Te despiertas pasándote la mano por los ojos como si quisieras desprender las escamas blancas que hace ya cinco años no te permiten ver y dices la misma frase que has repetido más de mil veces No me arrepiento. Sin levantarte de la cama te vistes a toda prisa abres la puerta, alzas la cabeza y atraviesas el parque con tu andar ceremonioso, pasas por la iglesia y después de rezar tres padre nuestros repites que no te arrepientes. No te arrepientes de haber conocido a Carlos ¿quién dice que te desgració la vida? Solo te dio el regalo más grande que se le puede dar a una mujer y luego las abandonó. Caminas por el pueblo saludando a los conocidos que hacía ya tiempo no veías, jaraneas con ellos, comentas del último juego de pelota de Santiago y dices que el equipo es una mierda aunque tengas que pasar por la iglesia a rezar otra vez. Visitas a tus viejas amigas pero no te detienes demasiado aunque hay tantas cosas que quisieras decirles. Tantos recuerdos que compartir y en cada casa quisieras llorar la muerte de tu hija, a la que por orgullo o porque no te vieran débil no haz llorado ni una vez más después de su entierro. Ahora ya te pueden ver, quieres mostrarte tal como eres. Recuerdas los tiempos de la Normal de maestros en Santiago de Cuba, las locuras que hiciste y de las que nadie en tu pueblo se enteró. Ríes, ríes a carcajadas hasta que te falta el aire, levantas la cabeza queriendo recuperarte y la tos persiste, y tú también persistes en recordar y no hacer caso a esa tonta falta de aire, visitas la escuela donde fuiste maestra, recuerdas a los compañeros de trabajo que ya te han precedido al encuentro con el Señor, a cada paso que das hacia el interior de la escuela los ves más nítidos, meneas la cabeza viendo también a esos maestricos nuevos como tú les llamas, formados en 6 meses y que tanto te hicieron sufrir por su falta de compromiso y responsabilidad.
Un dolor profundo casi real te recorre desde el pecho hasta el estómago, pero no te detienes. Hoy si vas a la tumba de Aimé tienes que ir, piensas en ella y dos lágrimas recorren tu cara vuelves a atravesar el Parque caminas ahora sin detenerte y sin fijarte en quienes son los que pasan por tu lado, la sed y el cansancio invaden tu garganta y tu cuerpo, aprietas tus manos y también el paso sin querer detenerte, como si fuera la última visita que vas a hacer en el día.
Llegas al cementerio persignándote, pasas como de costumbre por la tumba de los generales de la guerra, rezas por su descanso y deseas descansar también. Te levantas y aunque comienzas a caminar vigorosamente, sientes que te desmoronas, que tiemblas por dentro, hace 20 años que Aimé murió y nunca has visitado su tumba, los deseos de vomitar aumentan, tratas de aguantarlos pero al final logra salir de tu interior todo lo que tenías en el estómago y te sientes mejor, como si hubiera salido todo lo que habías guardado durante años, te sientes mejor aunque más débil. Ya ves el ángel de mármol que custodia la tumba de Aimé y te sientes morir. Reúnes todas tus fuerzas para llegar, sentarte en uno de los bancos que hay alrededor de la tumba. Te recuestas, vuelves a pasar tus manos otra vez por los ojos como queriendo darles vista y repites hija No me arrepiento. Mientras la tos, la falta de aire y el cansancio se apoderan totalmente de ti cierras tus ojos, cruzas el Parque y abrazas a Aimé que ansiosa te esperaba para ver juntas el último juego de Santiago.
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