al cuello en busca de su colgante, y no lo halló. Se levantó con un gran dolor de cabeza, desesperada, buscando con la mirada al Ah Men para contarle lo que le había sucedido y preguntarle por su collar. Estaba sola. Sin rastro de ninguno de los dos. En su vida había estado tan desolada como en ese momento. De repente escuchó el cántico del anciano desde el interior de la choza. Apurada caminó hacia la puerta de la misma y entró sin avisar. Dentro, a la luz del fuego, vio al anciano como le cantaba al joven de cabellos rojos dormido en el suelo.
La pareja se fue a vivir tierra adentro, donde el adivino le dijo que la caza es más abundante. Iban contentos, agarrados de las manos y sonreían. Cuzán, sin darse cuenta, a cada rato se llevó la mano al cuello en busca de su colgante, pero este caminaba a su lado. Chalpol por su parte tenía en sus hombros un fardo con comida que le había regalado el Ah Men y de su cabeza no se iban las palabras que le había dicho en la choza cuando despertó del sueño y vio a su amada. El adivino se le había sentado al lado. Han logrado lo imposible, muchachos, ahora cumplan con lo prometido y vivirán felices. Incumplan las palabras de Huracán y volverán a estar separados eternamente. Sepan que siempre que piensen o pronuncien su nombre, él sabrá donde están y lo que hay en sus corazones. Les dijo, y en eso pensaba cuando encontraron un terreno perfecto para construir su casa con la madera de los árboles de la zona. Aquella noche realizaron los sacrificios al Dios y luego se acostaron sobre unas mantas en el suelo e hicieron el amor de forma suave y tierna, como solo saben hacerlo las parejas que se aman.
Pronto la casa estuvo construida. Entre salida y salida a cazar, Chalpol y Cuzán se dedicaban al corte de la madera y la construcción. Podría ser que algún día no saliera de caza, pero lo que nunca dejarían de hacer eran los sacrificios y el encendido de la hoguera en la montaña más alta.
Con el paso del tiempo la caza se hizo más difícil de hallar, y Chalpol pasó gran parte del día en la búsqueda de los sacrificios de la noche. Al regresar a casa, ya Cuzán tenía el fuego encendido y el altar preparado. Una de esas noches, al llegar, encontró a su amada dormida.
—Cuzán, amor, ¿qué sucede que no tienes preparado lo necesario para el sacrificio a nuestro benefactor?
—Es que me quedé dormida esperándote. Ay, amor mío, esto no es lo que quería para ti ni para mí cuando fui a ver al Ah Men.
—Se lo prometimos a Huracán. No te preocupes, que el tiempo pasará y estaremos libres de la promesa.
—Estoy muy sola. ¿Por qué no volvemos a casa?
—Porque ahí manda tu padre y él no quiere verme contigo. ¿Te olvidas que él fue quien puso el hechizo sobre mí? En gran manera esto que pasamos es su culpa. Ten fuerzas, que podemos hacerlo. Y más, si estamos juntos.
—Es verdad, amor, discúlpame, es que paso más tiempo sola que contigo. Todos los días llegas tarde en la noche y te vas temprano en la mañana a cazar. Quédate mañana, aquí, que por un día que no hagamos el sacrificio, Huracán no se molestará.
Al terminar de decir aquella frase un trueno retumbó en el cielo y al momento comenzó a llover con fuerza. Los jóvenes se miraron asustados. Acto seguido realizaron el sacrificio y alabaron al Dios.
—¿Ves lo que pasa cuando dices eso? Tenemos que hacer lo que prometimos. Cada día que pasa es uno menos que nos queda. Ten paciencia, amor.
—No te preocupes. Ya veremos que hacer al respecto. Ahora, acuéstate, que debes de estar cansado.
Estuvo lloviendo toda la noche y temprano en la mañana cuando Chalpol salió a cazar. Le dijo a su esposa que se dirigiría hacia el río a ver si podía pescar algo para su comida y para el sacrificio. No regresó hasta muy tarde en la noche. Cuando su mujer lo abrazó para besarlo, sintió su piel hirviendo de la fiebre de las lluvias. Le preguntó el porqué de su demora, cuestionándole su irresponsabilidad de andar de cacería con aquella fiebre. La respuesta de Calpol fue señalar hacia el morral. En este, había solo un pescado. Con la fiebre, no había podido atrapar nada más. Cada ocasión en que tuvo la oportunidad de agarrar alguno, el pez se le escurría. A duras penas capturó aquel.
—Bueno, con este pescado te voy a hacer una buena comida, amor, para que te mejores rápido.
—No, Cuzán, ese es para el sacrificio. Recuerda. No tenemos más.
—No seas irresponsable, que estás enfermo.
—Puedo comer frutas o maíz.
—El maíz se acabó por la mañana. Hay que buscar más. Nuestros sembrados no han dado fruto todavía.
—Entonces dame lo que sea, pero deja el pescado para el sacrificio.
Y así hicieron. A la mañana siguiente Chalpol no pudo levantarse de la cama y le pidió a su mujer que saliera a buscar el sacrificio de la noche. Ella protestó y dijo que no iba a dejarlo un segundo solo mientras estuviera enfermo.
—Si no vas, quién sabe cuál será la represalia de Huracán. Yo no quiero que nos vuelvan a separar, Cuzán. Lo prometiste, dijiste que íbamos a hacer todo por alabarlo y cumplir nuestra palabra. Recuerda que dije que era mucho lo que él pedía. No es que no quiera hacerlo, sino que es una difícil prueba. Porque eso es lo que nos puso Huracán, una prueba a nuestro amor.
—No lo entiendo, yo te amo, tú que siempre estuviste al lado de mi corazón lo sabes. No necesito nada para saberlo.
—Entonces, haz lo que te pido. Yo estaré bien para cuando vires.
