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El viento es un caballo que corre por el cielo;
a veces va desnudo, con sólo su ternura,
a meterse en las ramas y a aclarar su espesura;
a veces va en el trueno que se estrella en el suelo.
Un caballo que corre sin camino y sin miedo.
No destroza las nubes, no teme a la montaña,
no se atrasa, no falla ni sabe del mañana;
un caballo que anda sin falsetas ni enredo.
El viento es sólo el viento, como tiene que ser;
un huracán sangriento como un hombre malvado,
un niño que sonríe, feliz entre lo amado;
una fuerza sencilla e indomable al crecer.
Es voluntad, deseo, palanca que te eleva
a la cima o te tira de bruces en la nada;
es un potrillo libre de sangre empecinada
en correr como corre la furia que lo lleva.
El viento es un caballo, el cielo su morada,
la libertad lo impulsa, lo empuja hacia las ramas;
pero el viento es aquello que si te roza, amas,
como la libertad, ¡sí! ¡esa fuerza sagrada!
Más sagrada que madre... que embriaga más que el vino,
y si al mundo usted vino… y no bebe sus mieles,
entonces ¿a qué vino?... ¿acaso habrá más fieles
que los hombres que beben por libertad el camino?