The first time
I rescue from the trunk of memories a moment that I still treasure and accompanies me like those lights that cross walls and oceans. I was a 12-year-old girl who saw how her body began to transform and grow, and especially how she began to be attractive to the opposite gender.
My parents and grandmother were also aware of these changes, so they redoubled the restrictions on going outside and the daily lectures. I had departure times as well as arrival times. Before and after each outing, I had to listen to the adults' warnings and advice:
_Remember not to let anyone disrespect you. If someone does something wrong to you, you come and inform us so that we can take action. -My dad reminded me in an authoritative voice.
Behave yourself. Don't run, don't shout, don't jump around. Remember that you are a young lady," my mother reminded me, looking into my eyes as if she wanted to read my thoughts.
If you misbehave, sooner or later we'll know! -my grandmother threatened as if they had eyes and spies everywhere.
Among my classmates there was Yiyo, Guillermo, who was not only the best soccer player in the school, but also the best math student. He was not a particularly handsome boy, but he was very intelligent and popular. Yiyo, that was his nickname after a famous TV character, and other classmates would walk me home every day and we would stay there for a while talking about school subjects and assignments.
Even though I was very diligent and doing very well in school, Yiyo would go out of his way to help me with math and all the other homework. Not to mention that after every goal I scored, he would point at me from the goal and say, "This goal is for you." To all of us, this was obvious proof of his crush on me, but we were too young to make those details into truths we might not have known.
Then there were my parents, who would never have allowed me to have a boyfriend or anything like that at that age. So Yiyo and I were content to stay together at school and make the trip home. But one day Yiyo wanted to go further and so, while we were doing some math, she passed me a little note on a piece of paper:
I love you, it said and when I read those few words my heart began to thud as if a hammer was hitting my chest. My little hands began to sweat and not knowing what to do with that little piece of paper, or rather, with that confession, I folded it and put it in the notebook, naively believing that the pages of the notebook were the best safe in the world to hide things.
I want to talk to you -it was the first time I heard those words and since that instant I have been aware of the nerves they can provoke.
Unlike other times, while my other classmates said goodbye, Yiyo stayed behind. In front of my house, sitting on the sidewalk, we began to draw hearts with chalk. On one of the hearts, he put my name and then his, as a sign of a bond that was beginning to be made, and before I could do anything, he stole a kiss. Disgruntled, flooded with many different feelings, I watched Yiyo run away like a criminal after doing a misdeed.
After that, my fear was so great that when Yiyo left, I looked for water and erased that initial heart inside and went home feeling that the sign of my crime was on my lips, that my parents would be able to see the traces of that kiss. As if my lips were a traffic light that would give me away, I decided to cover them. That's how I spent days, with my hand over my mouth and my body full of nerves, trembling like seaweed shaking in the water.
This text is authored by me, translated with Deepl and the images are free of charge.
Thank you for reading and commenting, friends. Until next time
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La primera vez
Tal vez la vida esté llena de muchas primeras veces, pero son pocas las que recordaremos, pasado el tiempo, como el inicio de experiencias que luego se harán cotidianidades, costumbres, rutina. Esa primera vez puede ser la luz que brilla o la sombra que da testimonio de ese inicio único e irrepetible.
Rescato del baúl de los recuerdos un momento que aún atesoro y me acompaña como esas luces que atraviesan paredes y océanos. Yo era una niña de 12 años que veía como su cuerpo comenzaba a transformarse y a crecer, y especialmente, veía cómo comenzaba a ser atractiva para el género opuesto.
Mis padres y mi abuela también estaban conscientes de estos cambios, por lo que redoblaron las restricciones para salir a la calle y los sermones diarios. Tenía horario de salida, así como de llegada. Antes y después de cada salida, debía escuchar las advertencias y consejos de los adultos:
_Recuerda que no debes dejar que nadie te falte el respeto. Si alguien te hace algo indebido, vienes y nos informas para tomar medidas al respecto. –recordaba mi papá con voz autoritaria.
_Compórtate. No corras, no grites, no estés brincando. Recuerda que eres una señorita –me recordaba mi madre mirándome a los ojos como si quisiera leer mis pensamientos.
_ ¡Si te portas mal, tarde o temprano lo sabremos! –amenazaba mi abuela como si tuvieran ojos y espías por todas partes.
Con estas indicaciones, salía a las fiestas de mis amigas o de mis compañeros de clase, a hacer una investigación en la biblioteca o si salía a comer helados. Mis padres creían que el monstruo de los pecados podía tentarme en estos lugares, a los que asistía, eventualmente, una vez a la semana y no en otros lugares. Pero una de mis primeras veces más recordada fue en la escuela, donde, tal vez, mis padres jamás imaginaron que podían florecer las tentaciones.
Dentro de mis compañeros de clase existía Yiyo, Guillermo, quien no solo era el mejor jugador de futbol de la escuela, sino también el mejor estudiante de matemáticas. No era un niño particularmente guapo, pero era muy inteligente y popular. Yiyo, ese era su apodo por un personaje famoso de televisión, y otros compañeros me acompañaban diariamente hasta mi casa y allí nos quedábamos un rato conversando sobre las asignaturas y asignaciones escolares.
Aunque yo era muy aplicada e iba muy bien en la escuela, Yiyo se esmeraba en ayudarme en matemáticas y todas las otras tareas. Sin mencionar que después de cada gol que hacía, desde la portería, me señalaba y me decía: “Este gol es por ti”. Para todos, esto era prueba evidente de su enamoramiento hacia mí, pero éramos muy pequeños para hacer de aquellos detalles verdades que tal vez no conocíamos.
También estaban mis padres, que jamás me hubiesen permitido que a esa edad hubiese tenido novio o algo por el estilo. Así que Yiyo y yo nos conformábamos con permanecer juntos en la escuela y hacer el recorrido de regreso a casa. Pero un día Yiyo quiso ir más allá y por eso, mientras hacíamos unas operaciones matemáticas, me pasó una notita en un pedazo de papel:
_Te amo –decía y cuando leí aquellas pocas palabras mi corazón comenzó a retumbar como si un martillo golpeara mi pecho. Mis pequeñas manos comenzaron a sudar y sin saber qué hacer con aquel papelito o mejor dicho, con aquella confesión, lo doblé y lo metí en el cuaderno, creyendo, ingenuamente, que las hojas del cuaderno eran la mejor caja fuerte del mundo para ocultar las cosas.
Después de eso, días después, mientras me acompañaban a clase, Yiyo me dijo:
_Quiero hablar contigo –era la primera vez que escuchaba aquellas palabras y desde ese instante he tenido consciencia de los nervios que pueden provocar.
A diferencia de otras veces, mientras que mis otros compañeros se despidieron, Yiyo se quedó. Frente a mi casa, sentados en la acera, comenzamos a dibujar corazones con tiza. En uno de los corazones, él puso mi nombre y luego el suyo, como muestra de un lazo que comenzaba a hacerse y antes de que yo pudiera hacer algo, me robó un beso. Contrariada, inundada de muchos sentimientos diversos, vi cómo Yiyo corría como un delincuente luego de hacer una fechoría.
Luego de aquello, fue tanto mi miedo, que cuando Yiyo se fue, busqué agua y borré aquel corazón de iniciales adentro y entré a casa sintiendo que la muestra de mi delito la tenía en mis labios, que mis padres lograrían ver las huellas de aquel beso. Como si mis labios fuesen un semáforo que me delatara, decidí cubrirlos. Así pasé días, con la mano sobre mi boca y con el cuerpo lleno de nervios, temblando como tiemblan las algas agitadas por el agua.