—Esto es un castigo de Huracán.
—No digas esas cosas, sabes que, si hablamos de él, si mencionas su nombre, él nos escucha. Ya cumplió lo que pedimos. Ahora tenemos que hacer nuestra parte.
—Yo le pedí fue estar juntos, y desde que llegamos aquí no hemos podido estarlo un día entero. Hoy déjame cuidarte.
—Recuerda que esto es una prueba. Estoy seguro de eso. No es un castigo. Por favor, sal a cazar nuestra ofrenda y estaremos juntos para siempre. Yo estaré bien. Hazlo por mí. Si te preocupas por mi bienestar, entonces compláceme. Eso me hará sentir mejor.
Y así lo hizo Cuzán. En contra de su voluntad salió a cazar. Caminó hasta que el sol estuvo encima de su cabeza. Ni un solo animal se puso en su mira. A esa hora pescar era una locura porque le tomaría demasiado tiempo. Sin saber cómo, llegó a la casa del adivino. Este la esperaba.
—Bienvenida, Princesa, ¿cómo le va con su amado? ¿Encontraron el lugar que les dije?
—Oh, sí, anciano, mas no había tanta abundancia de caza como nos prometió. Ahora tenemos que salir durante el día a buscar el sacrificio de la noche.
—Todo en la vida se acaba, Princesa, no es que me haya equivocado. Debían haber pensado en eso antes de prometer lo que prometieron. Ahora, por nuestro bien, deben buscar una variante para resolver este asunto. O nos veremos afectados por las represalias de un Dios furioso. Oh, Princesa, no sabes de lo que es capaz un Dios cuando no le cumplen con la palabra dada.
—¿Entonces qué hago, Ah Men? Ayúdenos, por favor.
—Ya te ayudé en su momento. Ahora eso tienen que resolverlo entre ustedes. Hoy lo único que puedo hacer por ti es darte estas aves para que las ofrezcas a Huracán. Mañana ya será un nuevo día.
—¿Podré verte nuevamente? ¿Me volverás a ayudar?
—No lo creo, Princesa. Espero no volver a verla. Eso quiere decir que no hay problemas y estamos bien.
—¿A dónde irás ahora?
—Tengo una hija en una aldea detrás de la montaña junto al lago. A lo mejor vaya a verla. Adiós, Princesa.
No dijo más. Ni hizo falta.
imagen creada en canva
El rostro de Cuzán se iluminó al ver las dos grandes jaulas atestadas de guacamayos y otras aves. Agarró el regalo y se dispuso a irse. Se giró para agradecer al Ah Men, cuando el serio rostro de este le quitó la sonrisa de la boca.
—Ten cuidado, Princesa, con lo que decidan hacer. Los Dioses pueden ser muy buenos o muy malos. Depende de tu corazón. Y no pienses que puedes huir de su ira para siempre. A lo mejor pasa un ciclo y no piensas en ellos y no te escuchan y no tienen idea de dónde estás o con quién. Pero tarde o temprano aparecerá su nombre en tu cabeza, la de Chalpol o alguien cercano a ustedes. Ese día conocerás al verdadero rostro del Dios.
Cuzán agradeció al Ah Men, con un “gracias” que no sabía en ese momento si era por los pájaros o por sus últimas palabras. Estas eran tan sombrías como lo estaba su rostro antes de pronunciarlas, y la mantuvieron pensativa durante el camino de vuelta a casa. Llegó casi con la caída del sol. Encontró a su amado sentado al frente al altar, preparándolo para el sacrificio. Ella sonrió al verlo y señaló a ambas jaulas para que él viera el resultado de su día. Chalpol se levantó para recibirla. Juntos terminaron los preparativos y realizaron lo prometido a Huracán. En la mañana siguiente, ambos se dirigieron a la cima de la montaña más alta de la zona, y encendieron una alta hoguera en la que echaron plantas aromáticas, que le dio un olor diferente a la noche. El día siguiente fue muy distinto a los anteriores. Chalpol y Cuzán amanecieron bajo las pieles de los animales. Amándose. No tenían que preocuparse por salir a cazar debido a que las aves entregadas por el Ah Men le alcanzarían para varios días, que decidieron pasar juntos y recuperar algo de ese tiempo perdido. Nunca se había visto a Cuzán sonreír tanto. Por las mañanas despertaba a su amado con un canto de su niñez y por las noches adornó las comidas con flores y dibujos. Luego de realizar los sacrificios prometidos, se escabullían debajo de las mantas y hacían el amor. En ocasiones, se escaparon hacia el lago y nadaron desnudos bajo la luna y jugaban a hacer niños. Pronto las jaulas comenzaron a parecer vacías. Las aves restantes tenían más espacio para revolotear, y la pareja comenzó a preocuparse. Nuevamente las palabras del Ah Men retumbaron en la cabeza de Cuzán. Esa noche luego de hacer el amor, Chalpol le dijo a su amada que la mañana siguiente saldría a cazar. Ella no dijo nada, solo se quedó tendida a su lado, pensando.
—Mi amor, ¿has pensado qué bueno sería poder pasar el resto de nuestras vidas como lo hemos hecho en estos últimos días?
—Y lo vamos a hacer dentro de poco, luz de mis ojos, ten fe. Nuestro señor…
—No digas su nombre, Chalpol, no pienses siquiera en él por el momento, hazme el favor.
—¿Por qué no hacerlo? Hasta ahora estamos juntos gracias a él. Créeme, mi sol, que se lo agradeceré el resto de nuestras vidas mortales. El hecho de poder comer el maíz, agarrándolo con estas manos que por las noches te abrazan. El estar en tus brazos y besar tus labios. Caminar contigo sin colgar de tu cuello, mi luna, todo eso es gracias a quien no quieres nombrar. No sé por qué razón lo haces. Yo alabo su nombre por gratitud.
