🇬🇧|🇪🇸 Two Coffees One Story • Dos cafés una historia.

I want to tell you the story of Silvia and Esteban because if there is a couple made in heaven, it’s them.

It wasn’t love at first sight, nor a movie-like spark, what happened between them that December afternoon. It was more like realizing you had been waiting for something without knowing it.

I met them in a small café near my workplace, a cozy, almost intimate place that smelled of freshly baked bread and hot coffee. A place where time seemed to slow down, and the wooden tables held the secrets of endless shared conversations. It was there that these lovers told me their story—a story that, more than a story, is a beautiful poem.

One December afternoon, Silvia was flipping through a book, though, knowing her, I imagine she wasn’t even reading it when suddenly she heard Esteban’s voice.

"May I sit here?" he asked, pointing to the chair in front of her.

Silvia had dealt with more than one stranger trying to start a conversation with her, but there was something in Esteban’s tone that disarmed her. She said yes—she simply couldn’t refuse—and that was the beginning of everything. They weren’t just getting to know each other; they were finding each other.

Over time, the café became their meeting place, an unspoken ritual.

Esteban, Silvia told me, always folded napkins into geometric shapes while he spoke. Silvia, Esteban told me, always took her coffee with half a cup of almond milk. Her laughter always arrived a second later than expected, and he had this habit of observing people, as if he could discover a hidden story in every face.

Of course, not everything was perfect. Silvia got frustrated with how unpunctual Esteban was, and he never understood why she found it so hard to improvise.

They had absurd arguments about the right way to cook pasta or whether Sundays were for sleeping in or going out to enjoy the day. But even when they disagreed, there was something sublime that always kept them connected, like two different notes that, when played together, formed the perfect melody.

The day Silvia realized Esteban was the love of her life was both ordinary and extraordinary. It was like discovering something she had always known but never noticed.

They were trapped in the lobby of the city’s tram station, waiting for an unexpected storm to pass. The rain poured relentlessly, and the garden in the center of the station filled the air with the scent of wet earth. Silvia was shivering from the cold, and without thinking, Esteban took off his jacket and placed it over her shoulders.

It wasn’t the gesture itself that moved her, but the natural way he did it, as if he had been born to take care of her.

But their story didn’t end there. On the contrary, that moment marked the beginning of a journey filled with devotion and an almost sacred kind of love. From that day on, every little gesture between them began to feel more profound, more meaningful. Like when Esteban left hidden notes in Silvia’s coat pockets, or when she would order their coffees just before he arrived.

Tiny details, perhaps insignificant to others, but together they wove a love that was genuine and effortless.

I remember one particular afternoon, as the three of us shared a coffee, Silvia confessed that she had always been the kind of person who dreamed of serenades, grand love declarations, and a beautiful wedding. But with Esteban, everything felt so natural that she no longer needed a fairy-tale ending—because what they had already made her immensely happy.

And there they were, looking at each other and smiling, unafraid of the future, without grand expectations, but with the certainty of having found the perfect refuge. As if, in the end, they had been made for each other.

Quiero contarles la historia de Silvia y Esteban, porque si hay una pareja hecha en el cielo, son ellos.

No fue amor a primera vista, ni un flechazo de película, lo que sucedió entre ellos dos esa tarde de diciembre; fue más bien como cuando te das cuenta de que has estado esperando algo sin saberlo.

Los conocí en un café cercano a mi trabajo, un lugar pequeñito y muy acogedor, casi íntimo, que olía a pan recién horneado y café caliente, un lugar de esos donde el tiempo es más lento y las mesas de madera guardan el secreto de infinitas charlas compartidas; fue allí donde estos enamorados me contaron su historia, que más que una historia, es un hermoso poema.

Una tarde de diciembre Silvia ojeaba un libro, aunque, por como la conozco, imagino que ni siquiera lo estaba leyendo, cuando de repente escuchó la voz de Esteban.

¿Puedo sentarme aquí? le dijo, señalando la silla frente a ella.

Silvia había tenido que lidiar con más de un extraño que intentaba entablar conversación con ella, pero hubo algo en el tono de Esteban que la desarmó. Le dijo que sí, simplemente no pudo negarse, y ese fue el comienzo de todo. No se estaban conociendo, se estaban encontrando.

Con el tiempo, el café se convirtió en su lugar de encuentro, un ritual tácito.

Esteban, me cuenta Silvia, siempre doblaba las servilletas en figuras geométricas mientras hablaba, y Silvia, me cuenta Esteban, tomaba su café con media taza de leche de almendras. La risa de ella siempre llegaba un segundo después de lo esperado, y él tenía esa manía de observar a la gente, como si en cada rostro pudiera descubrir una historia oculta.

Obviamente, no todo era perfecto. Silvia se desesperaba con lo impuntual que era Esteban, y él no entendía por qué a ella le costaba tanto improvisar.

Tenían discusiones disparatadas sobre la forma correcta de cocinar la pasta o si los domingos eran para dormir o salir a disfrutar. Pero, aunque discutieran, había algo sublime que siempre los mantenía conectados, como si fueran dos notas diferentes que al juntarse formaban la melodía perfecta.

El día en que Silvia comprendió que Esteban era el amor de su vida fue ordinario y extraordinario, todo al mismo tiempo, fue como descubrir algo que siempre supo sin darse cuenta.

Estaban atrapados en el lobby de la estación del tranvía de la ciudad esperando que la tormenta inesperada acabara. La lluvia caía a torrentes y el jardín que se encontraba en el centro de la estación impregnaba el ambiente con olor a tierra mojada. Silvia temblaba de frío, y sin pensarlo, Esteban se quitó la chaqueta y la puso sobre sus hombros.

No fue el gesto lo que la conmovió, sino la naturalidad con la que lo hizo, como si él hubiera nacido para cuidarla.

Pero la historia no termina ahí, por el contrario, ese momento marcó el inicio de un camino lleno de devoción y amor sublime. Desde ese día, cada pequeño gesto entre ellos comenzó a sentirse más profundo e importante. Como cuando Esteban le dejaba notas escondidas en los bolsillos de su abrigo, o cuando ella pedía el café de ambos justo antes de que él llegara.

Eran detalles muy pequeños, quizá tontos para muchos, pero que juntos iban entrelazando un amor genuino y sin pretensiones.

Recuerdo la tarde, mientras compartimos un café los tres y conversábamos una vez más sobre cómo se habían conocido, que Silvia nos confesó que siempre había sido una personas que soñaba con serenatas, declaraciones de amor y una hermosa boda, pero que con Esteban todo parecía tan natural, que no necesitaba un final de cuento de hadas, porque lo que tenía junto a él ya la hacía inmensamente feliz.

Y ahí estaban ellos, mirándose y sonriendo, sin miedo al futuro, sin grandes expectativas, pero con la seguridad de haber encontrado un refugio ideal. Como si, al final de cuentas, hubieran sido hechos el uno para el otro.