Deseo Desinhibido - Cuento

in Literatos11 months ago

¡Advertencia!

Esta historia podría tener una escena un poco subida de tono. Si no es de tu agrado este contenido, será mejor que no sigas leyendo y busques algo más de tu gusto.


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Deseo Desinhibido

Siempre me había dado miedo llevar a Alexia a mi casa. No era porque me avergonzara de mi hogar, ni nada que se le pareciera. Mi miedo se debía más bien a mis padres. Ellos no habían crecido de la misma manera que mi generación, por ende, les era demasiado difícil comprender que a veces no elegíamos a quién amar, y yo amaba a Alexia.

Obviamente, ellos no tenían ni idea de que su hija mayor no era “normal”. Para mi desgracia, mi hermana Claudia, que era un total fastidio, había descubierto mi gran secreto.

La única manera de mantener la callada era haciéndole sus tareas. Había salido toda una chantajista, pero si quería que mantuviera la boca cerrada, tenía que hacer lo que me pidiera. Esperaba que después de la graduación pudiera acabar con toda la doble vida que llevaba, y también dejar de ser chantajeada por mi hermana menor.

Mi casa no era muy grande, y eso significaba que las habitaciones eran igual de pequeñas. Aunque en el fondo agradecía tener algo de privacidad. Hubiese sido fatídico tener que compartir cuarto con el demonio que tenía por hermana.

Era martes por la tarde y por suerte, para ambas, nuestro profesor de química se había reportado enfermo y no iba a poder ir al colegio a dar su clase. Todos en el aula festejamos, y recogimos nuestras cosas para irnos.

Alexia y yo caminamos hacia el portón del colegio y yo decidí que tal vez era buena idea llevarla a mi casa. Sabía que mis padres estaban en sus respectivos trabajos y a Claudia todavía le quedaban un par de horas de clases. Estaríamos solas, y luego podría acompañarla a su casa antes de que mis padres volvieran.

—Vayamos a mi casa —dije tomando su mano ya fuera de las adyacencias del colegio. Ella me miró dudosa, pero yo solo tiré de su mano para que caminara.

—¿Estás segura, Marissa? ¿Qué hay de tus padres?

—Están trabajando. No te preocupes por ellos.

—¿Y Claudia?

—Está en el colegio. Saldrá de allí en dos horas. Cuando vuelva ni siquiera vamos a estar allí porque estaremos yendo a tu casa. —Traté de transmitirle un poco de la seguridad que llevaba conmigo—. ¿No quieres ver mi habitación?

—Por supuesto que quiero —Ella exhibió su maravillosa sonrisa. Esa que hizo que me enamorara.

Caminamos por quince minutos y llegamos a la urbanización donde vivía. Un conjunto de casas pequeñas se alineaban a lo largo de la carretera. Al caminar por la acera solté su mano.

Mi casa estaba pintada de un verde agua, y tenía un minúsculo jardín que papá se empeñaba en tener porque decía que no había nada más lindo que una casa con plantas. Saqué las llaves del bolsillo de mi falda y abrí la puerta. Dejé que Alexia entrara primero y luego la seguí.

Ella miraba la pequeña sala con curiosidad; mamá tenía fotos de Claudia y mías colgadas en las paredes, y tenía repisas con adornos de cerámica y vidrio que a mí particularmente no me gustaban porque era un dolor de cabeza limpiarlos.

—¿Quieres agua? —Le pregunté.

—Sí, por favor. —Ella se acercó más a la pared para observar mejor las fotografías.

—Puedes dejar el bolso sobre el sofá. Ya regreso.

Aunque no lo pareciera, estaba realmente nerviosa de tener a Alexia en mi casa. Llevábamos siete meses juntas y ella me había llevado a su casa, e incluso me había presentado a sus padres y hermanos. Ellos sabían de nosotras, y aceptaban nuestra relación, aunque no nos permitían estar a solas por mucho tiempo.

Me sentía mal, porque yo no había sido capaz de hacer lo mismo. Me avergonzaba saber que mis padres no nos aceptarían. Alexia sabía eso. Por eso nunca tenía problemas en que siempre estuviéramos en su casa.

—Aquí está tu agua.

—No has cambiado nada —dijo ella señalando una foto navideña donde tenía seis años. Alexia tomó el vaso de agua y se me quedó mirando.