—No es que no agradezca, lo hago, pero lo que pedimos fue poder estar juntos para siempre. Y solo en estos días hemos podido estarlo. No quiero perder esto, amor, así que he pensado que pudiéramos irnos por el mundo. Vivir nuestra vida como queramos, y no como otros quieren que la vivamos. ¿Qué me dices?
—Pues que estás olvidándote que he vivido como escarabajo y no quiero volver a experimentar tal suceso.
—Ya nadie puede convertirte en otra cosa. Él mismo lo dijo. De eso no hay que preocuparse más.
—¿Te olvidaste de las lluvias y los rayos de la otra noche cuando no quisiste realizar el sacrificio? ¿Te imaginas lo que sucedería si huyéramos?
—Por eso fue que pedí que no pensaras en su nombre ni lo mencionaras. ¿Has visto que conversamos y el clima es tan hermoso como siempre? Él no puede vernos ni saber de nosotros si no lo invocamos con nuestra palabra. El cielo es muy amplio, y él debe de tener a muchos igual que nosotros que alaban su nombre y le piden.
—No creo que sea sabio lo que me pides. Es muy difícil no pensar en él, ya que fue uno de los que nos dio la vida.
—No pienses en eso. Confía en mí, amor, ¿no fui yo la que buscó la forma de volver a estar juntos? Déjame terminar lo que comencé. Nosotros podemos hacer lo que queramos. Tenemos que estar juntos en todo. ¿No quieres estar conmigo siempre? ¿O prefieres vivir cazando todas las mañanas y anocheceres?
—Claro que prefiero estar contigo, mas no así. Huir no es la solución. Mañana voy a cazar y realizaremos los sacrificios como Huracán nos pidió.
Ante aquella palabra Cuzán no pudo continuar la discusión, pero no cedió en su idea. A la mañana siguiente, Chalpol salió a cazar como antes acostumbró a hacer. Se dirigió al lago y en lo que esperaba a poder capturar algún pez, decidió ver si podía capturar algún otro animal para la cena. La noche lo sorprendió mientras continuaba en el empeño. Ni una sola caza. Ni una sola pesca. Regresó agobiado por haber pasado el día afuera en vano. Se preparó para escuchar la represalia de su amada. Y no podría decir nada. Sin embargo, cuando llegó a casa ella lo esperó muy amorosa. No le preguntó sobre su día, sino que preparó la mesa del sacrificio, agarró un ave de la jaula y la ofrendó a Huracán. Luego de terminar, comieron y le hizo el amor a su amado como si fuera el primer día de estar juntos. A la mañana siguiente, él salió a cazar de nuevo. Por el camino estuvo pensando en la noche anterior junto a su mujer, y hecho que ella no pronunciara palabra por no haber cazado pieza alguna. Aquel día fue igual que el anterior, solo podía ver a los monos y las aves en las copas de los árboles y en las madrigueras solo encontró restos de comida o nidos vacíos. Aquella noche regresó sin nada que ofrecer a su Dios benefactor. Cuzán lo recibió de la misma manera de la noche anterior, la única diferencia fue que no pudieron amarse porque él no dejaba de pensar en la jaula de guacamayos, cada vez más vacía. A ese paso en dos noches estarían sin nada que sacrificar. Solo ellos y la ira de Huracán. En la mañana se dirigió a la casa del adivino en busca de ayuda, de la misma manera que lo hizo Cuzán en su momento, pero el Ah Men no se encontraba. Tercera noche consecutiva de regresar con las manos vacías. Durante el camino se asustó de lo que les podría suceder en caso de no lograr cumplir lo prometido. Aquel pensamiento caló hondo en su ser, y un frío le recorrió el cuerpo y lo hizo tiritar. Recordó entonces a Cuzán, sus pechos y las noches maravillosas que habían estado viviendo desde que ella regresó con la jaula de guacamayos. No quería perder eso, no estaba preparado para separarse nuevamente de su mujer amada. De su Princesa. El recuerdo de ella desnuda sobre las mantas le calentó el cuerpo, y le dio el valor que necesitó para al llegar a su casa decirle a Cuzán que recogiera las cosas, que se iban.
—Sabía que recapacitarías, amor, nunca dudé de ti.
—No me malinterpretes, Cuzán, solo vamos a mudarnos hasta encontrar un nuevo lugar donde asentarnos. Uno en el que abunde la caza.
—A donde sea que vayamos se acabará algún día. Igual que aquí.
—No sé, Cuzán, a no ser que quieras enfrentarte a la ira de un Dios, no se me ocurre nada mejor.
—Marchémonos como dices, amor, mas menciones su nombre, no pensemos en él. Solo nosotros importamos. Seamos felices.
—No faltaremos a nuestra promesa, Cuzán.
—Será como quieras, Chalpol.
Y esa noche realizaron el sacrificio prometido. Comieron e hicieron el amor en el río, luego bajo las mantas. Cuzán no quería que su marido cambiara de idea durante el sueño, así que lo mantuvo despierto hasta que el sol comenzó a filtrarse a través de las ramas de los árboles. Agarraron sus pertenencias y salieron caminando sin pronunciar palabra alguna. Sin rumbo fijo. Solo caminaron. Evitaron acercarse a la cabaña del Ah Men para que no los viera, en caso de que hubiera regresado, y adivinara sus pensamientos. Anduvieron hasta que sus pies les dolieron y el sol estuvo a punto de esconderse. Esa noche no encendieron hoguera alguna. Comieron y se abrazaron bajo las mantas. Sin dormir. Estuvieron con los ojos abiertos sin decirse nada. Atentos a todo sonido de la noche, esperando que tras cada ruido apareciera Huracán con toda su ira. Los amantes temblaban sin sentir frío alguno.
