Amiga, qué manera tan bonita y certera de describir algo que creo que muchos sentimos. Tu texto me dejó pensando mucho, sobre todo porque pones en palabras esa sensación agridulce que nos deja la tecnología.

Me identifiqué totalmente con lo que llamas los «amigos robots», yo les llamo «amigos virtuales». Es la imagen perfecta para describir esa comunicación que, aunque constante, se siente vacía. Recibir esos mensajes programados, llenos de buenos deseos, pero sin un eco, sin una pregunta de vuelta. A mí también me pasa, y a veces me pregunto qué hay detrás, y peor cuando son fulanas cadenas y pretenden obligarte a que la reenvíes. Tengo en mi celular el número de WhatsApp de Venezuela, con el que mantengo contacto con mi familia en Caracas, y vaya lo que publican en sus estados diariamente…

Mientras te leía, pensaba que quizás es una consecuencia de la vida tan acelerada que llevamos. A lo mejor, para algunas personas, ese sticker o ese video es la única forma que encuentran de decir “sigo aquí, pienso en ti”, pero sin la energía que requiere una conversación de verdad. No es una excusa, claro, pero quizás sí una explicación a ese comportamiento. Es como si la amistad hubiera entrado en un “modo de bajo consumo” para poder sobrevivir entre tantas ocupaciones.

Pero sin duda, me quedo con la esencia de tu reflexión. Tu recuerdo de la infancia, con las revistas y las visitas de domingo, me conmovió. Eso es justamente el tesoro que no podemos dejar que se pierda: el tiempo dedicado, el interés genuino.

Por más que analicemos este nuevo mundo, nada va a reemplazar el cariño en una llamada o videollamada, la cercanía de un mensaje de voz y, sobre todo, la magia de sentarnos a conversar con una taza de café en la mano. Y por cierto, ¡que ese café nuestro no se quede solo en palabras! Un abrazo grande.