—Vamos a mi cuarto —dije con el poco valor que tenía.

La guie por un pasillo algo angosto y ella se detuvo en la puerta que tenía mi nombre grabado en un pedazo de madera. La vi tomar el pomo de la puerta y girarlo. En ese momento agradecí haber limpiado un poco mi habitación.

—¿Amarillo? —Ella enarcó una ceja.

—¿Pensabas que mis padres me dejarían pintar mi habitación de negro? Ya les basta con mi alma.

—Eres una idiota, ¿sabías?

—Supongo que eso fue lo primero que te gustó de mí.

Ella se giró para verme y me dio un ligero empujón. Luego se acercó al estante que tenía en la pared donde tenía algunos peluches y CDs de mis bandas favoritas. Alexia los tomó y los revisó uno a uno, para luego volverlos a poner en su lugar.

Me senté en mi cama tamaño individual y aproveché de quitarme la camisa del uniforme quedando solo con un top de tirantes. Ella dio unos pasos hasta donde me encontraba y se sentó a mi lado.

—Me gusta, es acogedor.

—No hay nada más acogedor que una casa de pobres.

Las dos nos reímos de mi mal chiste y luego sin saberlo nos estábamos besando. Era de las poquísimas veces que teníamos tanta privacidad, y debido a eso, nuestros besos no eran tan inocentes. Estaban cargados de deseo y muchas hormonas. Sentía que era la primera vez que realmente sucumbíamos a aquello que tanto anhelábamos.

Sus manos fueron a mis caderas y mi corazón, que ya de por sí estaba agitado, se aceleró todavía más. Me puso sobre ella en cuestión de segundos y sentí que se me cortaba la respiración.

—¡¿Estás bien?! —Me preguntó con la voz agitada.

—¡Ajá! —No podía articular las palabras.

De pronto sus manos subieron por mi abdomen y se dirigieron hasta mis pechos, haciendo que sintiera una oleada de calor. Sus ojos nunca dejaron los míos, como si quisiera ver cada reacción de mi parte.

Sus dedos llegaron hasta los tirantes de mi top y ella los deslizó hacia abajo, dejando ver mi sostén. Me estaba muriendo de los nervios, sentía que me iba a desmayar en cualquier momento. Alexia tomó uno de los tirantes de mi sostén y lo desabrochó. Cuando vi que su mano quería deslizar la copa, detuve su mano.

—Todo va a estar bien, Marissa.

Sus labios se fundieron con los míos en un profundo beso, y yo retiré mi mano de la suya, dándole el permiso para continuar. Sus besos fueron escalando de nivel, pasando de mis labios a mi cuello, y de mi cuello a una zona donde nadie había estado antes.

Ella fue gentil, fue delicada con aquella piel tan sensible y yo estaba perdiendo el poco control que tenía. Estuvo ahí por unos segundos y de pronto la puerta de la habitación golpeó la pared.

—¡Santo, Dios! —Claudia alzó la voz—. Vístete rápido, bruta. Mamá está estacionando el auto y no creo que quieras que se entere de que su hija anda de lujuriosa con su “mejor amiga” —dijo mirando hacia la puerta.

Para el momento en que terminó de decir todo aquello, yo ya me había acomodado el top, y había bajado de las piernas de Alexia. Las dos respirábamos agitadamente.

—¿Puedes distraerla?

—¡Oh, claro! Pero tengo que ponerme hacer un trabajo de inglés y no creo que deba perder mi tiempo —Niña de las tinieblas.

—Haré tu trabajo. Ahora vete.

—¡Eres la mejor hermana del mundo mundial! —exclamó triunfante.

Alexia me miró confundida. Tenía suerte de su piel morena ocultara su rojez. Yo no podía decir lo mismo.

—Es una larga historia. —Me encogí de hombros—. ¿Preparada para el infierno?

—Solo espero que sea divertido.

—oh, no te preocupes. ¡Será la bomba!

Buenas noches, amigos. Con este cuento llegamos al final de la antología Historia de Chicas Sáficas. Este ha sido un gran reto para mí porque me ha hecho excavar un poco en el pasado para tener un poco de inspiración y realizar estas obras. Espero que les haya gustado y por favor, ya saben, dejen un comentario si fue de su agrado.

Saludos.

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