La mañana los descubrió con total tranquilidad. Las aves comenzaron su concierto en las altas ramas de los árboles. Entre las hojas la vida resurgió y la pareja fugitiva salió de su comodidad. Desayunaron y se dispusieron a buscar caza o algún campo de maíz para alimentarse. Así anduvieron durante tres días con sus noches. Al cuarto, cuando el sol estuvo sobre ellos, divisaron una ciudad. En medio de ella se alzaba la pirámide que reconocieron como Yax Mutul. Aquella era una de las ciudades más pobladas de aquel tiempo. La pareja entró en la ciudad e intentó pasar inadvertida. Buscaban un lugar donde levantar una casa y encontrar comida. En la base de la pirámide encontraron a un grupo de habitantes de la ciudad reunido en torno a alguien que se dirigía al público en voz alta. Cuzán y Chalpol se acercaron a escuchar lo que decían. El hombre habló de tormentas, en pueblos no muy lejos de allí, que habían inundado dos valles en dos días. La pareja supo identificar, por la dirección, que era donde ellos estuvieron viviendo. De pronto uno de los oyentes sugirió que había que aplacar la ira de los Dioses y decidieron realizar una serie de sacrificios a Huracán, para que aquellas penalidades no los afectaran a ellos. Al escuchar el nombre tan evadido hasta el momento, Cuzán no pudo sino mirar aterrada a su esposo. Al momento el cielo comenzó a cubrirse de nubes negras y relámpagos las alumbraban por instantes. Una lluvia inesperada comenzó a caer sobre ellos, que no atinaron a otra cosa que no fuera correr.
—Sabías que era una malísima idea la de venir aquí —Dijo Cuzán mientras corría tras Chalpol.
—La mala idea fue huir desde el inicio. No sé cómo me dejé convencer.
—Lo viste por ti mismo. Yo solo te seguí.
—Como sea, ahora solo nos queda seguir adelante. Vámonos de aquí, Cuzán —Le ordenó, señalando a un campo de maíz en frente a ellos—. Por aquí.
La mujer lo siguió y se introdujeron en la plantación. La lluvia siguió cayendo sobre ellos y a lo lejos se escuchaban los rayos al caer sobre las casas de la ciudad. En la noche, sobre la pirámide, se podía ver el fulgor de una hoguera que debían de haber encendido para aplacar la ira de un Dios, que nada tenía en contra de ellos. Su objetivo era otro.
—¿Ahora qué hacemos, amor? —le preguntó Cuzán, una vez asentados dentro de una cueva en la base de una montaña.
—No sé. Tú siempre has sido la de las ideas sobre el futuro. A mí solo se me ocurre correr.
—¿A dónde? —volvió a preguntar. En sus ojos él pudo ver el miedo.
—No sé, amor —le dijo él tranquilizándola con un abrazo—, por ahora quedémonos aquí que tenemos calor. Esta es una cueva muy cálida.
Y en efecto lo era. La pareja se acostó sin taparse con las mantas ni encender fuego alguno. La piedra de las paredes y el suelo estaba caliente.
En la noche una pequeña vibración los despertó.
—¿Qué pasa, Chalpol?
—Tenemos que irnos, Cuzán. Corre.
—Pero…
—No sé cómo nos ha encontrado. Pensé que habíamos escapado. La montaña va a explotar.
—Tenemos entonces que apurarnos, Chalpol. Vamos, yo te sigo.
—Afuera cae ceniza. Hay que cubrirse con las mantas. ¿A dónde vamos?
—Al sur de aquí hay otra ciudad. Podemos refugiarnos en ella por el momento.
—Vamos entonces, amor.
A duras penas llegaron a su destino. Al salir de la cueva, la ceniza caliente fue seguida por una pequeña lluvia de rocas que les chamuscó las mantas. No pudieron ver bien por dónde caminaban porque las cenizas les quemaron los ojos. Todo jugó en contra de la pareja, pero al final pudieron llegar. Lo hicieron en el momento en que la ciudad realizó sacrificios para aplacar la ira de la montaña. Las casas se veían cubiertas de gris y varias hogueras encendidas en la oscuridad. Nuevamente el suelo tembló bajo sus pies y un sonido ensordecedor calló los cánticos rituales y la montaña vomitó candela. Parte de esta calló sobre los techos, muy cerca de dónde se encontraban Cuzán y Chalpol. Al ver las rocas encendidas destruir los hogares de los habitantes, ambos miraron hacia la montaña. En la nube de polvo y humo que crecía hasta el cielo pudieron ver el rostro de Huracán y su mirada de ira fija en ellos. Los dos amantes se tiraron al suelo y lloraron. Aguardaron el momento en que una de las piedras de fuego lanzadas por el Dios acabara su tormento. Esta nunca llegó. Durante tiempo vieron cubrirse el piso de escombros y cenizas; las rocas caer y la candela brotar de la cima de la montaña. Y Huracán seguía allí, mirándolos. Cuzán lo miró aterrada. No le quitó la vista durante un rato. De pronto su temor se transformó en un disparo de valor y agarrando a su amante por el brazo se levantó y echaron a correr. Huracán también los vio y otra explosión, mucho más grande que todas las anteriores acompañó la carrera de los prófugos. La roca líquida alcanzó la ciudad y una a una las casas comenzaron a prenderse. Chalpol comenzó a guiar a su mujer entre las ruinas de las viviendas y a través de nubes de humo. A su paso veían los cadáveres de mujeres, hombres y niños que no pudieron escapar a la ira del Dios. Al llegar al límite de la ciudad, donde comenzaba el bosque, Chalpol le indicó a Cuzán que siguiera corriendo y lo esperara en lo profundo. Él la encontraría.
—Te va a matar, amor, vamos.
