Imagen de mi autoría generada con ChatGPTSebastián no explotó.
Se pudrió por dentro, en silencio, como se pudren las cosas que nadie cuida.
Por fuera el seguía siendo el tipo correcto, el que saludaba, el que decía “tranqui, todo va a estar bien”, el que escuchaba mientras los demás vomitaban su miseria y luego se iban, aliviados.
Era ese al que todos usaban como hombro, pero al que nunca le preguntaron si necesitaba uno.
Hasta que una mañana, sin previo aviso, dejó una nota escrita a mano, con la caligrafía temblorosa, la de alguien que está al borde del colapso, la dejó en el escritorio justo al lado de su taza, todavía tibia, de café.
“No es rabia, es desilusión, es decepción, es el vacío de dar todo y recibir migajas.
Me canse de estar rodeado de hipócritas disfrazados de buena gente.
Me canse de los falsos abrazos, de los elogios con veneno, de los aplausos que solo suenan si no opaco a nadie.
Me canse de los “te quiero” que significan “chiquito, callado y útil para mí.
Me cansé de ustedes.”
Los que la leyeron dijeron que era “muy dramático”, otros murmuraron que estaba “crazy”, como si la culpa fuera suya por no aguantar lo suficiente. Nadie asumió que quizás él simplemente había aguantado demasiado.
Porque Sebastián se había convertido en el blanco fácil de los egos frágiles, en el receptor de toda la miseria ajena, en el muro donde todos se apoyaban para no caer... pero nunca se preguntaron si ese muro tenía grietas y necesitaba apoyo.
Vivía rodeado de gente que lo abrazaba cuando les convenía, que lo elogiaba mientras no brillara más que ellos, que lo admiraba si se mantenía humilde, sumiso y roto en silencio.
En cuanto decía algo verdadero, lo corregían, si se mostraba vulnerable, lo ridiculizaban. Si tenía éxito lo cuestionaban, vivía entre la envidia disfrazada de afecto y la competencia encubierta de preocupación.
Una noche, frente al espejo, Sebastián se vio y no se reconoció. Tenía la mirada vacía, la mandíbula tensa y una rabia que no era rabia, era desilusión, dolor sin procesar. Se sintió usado, invisible y traicionado.
Al día siguiente, agarró una mochila, dejó la nota en el escritorio y se fue, sin mirar atrás.
Imagen de mi autoría generada con ChatGPTNo esperaba comprensión, solo deseaba paz.
Dicen que se mudo a una playa, donde el aire no está contaminado por discursos falsos, donde el silencio no duele y donde nadie lo compara ni lo mide.
Donde por fin puede ser sin tener que rendir examen.
Y a veces, solo a veces, alguien del grupo, en un asado o una reunión de trabajo, se queda callado de golpe, como atacado por el recuerdo, y piensa en Sebastián, en lo que dijo, en cómo se fue.
Y se pregunta, sin animarse a decirlo:
¿Qué tan jodidos estamos, que una persona como él eligió la soledad antes que a nosotros?
🇬🇧 English version
Image of my own, generated with ChatGPTSebastián didn't explode. He rotted inside, silently, the way things rot that no one cares for. On the outside, he was still the nice guy, the one who said hello, the one who said "calm down, everything will be okay," the one who listened while others vomited up their misery and then left, relieved. He was the one everyone used as a shoulder to lean on, but the one who was never asked if he needed one. Until one morning, without warning, he left a handwritten note, in the shaky handwriting of someone on the verge of collapse. He left it on the desk right next to his still-warm cup of coffee. “It’s not anger, it’s disappointment, it’s deception, it’s the emptiness of giving everything and receiving crumbs. I’m tired of being surrounded by hypocrites disguised as good people. I’m tired of the fake hugs, the poisoned praise, the applause that only resonates if I don’t outshine anyone. I’m tired of the “I love yous” that mean “small, quiet, and useful to me.” I’m tired of you. Those who read it said it was "very dramatic," others murmured that he was "crazy," as if it were his fault for not holding on long enough. No one assumed that perhaps he had simply held on too long. Because Sebastián had become the easy target of fragile egos, the recipient of all other people's misery, the wall against which everyone leaned to keep from falling... but they never asked themselves if that wall had cracks and needed support. He lived surrounded by people who hugged him when it suited them, who praised him as long as he didn't shine brighter than them, who admired him if he remained humble, submissive, and broken in silence. As soon as he said something true, they corrected him; if he showed vulnerability, they ridiculed him. If he was successful, they questioned him. He lived between envy disguised as affection and competition disguised as concern. One night, in front of the mirror, Sebastián saw himself and didn't recognize himself. His gaze was blank, his jaw tense, and he felt a rage that wasn't rage, it was Disappointment, unprocessed pain. He felt used, invisible, and betrayed. The next day, he grabbed a backpack, left the note on his desk, and left, without looking back. He didn't expect understanding, he just wanted peace. They say he moved to a beach, where the air isn't polluted by false narratives, where silence doesn't hurt, and where no one compares or measures it. Where he can finally be without having to take an exam. And sometimes, just sometimes, someone in the group, at a barbecue or a work meeting, suddenly falls silent, as if attacked by a memory, and thinks about Sebastián, about what he said, about how he left. And they wonder, without daring to say it: How screwed are we, that a person like him chose loneliness over us?
Image created with ChatGPT by me
