Ernestina remembers her childhood with her grandmother Clarisa, at the home's stove. There, Clarisa would first order all her ingredients. One by one she would place them on the oak table. The table was always dressed with a tablecloth of large and colorful exotic flowers. Although gnawed at one end, it always smelled clean. Then she would read aloud the recipe. In her heart she harbored that her granddaughter would one day follow in her culinary legacy.
Ernestina, at 65 years old, was a reserved person. She found it hard to express herself in words. She showed her love in a different way... Although she never attended cooking school, she prepared exquisite dishes. They were praised by all her guests. One day she decided to prepare a special meal for the birthday of her daughter, Mathilde. That day was different. The hustle and bustle of going from one place to another, checking the notebook of apocryphal recipes would turn into an unexpected adventure.
-Ernestina, what are you standing there for? You look like a mummy. Please bring me the red pot. The one your grandfather gave me.
-Which one? -That old chubby one? It has no handles. Besides, it bangs its lid every time you use it. It makes sounds that can be heard all over the house.
-Yes. -That's the one.
-I'd call it the rambunctious red one. -I'd call it the red one. It's just that you have several similar ones. It's easier to tell them apart, Grandma.
The conversation is interrupted. The old bronze knocker of the old colonial house rings loudly. The ladies had not noticed the torrential downpour. Clarisa runs to see who it is. She slowly peeks through the door. Her gaze sweeps around the place. She sees no one.
-How strange!
-Grandma, who's there?
-No one. Someone knocked and left. Let's go on with the recipe. Go to the garden and tell your grandfather to give you onions, potatoes, plums, tomatoes, garlic, radishes, lettuce, chives, eggs, peppers, celery, beets, carrots, and oh, he should also send me the smoked goat cheese, the one he has hidden in the barn. You also tell him that I, here, already have the marinated meat.
Clarisa sets up the pot on the stove. She reaches for the matches. The beautifully decorated, gold-edged box opens to reveal her wares. An elegant, lanky, cheerful match would bring fire to her stove.
-Grandma it's still raining.
-All right, but when it clears up you'll fly away...In the meantime we'll prepare the vegetables. Give me the grater. The one your grandfather calls Joaquín.
Ernestina stands still as if she was waiting for something...
-Yes, your grandfather gave him that name because it reminded him of a failed guitarist.
Ernestina obeys, but something unusual begins... the grater began to spin around and around, wiggling to the sound of the pot until, with sublime patience, it is caught... After catching it, Ernestina, together with her grandmother, continued their work and dressed the salad. It had already frosted. Ernestina went to the garden. She brought all the ingredients and they would begin the preparation. A tired ladle would help with the stew. The glove, yellowed by the passage of time, would be her ally. There the feast would begin again. The potatoes speak...
-We want to be dressed with seasoning. We always have a reputation for being bland. This time, in the bowl, we will be the stars for this special occasion.
Clarisa and Ernestina were astonished. They looked everywhere and saw no one. So, they continued with the recipe.
The famous elf, Nicolás, had taken over the kitchen. Tricky and friendly, he sometimes let himself be seen when the food was served on the table...
The cooking time passed. Everything was ready.
-Grandma, dad, mom and grandpa are here.
-Perfect, let's bring the food to the table. Clarisa answered
-And the cake?
-Ah! That's for another day. Enough with what happened today in the kitchen.
-But there is no birthday without cake! Ernestina grumbles
-Stop fussing and obey.
Ernestina kisses her mother and father. And, she sits down at the table with her head bowed. Everything goes by in silence until, after lunch, a din, don, din, don, din is heard in the distance. They are bells announcing the arrival of Nicolas. Nicolás introduces himself to the attendants:
-I am Nicolas. I live in the forest. Few people know me, but today is a special day and I decided to bring these gifts....
With a simple movement, an iridescent feather appears in Mathilde's hands... and, in addition, he delivers a delicious chocolate cake. Everyone was in high spirits as they celebrated with joy. That special moment would remain in the memory of all the assistants; which Ernestina would capture, years later in her book, with her ally the indiscreet pen, inherited from Mathilde.
Ernestina's indiscreet pen by María del Carmen Sánchez Copyright© 2024
May 10, 2024
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ESPAÑOL
Ernestina recuerda su niñez junto a su abuela Clarisa, en el fogón de la casa. Allí, Clarisa, ordenaba primero todos sus ingredientes. Uno a uno los colocaba sobre la mesa de roble. La cual siempre estaba vestida con un mantel de grandes y coloridas flores exóticas. Eso sí, aunque roído por un extremo, siempre olía a limpio. Luego leía en voz alta la receta. En su corazón albergaba que su nieta, algún día, se dedicaría a seguir su legado culinario.