—Corre, Cuzán. Corre hasta que no veas humo y piedras cayendo de la montaña. Hasta que el ruido se borre de tus oídos. La roca líquida no me alcanzará aquí. Estamos muy alto así que es seguro para nosotros. Tengo que hablar con él —le ordenó mientras señalaba hacia Huracán—. No pienso huir más.
—Vamos, mi sol, no me dejes sola de nuevo.
—No lo haré, lo prometo. Por ahora, hazme caso y corre, que yo te alcanzaré.
Y su mujer lo obedeció. Corrió como quien no tiene otra cosa que hacer en la vida. Chalpol en cambio, decidió virarse hacia donde el furioso Dios continuaba observándolo.
—Dime qué es lo que quieres de nosotros —le gritó a la nube de humo.
—Ingratos. Solo quería que ustedes, humanos, volvieran a querernos y alabarnos. Eso fue lo que los diferenció de los animales y la causa de los tres intentos de la creación. Solo falta que estén en peligro y necesiten de nosotros para que aparezcamos en sus bocas y corazones. Entonces alaban nuestros nombres. Lo quise hacer por las buenas, humano. Solo quería lo que me prometieron, Chalpol, nada más —Le respondió Huracán—. Me mintieron, luego de lo que hice por ustedes. Les advertí que no lo hicieran. Ahora quiero que conozcan el precio de su mentira. Van a sentir mi ira, humanos.
—¿Estas personas tienen que sufrir por lo que nosotros hemos hecho?
—No es mi culpa. Ustedes sabían que habría consecuencias. No podrán correr mucho. Mientras más lo hagan, seguirán sucediendo cosas así. Han sabido ocultarse durante algún tiempo, y cada vez que mi nombre se pronuncie, cosas peores sucederán. Así que corran, humanos, huyan y escóndanse, que toda la muerte que los perseguirá caerá sobre sus hombros.
—Vamos a hacer un acuerdo, no todo puede ser así. Debe haber una solución que nos convenga a los dos.
—Ya el tiempo de hablar se terminó, Chalpol, ahora solo quiero que corran.
Una nueva explosión aun mayor que las anteriores hizo desaparecer la imagen de Huracán. Chalpol pudo ver cómo los cuerpos y casas de la ciudad eran sepultados por una capa de roca líquida que ardió durante toda la noche y parte de la mañana. Entonces corrió. Lo estuvo haciendo hasta que encontró a Cuzán. La halló a los pies de una Ceiba gigantesca que crecía en el medio de una pradera. Ella, al verlo, corrió hacia él, lo abrazó y besó sin importarle la capa de sudor y ceniza que lo cubría. Caminaron de la mano hacia un río cerca de allí, y como si no estuvieran amenazados a muerte, se quitaron la ropa y bañaron mutuamente.
—Este debe de ser el centro del mundo, amor —le decía Cuzán mientras se ponían la ropa—. Fíjate en esa ceiba. Cuando llegué corriendo hasta este prado me di cuenta de eso. Dime si has visto lugar más verde o ceiba tan alta. Por eso le recé a Hunab Ku para que te ayudara y salvara la vida. Y aquí estás.
—No reces más por nadie, amor, que nadie puede ayudarnos. Estoy vivo porque él me dejó vivir. Quiere que corramos y suframos nuestra falta.
—Este es un lugar sagrado. Aquí no podrá hacernos daño. No junto al árbol de la vida.
—A lo mejor no. Pero no podemos quedarnos aquí para siempre, corazón. Tenemos que comer, protegernos del frío y de las lluvias. Hay que irse.
—¿A dónde?
—¿Tú me sigues?
—Hasta el fin del mundo.
—Vamos y no preguntes entonces.
—Para allá no hay ciudades —le advirtió Cuzán a su amante cuando vio la dirección que tomaban—. Solo bosques.
—Evitemos las ciudades, amor. Donde quiera que haya personas estará él, y la muerte nos rodeará —Chalpol hizo una pausa y le agarró el rostro a su amada—. Quizás la nuestra. No estoy dispuesto a perderte.
—Yo tampoco, Chalpol, sin embargo, no podemos vivir para siempre alejados de los demás. Nuestros hijos necesitarán de la vida en las ciudades.
—Eso es un lujo que por el momento no podemos darnos, Cuzán. No quiero más sangre en mis manos. Por nuestra culpa han muerto personas.
Cuzán lo miró. Triste.
—Sé lo mucho que extrañas la vida en la ciudad, amor. Mas por ahora solo nos tenemos uno al otro. Los dos solos saldremos adelante.
—Yo quiero un hijo, Chalpol. ¿Tú no?
Él la miró de forma tierna y cogiendo su rostro con ambas manos la besó en los labios.
—Claro que sí. Un hijo tuyo es lo que más deseo en mi vida. Para eso tenemos que averiguar cómo librarnos de la maldición que pesa sobre nosotros.
—Está bien, amor, ya veremos cómo deshacernos de la ira de Huracán.
Juntos podemos vivir sin que nos encuentre. No necesitamos a nadie más. Contigo me basta para ser feliz.
—Entonces vamos, mi cielo. Busquemos nuestra casa.
Caminaron durante días y cada vez que subían a algún lugar alto, veían en el horizonte las luces de los rayos y tormentas del furioso Dios que los perseguía e inundaba valles y montañas, ya fuera agua o de fuego, en un intento de descubrir dónde se encontraba la prófuga pareja. Solo se detuvieron la mañana que llegaron a la orilla del lago. En el centro de este, Cuzán pudo ver la isla donde su antigua familia vivía, tiempo atrás, antes de ser prometida a su antiguo esposo y de ser separada de Chalpol. Ya sus padres no vivían allí, y los habitantes de su aldea se habían mudado hacia otras tierras.
—Allí es donde vamos a vivir ahora, amor. Lejos de toda persona y Dios. Nadie nos buscará en aquel lugar.
