Siempre admirada, Lya
Deslizando entre líneas, trazos temblorosos, pues mi atinado pulso no es el mismo que en otros tiempos, te escribo esta carta.
Mi testigo, un desgastado lápiz de grafito, gris intenso, que he conservado hasta hoy.
En ocasión del día del médico, no podía dejar pasar tan significativo acontecimiento a la valiosa mujer que fuiste. Nada más y nada menos, que a la primera mujer, que obtendría el título de Médico en la casa que vence las sombras, la Universidad Central de Venezuela, cuando tuviste que enfrentar la mentalidad machista de los hombres, y algunas damas de la época.
Esa eras tú, mi estimada, Lya Ímber de Coronil. Una vez, hiciste público los desmanes que cometían tus futuros colegas, cuando contabas que te humillaban colocando órganos de cadáveres masculinos en tu cartera de corte francés, o te obligaban a sentarte sobre las sillas mojadas para ensuciar tu prístino y blanco vestido. ¡Qué tristeza y cuánto acoso!
Lo más interesante fue, que a pesar de todos los atropellos, abusos, y conductas erráticas, de quienes se imaginaron que por ser mujer, no culminarías tus estudios, les diste una lección, te graduaste como pediatra, microbióloga y primera doctora de Venezuela
Pero, ¿Qué hago yo, recordando los escollos que tuviste que atravesar, para llegar a ser una Mujer exitosa profesionalmente?, si tú, formas parte de lo mejor en la historia de la medicina en mi país y el mundo.
Transcurrieron unas cuantas primaveras, desde aquella tarde en que me sentí morir, cuando la monjita, que impartía la Materia de Puericultura, me dio la triste noticia de que estaba aplazada, con 0,9 puntos. ¡9 puntos, por Dios!, eso significaba, castigo sin vacaciones ni distracciones de parte de mis padres. ¡Me quería morir, pensaba en las cosas que ocurrirían, solo porque me aplazaron Puericultura!…
Para ese entonces, yo cursaba tercer año y el libro de texto asignado, era tu libro de Puericultura, cuyo contenido trataba sobre los cuidados de los niños, hasta la adolescencia, la nutrición y su desarrollo. Desde muy niña, me gustaba enseñar a los niños. No tenía ningún tipo de rechazo, ni por la profesora monjita, ni por la materia.
Entonces, ¿por qué Carrizo, y me disculpas por la expresión tan vulgar, ella, la monja, me aplazaría?
Recuerdo que el tema de la sexualidad era tabú, y paradójicamente, quien impartía esas clases, era una monja. Realmente esta asignatura no tenía ningún párrafo donde se hablara de sexo. Pero para los años 60, había algo de eso en el ambiente, pues casi todo era pecaminoso.
Luego de pedir revisión del examen, y de pasar el bochornoso momento, mi caso llegó a otras instancias. No sé qué ocurrió en aquel consejo de evaluación, pero la directora, ordenó que se me repitiera el examen con una prueba oral.
En fin, cuando de claustro se trata, nunca se conocen los detalles. Lo importante fue que repetí el examen, y logré mi objetivo.
Hoy te imagino, en plena faena médica, con tu bata impecablemente blanca, atravesando los pasillos del Hospital, Dr. José María Vargas, en Caracas.
Querida Lya, fue un placer haberte conocido a través de la pantalla de televisión. Espero entiendas mi temblorosa letra cursiva.
PDT
Compraré otro lápiz de grafito, porque a este, ya solo le queda el tronquito.
numa26