Saludos, amigos de @hivecuba, llevaba un tiempo sin pasarme por aquí, pero la historia que hoy quiero contarles, y sobre todo su protagonista, merecían el escenario de esta comunidad.
Cada día sin falta su presencia marca las horas en esta porción de la legendaria ciudad cubana.
Con la exactitud de un reloj suizo va de esquina a esquina; él, su escobillón y recogedor, interpretando una danza para terceto
Silba mientras barre, melodías suaves o tristes de viejas tonadas marcando el ritmo de su trabajo.
Es hermoso de ver. Cada movimiento fluye armónico, con la perfecta naturalidad de un ejercicio repetido cientos de veces.
Hay una dulce poesía en este hombre tranquilo, que apenas levanta los ojos de la calle mientras la cuida con la devoción de un amante.
Adelanta media cuadra, se detiene, mira por un momento hacia atrás antes de continuar su obra.
Todo se ve inmaculado, perfecto, como si, más que una escoba, hubiera pasado por allí un pincel dibujando la pulcritud.
Creo que nadie en la calle sabe su nombre, ni su historia o donde vive. Tal vez solo lo dan por hecho, como la luz, como los adoquines centenarios o las gruesas puertas coloniales.
La verdad es que, al igual que aquellos, su presencia es valiosa, y la ciudad no sería la misma sin ella.
Imagino a mi Camagüey cubierta por el descuido de quienes la habitan, los despojos de la inconsciencia, el hedor de la desidia, y mi ser se estremece.
Tal vez a él lo aliente un sentir semejante. Tal vez por esa razón acude temprano, para vestir la ciudad de danza y pincel antes de que el sol delate su vergüenza.
Allá va, carrito en mano se aleja de mi mirada mientras inmortalizo su imagen para ustedes. Ahora podrán presumir de haber conocido al más virtuoso de los artistas callejeros.
Esta publicación se escribió sin usar IA. Las imágenes son mías y los banners se crearon en Canva