—Nunca pensé en regresar —le confesó Cuzán—. Esa isla me trae malos recuerdos.
—Pues vamos a hacer nuevos y mejores.
Mientras Chalpol colocó las trampas para animales, y buscaba un tronco que sirviera para construir una canoa que les permitieran cruzar al lago, Cuzán recordó los tiempos en la isla. Ella siempre quiso salir de allí. Ser libre y no confinada a una pared de agua que le dijera hasta dónde podía caminar. En eso se parecía mucho a su amado Chalpol, que la había visto un día desde la orilla opuesta a la de ella, y se quedó tan maravillado de su belleza que cruzó a nado la distancia que los separaba. Ella se enamoró de sus historias de tierra adentro, del espíritu aventurero de él. Su padre no pensó igual y escogió para ella otro hombre.
Estuvo recordando momentos de su infancia durante los dos días que duró la construcción de la rústica canoa que los transportó a su nueva casa. Se instalaron en lo alto de la isla, desde donde podían ver la orilla del otro lado del lago. Se maravillaron del número de animales que había. Estos habían sido dejados atrás, por los antiguos habitantes, y sobrepoblado la isla desde su ida. Esa noche comieron bien, y cayeron dormidos tranquilamente uno al lado de otro debido al cansancio acumulado por días de huida.
Tiempo transcurrió y un buen día en que Cuzán salía de la casa que habían construido, vio una hoguera encendida en la cima de la montaña, justo a la orilla del lago. Chalpol construía un corral para colocar a los animales. Cuzán creyó saber de quién era la hoguera. Caminó hacia el sitio donde cada noche, junto a su amante, veían las luces de las tormentas y escuchaban las explosiones que salían de las montañas lejos de ellos. Ambos sabían qué eran aquellas luces y sonidos. A veces duraban toda la noche, y durante la mañana, en ocasiones, sentían sonidos atrasados que el viento les traía de lugares lejanos. Cada uno de aquellos, la pareja los oía como anuncios, como si fueran las pisadas de un gigante que se dirigía hacia ellos y amenazaba con pisarlos. Cuzán miró a la hoguera y pasó su mano sobre su vientre. Pensó en Chalpol y en lo que ellos más querían. Volvió dentro de la casa y preparó la comida. El olor de la carne la hizo salir y vomitar lo que había desayunado esa mañana. Al terminar, volvió a observar la hoguera. Desde allí sentía los golpes de Chalpol al cortar la madera para el corral. Decidida, caminó hacia donde habían guardado la canoa y la echó al agua.
Al otro lado del lago tuvo que caminar hacia el interior del bosque, para hallar un sendero que le permitió subir hasta el sitio donde se encontraba la hoguera. Allí vio al Ah Men, parado al lado del fuego. Cuando sintió llegar a la Princesa, arrojó unas plantas a las llamas.
—Ya era hora que llegaras, Cuzán.
—Qué bueno verte gran Ah Men. Te necesito.
—Lo sé, Princesa. Siempre que nos hemos visto ha sido igual.
—Necesito que olvides lo referente al Dios que invocaste hace tiempo para ayudarme. No menciones ahora su nombre o ambos sufriremos su ira, adivino.
—Y no queremos eso, ¿o sí?
Allá en la isla, Chalpol regresó a su casa a ver cómo seguía su mujer, y al llegar solo encontró la vivienda vacía. Salió a buscarla, asustado, por los alrededores donde frecuentaban estar y fue que pudo ver la hoguera en la montaña, a la orilla del lago. Sin pensarlo dos veces, echó a correr hasta el lago y se lanzó al agua.
En ese momento fue que Cuzán pudo ver bien al anciano que tiempo atrás la ayudó. El cuerpo de este presentaba cicatrices de quemaduras en sus brazos y la mejilla izquierda. Al hablarle, sonrió como acostumbraba hacer en otros días, solo que esta vez la quemadura transformó la tranquila expresión del anciano en una atemorizante mueca.
—¿Cómo está su hija, anciano? —preguntó Cuzán sin quitarle la mirada a las marcas de los brazos.
—Eso no es lo que me quieres preguntar, Princesa. Sé que lo que menos te interesa es aquella mujer que no conoces. Hazlo, saca lo que tienes en la mente. Dilo.
—¿Cómo se hizo eso? ¿Le duele? —preguntó con temor a que no le gustara la respuesta, o peor aún que la conociera. En aquella ocasión en que fue sorprendida por Huracán, allá por la pirámide de Yax Mutul, vio quemaduras similares.
—Me sorprendió la furia de la montaña varias noches atrás. Visitaba a mi hija que recién había acabado de tener a su primogénito. Decidimos consagrarlo al mismo Dios que te presenté y tan bueno fue contigo. Sin embargo, ese mismo Dios decidió no serlo con el pueblo de mi hija y desató su ira contra él. Nadie sobrevivió. Al menos nadie del pueblo. De repente la noche se volvió tan clara como el día. Cada casa era una hoguera. Cada persona era una antorcha que alumbraba mientras corría en busca de algo para apagar el fuego sobre su cuerpo. Mis brazos están así por tratar de salvar a mi hija, que terminó bajo el techo en llamas de la casa. Con ambas manos lo levanté mientras sentía el olor de mi carne, y con ellas traté de apagar el fuego de su ropa encendida. Al ver que no se extinguían las llamas, me lancé sobre ella y así fue como pude apagarla. Esto —dijo y mostró su rostro—, es la marca del último beso que le di a mi hija.
—Lo siento, Ah Men, no lo sabía —le dijo Cuzán asustada. En el lago, Chalpol avanzaba hacia ella—. Me alegro que al menos estés bien. Entonces yo voy a ver a mi amado y regresar a casa.
El anciano se viró hacia la hoguera y echó varias plantas dentro de ella.
