Viajamos sin saber cuándo comenzó el trayecto. Algunos dicen que fue en un momento preciso, otros creen que siempre estuvimos aquí, como si la vida fuera una estación intermedia entre dos sueños. Nunca supe exactamente cuándo fui concebido ni por qué razón estoy aquí, pero así es la existencia: llegamos sin preguntar y nos vamos sin despedirnos del todo. Mi historia empezó en una de esas vueltas del destino, en una familia humilde que bajó desde las tierras frías de los Andes venezolanos buscando un mejor futuro en Caracas. Allí aprendí a caminar, a tropezar, a levantarme con las rodillas raspadas y a seguir adelante, porque eso es lo que hacemos los viajeros: seguimos.

^{De mi álbum digital.}

Crecí como cualquier mortal, con sus alegrías y sus miserias, bajo un cielo que algunas veces se oscurecía con promesas rotas y otras brillaba con los colores de los Beatles y los Bee Gees. Fue una juventud ruidosa, llena de discos rayados, de primeros amores y desamores, de noches largas y madrugadas tempranas. En ese tiempo también vi cómo el petróleo, esa sangre negra que corre bajo tierra, marcaba el ritmo de la nación. Hubo bonanza, hubo orgullo colectivo tras su nacionalización, y luego… bueno, luego vinieron las sombras.

Me gradué, como tantos otros, con esa ilusión particular de quien cree que ya sabe todo. Tuve novias, claro que sí, algunas efímeras, otras duraderas, pero fue al tocar fondo donde encontré el amor verdadero. Ella llegó cuando menos lo esperaba, con su mirada limpia y su sonrisa tímida, y juntos dimos forma a una nueva etapa. De aquel encuentro nació nuestra hija, mi luz más pura, cuyo breve viaje me enseñó más que todos los libros del mundo. Su partida dejó una huella imborrable, un vacío que no se llena, pero que tampoco duele tanto cada vez que recuerdo su risa o el tacto de su mano.

He sobrevivido a cauchos espichados en carreteras polvorientas, a obstáculos que parecían insalvables, a desamores disfrazados de desastres y a días que no tenían sentido hasta que les busqué uno. Me mudé varias veces, como quien cambia de estación buscando clima ideal, hasta que al fin senté cabeza en un país hermoso, donde las puertas no solo están abiertas, sino que reciben con calidez. Allí construí otro hogar, esta vez no solo de paredes, sino de silencios compartidos y palabras que pesan poco, pero significan mucho.

Hoy comparto camarote con mi hijo Matthew, en esta embarcación llamada vida, donde cada mañana sale el sol y nos recuerda que hay algo por descubrir. En este viaje he conocido a muchos pasajeros, algunos fugaces, otros que han decidido quedarse en mí mismo vagón. Las amistades reales y virtuales que he hecho en estos años son “perlas” que atesoro con gratitud. Cada mensaje, cada palabra de aliento, cada abrazo distante ha sido parte de este itinerario único.

No sé qué me depara el mañana. Tal vez más curvas, más lluvias, tal vez un puerto tranquilo donde finalmente pueda descansar, desembarcar sin retorno. Pero mientras siga navegando, recordaré que mi viaje ha sido insuperable. No exento de tormentas, claro está, pero los momentos felices —y fueron muchos— han sido faros que alumbraron mi camino. Como dijo Borges alguna vez: "La vida no es otra cosa que la percepción del tiempo" ; y yo añadiría que también es la suma de quienes caminaron a tu lado.

Gracias, queridos lectores, por haber subido a bordo. Por acompañarme en estos últimos años, por leer entre líneas mis miedos y mis sueños. Este viaje es mío, pero ustedes le dieron sentido. Gracias por ser parte virtual de él.

---

Ven y participa que aún estás a tiempo: @sacra97, @chironga67, @silher, @lauril and @atreyuserver.

---