Tu publicación me ha dejado pensativa. Qué importante es distinguir entre la queja que nace del dolor legítimo y la que se convierte en hábito tóxico. Me parece valioso cómo señalas que el silencio prolongado puede anestesiar nuestra capacidad de reaccionar, como en el ejemplo de la rana. A veces, el acto de quejarse con conciencia es el primer paso para recuperar dignidad, exigir respeto o simplemente recordar que merecemos algo mejor. Gracias por abrir este espacio para reflexionar sobre lo que callamos y lo que decimos. Es un llamado a revisar nuestras costumbres y a no normalizar lo que nos incomoda.
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