—No me has preguntado qué hago aquí.
—Tú tampoco. Imagino que no hiciera falta. Eres un buen Ah Men.
Chalpol casi alcanzaba la orilla.
—Yo sé por qué estás aquí. También dónde vives y por qué lo haces. Aunque lo más importante es que sé por qué murió mi hija.
—En el incendio me has dicho.
Cuzán estaba asustada. El adivino veía el avance del joven amante. El cual parecía que nunca iba a llegar.
—Sí. Es verdad. Lo que no te dije fue cómo sobreviví. o si lo hice.
Cuzán no pudo evitar temblar ante la mirada del adivino. Instintivamente se llevó la mano al vientre. El Ah Men no se perdió ese movimiento.
—Ah, Princesa, luego de levantar el techo de encima de mi hija y extinguir las llamas, se me apareció un ser enorme, conocido por los dos —ante esta afirmación, Cuzán comenzó a caminar hacia atrás, para en algún momento echarse a correr. El adivino avanzó hacia ella, envuelto en el humo gris que expedían las plantas lanzadas al fuego—. Él me habló y culpó que ustedes le hayan faltado a su palabra. Por eso pagaron mi hija, mi nieto y toda la aldea. Me dijo que ustedes tienen que pagar su mentira.
—No es cierto, buen Ah Men, no fue así. No entiendes —dijo Cuzán y echó a correr. El adivino no la persiguió. En su lugar comenzó a cantar a voz en cuello. El humo de la hoguera se confundió con su cuerpo y de pronto el bosque se llenó de aquella humareda. Por mucho que Cuzán intentó apresurar el paso, el humo la rodeó y se le introducía por la nariz al respirar, e hizo que el pecho le ardiera por dentro.
Cuzán tosía, no podía correr, mas no detuvo el paso. Poco a poco bajó la montaña en dirección al río. De pronto escuchó una voz. Su nombre viajaba a través del humo de la hoguera. Ella respondió.
—Grita lo que quieras, Princesa, que no te escuchará nadie —le dijo el Ah Men desde el humo. Entre el humo—. ¿No querías correr, huir? Ahora es todo lo que puedes hacer. Si tanto quieres a tu amado, corre hacia él, que debe de andar por aquí cerca. Corre, Cuzán, salva a su hijo de la ira de Huracán. Eso es, huye, Princesa, antes que faltes nuevamente a tu promesa de consagrar tu descendencia y sea mayor la furia de Huracán.
Ella no necesitó de otra orden para correr extrayendo fuerzas del miedo a la deidad nombrada. Hacía tiempo que ese nombre no llegaba a sus oídos. Entre tos y tos gritó el nombre de su amado esperando encontrárselo en cualquier momento. Tenía que alertarlo de que se alejara de allí. Mas no lo halló. Se dio cuenta que había sido una ilusión, una mentira del Ah Men para asustarla. El padre de su hijo estaría aun cortando la madera del corral. Llegó a la orilla de la laguna. Allí no había humo alguno ni pisadas que no fueran las de ella, pudo escuchar a lo lejos la voz del Ah Men y su cantar. Del otro lado estaría su amado. Sacó la canoa y remó con las pocas fuerzas que le quedaban para alertarlo del peligro inminente.
Encima de ella el cielo comenzó a nublarse.
Chalpol alcanzó la cima de la montaña con el sol aún encima de su cabeza. Pasó gran trabajo porque, a medio subir una niebla espesa lo cubrió y no le permitía ver más allá del alcance de su mano. Por momentos creyó oír la voz de su mujer y la llamó, sin recibir respuesta, así que continuó subiendo. El anciano estaba de pie frente a la hoguera. De su voz salía un cántico que detuvo al notar su presencia.
—¿Dónde está mi mujer, Ah Men? ¿Qué haces aquí?
El adivino no se viró hacia él, solo señaló hacia la laguna donde se veía la pequeña canoa conducida por su esposa. De pronto el cielo comenzó a nublarse. Varios truenos ensordecieron sus sentidos. La lluvia comenzó a caer.
—No puede ser. No hemos mencionado su nombre —dijo, y vio al anciano sonreír—. ¿Qué has hecho, Ah Men? ¿Por qué?
Intentó agarrar al anciano por los hombros para obligarlo a responder y este se desvaneció en el humo que los rodeaba. Una voz estridente retumbó en el aire. Chalpol inició el descenso a toda velocidad. Las ramas lo golpearon al no poder verlas durante la carrera debido al humo. Solo mantenía en su mente el salvar a Cuzán. Al llegar a la orilla podría gritarle y ordenarle que regresara. Chalpol corrió, un temblor en la tierra lo tiró al suelo y lo hizo rodar pendiente abajo hasta parar contra un árbol. La figura de Huracán se perfiló en el humo que envolvía la montaña y su voz hizo temblar el suelo.
—Han faltado una vez más a su palabra, humano, ahora no se salvarán de mi ira.
De nada valió que Chalpol implorara la salvación de su amada. La tierra continuó su temblor. Un sonido de roca al quebrarse se sintió, acompañó a la lluvia con ceniza. El bosque pronto perdió el verdor vivo que lo caracterizaba para vestirse de gris y negro. Presagio de muerte. El amante pudo alcanzar la orilla, pero ya su amada se encontró más allá de la mitad del lago, fuera del alcance de su voz. Fue a lanzarse al agua y nadar tras ella cuando vio que la canoa salía disparada por el aire, que junto a su amada, fueron a perderse en un mar de burbujas y vapor de agua. Chalpol corrió hacia ella, Huracán se le plantó delante e impidió su paso. Alzó su mano y la montaña vomitó roca líquida. Del fondo del lago salía borbotones de agua caliente. Las olas del lago llegaron hasta los pies de Chalpol quemándoselos. Este echó hacia atrás. El único movimiento que pudo hacer desde que apareció el imponente Dios.
