Desde la infancia, para Leo las imágenes venían acompañadas de melodías, de acuerdo a sus formas, apenas verlas, le evocaban acordes. No sabía de dónde venían los sonidos, los sinestésicos no saben de dónde vienen esas gratas o inquietantes sinergias. Para él eran gratas. Alma y sentidos se acoplaban, ciertas formas y acordes copulaban, brindándole placer, especialmente las formas curvas. Ojo y oído dialogaban para él.

Fue una gran sorpresa para él descubrir que para su madre y quienes le rodeaban las formas y las melodías eran percibidas como algo separado. Le tarareaba a ella una melodía que estaba escuchando mientras jugaba con una pelota y ella le dijo: ꟷAmor, yo no oigo nada. Debes estar recordando algo que oíste en otro momento. ꟷNo, mami, es ahora, le contestó. Sólo él escuchaba la melodía que lo estaba envolviendo.

Qué deleite disfrutar un placer genuino y único. La mente y los sentidos lo agradecen, pero termina siendo un placer solitario, onanista. Por eso la magdalena de Proust, la placentera sensación evocada al comerla, tuvo que transformarse en un deleite compartido, siete largos tomos que conformaron su novela “En busca del tiempo perdido”; para evocar ese tiempo lejano en que el beso de la madre y la magdalena habían hecho del mundo un lugar amable.

Por eso Leo se hizo fotógrafo y más adelante cineasta, perseguidor de instantes y momentos, de imágenes y melodías, que lo llevaban a la ensoñación, a instantes fuera del tiempo. Que a su vez despertaban en los espectadores exclamaciones de disfrute: ¡Oh, qué bella imagen!¡Qué grata melodía la que la acompaña! Buscaba en sus creaciones placer, pero también algo más profundo que no sabía explicar.

Ese día que vio a Kiki de Montparnasse al entrar al taller de su amigo Man Ray, además de una melodía envolvente, un color azul parecía envolverlo todo. Había oído hablar de Kiki, “la reina de Montparnasse”, pero no la conocía. Kiki era modelo y musa de muchos artistas. Le contó a su amigo sobre su deleite sinestésico visual y musical, al que ahora se agregaba esa tenue bruma azul. Man Ray se la ofreció, y le dijo: ꟷ¿La quieres un rato? Kiki es libre, siempre lo ha sido y lo será. Ha posado para muchos artistas. Le agregaré a la foto una forma musical. Durante un tiempo Kiki posó para Leo y le pedía tararear cada vez la música que las curvas de su cuerpo despertaban.

Since childhood, Leo had always been accompanied by images, accompanied by melodies, and their shapes evoked chords. He didn't know where the sounds came from; synesthetes don't know where those pleasant or disturbing synergies come from. For him, they were pleasurable. Soul and senses meshed; certain shapes and chords copulated, giving him pleasure, especially curved forms. Eye and ear conversed for him.

It was a great surprise for him to discover that for his mother and those around him, shapes and melodies were perceived as something separate. He hummed to her a melody he'd been hearing while playing with a ball, and she said, "Honey, I can't hear anything. You must be remembering something you heard before." "No, Mommy, it's now," she replied. Only he heard the melody that was enveloping him..

What a delight to enjoy a genuine and unique pleasure. The mind and senses appreciate it, but it ends up being a solitary, masturbatory pleasure. That's why Proust's madeleine, the pleasurable sensation evoked by eating it, had to be transformed into a shared delight, seven long volumes that made up his novel "In Search of Lost Time"; to evoke that distant time when the mother's kiss and the madeleine had made the world a kind place.

That's why Leo became a photographer and later a filmmaker, a pursuer of moments, images and melodies, that carried him to reverie, to moments beyond time. These, in turn, evoked exclamations of enjoyment from the spectators: "Oh, what a beautiful image! What a pleasant melody accompanies it!" He sought pleasure in his creations, but also something deeper that he couldn't explain.

hat day, when he saw Kiki de Montparnasse upon entering his friend Man Ray's studio, in addition to the enveloping melody, a blue color seemed to envelop everything. He had heard of Kiki, "the queen of Montparnasse," but he hadn't met her. Kiki was a model and muse to many artists. He told his friend about his visual and musical synesthetic delight, to which was now added that faint blue mist. Man Ray offered it to him, saying: "Do you want it for a while?" Kiki is free, always has been and always will be. She has posed for many artists. I'll add a musical form to the photo. For a time, Kiki posed for Leo, asking him to hum the music that the curves of her body evoked each time. .