Ernestina a sus 65 años era una persona parca. Le costaba expresarse con palabras. Su amor lo demostraba de una manera diferente… Aunque nunca asistió a una escuela de cocina, preparaba platillos exquisitos. Los mismos eran alabados por todos sus comensales. Un día decidió preparar una comida especial para el cumpleaños de su hija, Mathilde. Ese día fue diferente. El ajetreo de ir, de un lado a otro, revisando el cuaderno de las recetas apócrifas se convertiría en una inesperada aventura.
-Ernestina. ¿Qué haces ahí parada? Pareces una momia. Por favor tráeme la olla roja. Esa que me regaló tu abuelo.
-¿Cuál? ¿Esa antigua y regordeta? No tiene asas. Además, golpetea su tapa cada vez que la usas. Produce sonidos que se escuchan por toda la casa.
-Sí. Esa misma es.
-Yo la llamaría la roja alborotada. Es que tienes varias parecidas. Así es más fácil diferenciarla, abuela.
El coloquio se interrumpe. La vieja aldaba de bronce, de la antigua casona colonial, suena fuertemente. Las damas no se habían percatado del torrencial aguacero. Clarisa corre a ver
quién es. Se asoma poco a poco a la puerta. Su mirada hace un recorrido por el lugar. No ve a nadie.
-¡Qué extraño!
-Abuela ¿Quién está ahí?
-Nadie. Alguien tocó y se fue. Vamos a seguir con la receta. Ve al huerto y dile a tu abuelo que te de cebollas, papas, ciruelas, tomates, ajos, rábanos, lechugas, cebollín, huevos, pimentones, celery, remolachas, zanahorias y ¡ah! Que me mande también el queso de cabra ahumado, ese que tiene escondido en el granero. También le dices que yo, aquí, ya tengo la carne adobada.
Clarisa monta la olla en la cocina. Busca los fósforos. La caja bellamente decorada, con bordes de oro, se abre para mostrar su mercancía. Un elegante, espigado y alegre fósforo llevaría fuego a su fogón.
-Abuela todavía está lloviendo.
-Está bien, pero cuando escampe te vas volando. Mientras prepararemos los vegetales. Dame el rallador. Ese que tu abuelo llama Joaquín.
Ernestina se queda quieta como esperando algo…
-Sí, tu abuelo, le puso ese nombre porque le recordaba a un guitarrista fracasado.
Ernestina obedece, pero algo insólito comienza… el rallador empezó a dar vueltas sin parar, se contorneaba al son de la olla hasta que, con paciencia sublime, es capturado… Luego de atraparlo, Ernestina junto con su abuela, continuaron sus labores y aderezaron la ensalada. Ya había escampado. Ernestina se fue al huerto. Trae todos los ingredientes y comenzarían la preparación. Un cucharón cansado ayudaría con el guiso. El guante, amarillento por el paso del tiempo, sería su aliado. Allí comenzaría otra vez el festín. Las papas hablan…
-Queremos que nos vistan con sazón. Siempre tenemos fama de insípidas. Esta vez, en el tazón, seremos las protagonistas para esta especial ocasión.
Clarisa y Ernestina quedaron atónitas. Reparan para todas partes y no ven a nadie. Por lo que, siguieron con la receta.
El famoso duende, Nicolás, había tomado el mando de la cocina. Tramposo y simpático, a veces, se dejaba ver cuando la comida estaba servida sobre la mesa…
Pasó el tiempo de cocción. Ya todo estaba listo.
-Abuela ya llegaron papá y mamá.
-Perfecto llevemos la comida a la mesa. Contesta Clarisa
-¿Y la torta?
-¡Ah! Esa queda para otro día. Suficiente con lo sucedido hoy en la cocina.
-¡Pero no hay cumpleaños sin torta! Refunfuña Ernestina
-Déjate de remilgos y obedece.
Ernestina le da un beso a su madre y a su padre. Y, se sienta a la mesa cabizbaja. Todo transcurre en silencio hasta que, finalizado el almuerzo, se escuchan a lo lejos un din, don, din, don. Son unas campanas que anuncian la llegada de Nicolás.
Nicolás se presenta a los asistentes:
-Soy Nicolás. Vivo en el bosque. Pocos me conocen, pero hoy por ser un día especial decidí traer estos regalos…
Con un simple movimiento una pluma, de color iridiscente, aparece en las manos de Mathilde…y, además, hace entrega de una rica torta de chocolate. Todos sombrados festejan con alegría. Ese momento especial quedaría en la memoria de todos los asistentes; el cual Ernestina plasmaría, años después en su libro, con su aliada la pluma indiscreta, heredada de Mathilde.