—Si vas a hacerme algo, hazlo. Ya nada importa.
—Oh, no, humano, nada de eso.
El agua continuaba tragándose la tierra. El aire se llenó de vapor del lago. La temperatura del agua obligó a Chalpol a retroceder. Nuevamente el humo de la isla lo envolvió. Cuando este desapareció, se vio en la cima de la montaña, allí donde había estado la hoguera del Ah Men. Desde aquél lugar pudo observar cómo la isla y toda la ciudad de los ancestros de Cuzán desaparecían bajo las aguas. Aquella visión no era nada comparada con la de su amada al saltar por los aires junto a la canoa, para no reaparecer más.
—Es una lástima que haya tenido que ser así, Chalpol —dijo una voz a su espalda—. Hubieras sido un buen padre.
Al virarse notó la figura de Huracán en el cielo. Se sorprendió al escuchar ser nombrado como “padre”. En ese momento, entendió el comportamiento reciente de Cuzán.
—Sea como quieras… jamás alabaré tu nombre nuevamente. Me has quitado lo que alguna vez me interesó en la vida. Termina con ella de una vez o juro que haré lo imposible para destruirte.
—Simple mortal, tú entre el resto los humanos ¿osas amenazarme? Hasta el otro día eras un simple maquech.
—Que ahora no tiene nada que perder. No vas a ser la primera deidad que cae.
—De cumplirse tu amenaza, sería el primero en caer a manos de un humano. Algo imposible para un simple mortal.
—Oh… no hablo de muerte, Huracán —Chalpol pronunció su nombre de manera desafiante—. Hay cosas peores que descender a Xibalbá.
Huracán iba a contestarle cuando vio algo en los ojos del humano que lo hizo detenerse. Decidió entonces hablar, pero su discurso fue interrumpido por la declaración de Chalpol.
—A partir de hoy no correré más, Huracán, ni temeré decir tu nombre. Al contrario, lo proclamaré por las cuatro esquinas del mundo como aquél que falta a su palabra.
—Jamás he faltado a mi palabra, y lo sabes. Tú fuiste quien lo hizo.
—Aquellos que como yo conocen de lo que has hecho desde el día en que me transformaste hasta hoy, no te creerán. Me separaste de mi mujer, obligándome a cazar durante el día y dormir de noche luego de realizar un sacrificio en tu nombre. Me prometiste que estaría para siempre con ella y yo en cambio, te juré que te consagraría mi descendencia. ¡Y solo fue un engaño de tu parte!
—¡Mentira! —gritó Huracán y el viento casi lanza a Chalpol por los aires.
—Por medio de trucos y engaños nos tuviste separados y trabajando para ti, para la grandeza de tu nombre. Dime que no me creerán cuando lo diga y cuente que eres el culpable de la destrucción de todas las ciudades, valles y montañas por las que pasamos en nuestro camino hasta aquí.
—No te creerán, humano.
—Oh, Huracán, qué poco conoces a tu creación. Me creerán, al inicio, los familiares de aquellos que murieron bajo la lluvia de rocas y cenizas. Luego serán muchos más. Aquellos que noten que ha desaparecido una isla entera. Y quién sabe si alguien diga que todos los habitantes de esta.
—Ahí no vivía nadie, humano.
—Eso lo sabemos nosotros. En un futuro cercano cuando noten su ausencia, culparán a tu furia y te temerán. Con el tiempo, serán muchos más los que dejen de mencionar tu nombre y alabarán a otros. Serás aborrecido por toda tu creación.
En el rostro de Huracán cruzaban rayos y truenos por la ira del progenitor, ante la tremenda desvergüenza de Chalpol. Este, sin embargo, comenzó a sonreír, para mayor furia del Dios. La lluvia y el viento comenzaron a arreciar. Chalpol tuvo que sujetarse a un árbol para no salir volando por los aires. Mientras el viento duró, él se estuvo riendo a carcajadas, pues disfrutaba de su victoria. Pronto, se decía, nadie pronunciaría el nombre del Dios, al menos en buen sentido.
De repente el viento cesó, las nubes se fueron y la lluvia con ellas.
Se le apareció el Ah Men entre las ramas rotas de los árboles. Chalpol soltó el tronco del árbol al que estaba agarrado y corrió hacia el anciano. Detuvo su paso al observar los brazos y rostro sin quemaduras del Ah Men. Este habló, mas de su boca no salió su voz, sino la del progenitor.
—Has ganado, Chalpol, lo reconozco. Tendrás la libertad que deseas y a tu mujer contigo. Podrás verla todos los días y sus hijos serán consagrados a mí, tal y como habías prometido.
Diciendo esto, una nube de humo comenzó a rodearlos y entre ellas apareció la imagen de Cuzán. ¿Es eso lo que querían desde el inicio?
—Sí y ella también tiene que ser libre para ir a dónde quiera ir. Que nadie pueda retenerla. Por siempre libre. Si me concedes esto, juro que nunca más diré palabra alguna que manche tu nombre.
—Entonces eso es lo que te concedo, en cambio no hablarás nunca más, ninguna en absoluto. ¿Tenemos un trato?
—Trato —respondió sin pensarlo. No había nada que pensar…
Y diciendo esto, el Ah Men desapareció, y la voz de Huracán y la de Chalpol con él. Chalpol, mudo, corrió hacia su amada y esta hacia él.
Al abrazarla, Cuzán se transformó en una hermosa ave que se escurrió entre los brazos de su amado quien la vio volar libre hacia el bosque. Un pájaro hermoso de bello plumaje; uno de esos que se utilizaban en los sacrificios a Huracán.
Me gustaría invitar a esta interesantísimo concurso a mis amigas @kpoulout, @iriswrite y @marthaborrell