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En lo que el joven ingresó al edificio, quedó hechizado, estuvo maravillado con el fino interior del establecimiento: Era un interior digno de un palacio de la realeza, no tenía paralelo en su alto prestigio.
El joven que puso un pie en ese lugar sagrado se halló acongojado y desorientado; ya que para alguien de su clase, estar presente en un lugar como ese le era un honor injustificado.
Le era un hecho increíble el nunca haber escuchado de un lugar tan elegante...
Ninguna rata de alcantarilla es bienvenida en una refinada mansión... Pero su presencia no era mal vista: Los huéspedes y dependientes que deambulaban por el lobby apenas lo observaban o le daban la cara.
Ese chico solo era uno más del montón, pero no podía evitar reaccionar cohibido; Agachó la cabeza para divisar una luz reflejada en el piso.
Después de alzar la mirada para fascinarse con el candelabro de luz naranja,
Acto seguido, Fijo su vista en el centro del lobby, en una recepcionista en la mesa redonda bajo la luminaria para aproximarse voluntariamente y hacer una simple pregunta.
Esa recepcionista era una mujer ocupada, se notaba por la manera en cómo se apoyaba un teléfono celular con su hombro derecho mientras escribía en una libreta: un oficio que el joven comprendía de forma similar a la de un compañero empático.
Pero cabe decir que era una empleada muy charlatana en su comparativa.
— Le sugiero que se comunique con el supervisor en jefe para reportar la avería, una vez que lo haga, infórmelo para que pueda hablar con la jefa del servicio a cuartos lo antes posible. – dijo ella al teléfono con mucho respeto.
– Muy bien. Estoy a su servicio. – dijo ella al teléfono antes de colgar el instrumento y ponerlo sobre la mesa.
En lo que la ocupada recepcionista finalizó esa llamada, el muchacho frente al mostrador le dirigió la palabra con sumo nerviosismo.
Pero antes de que pudiera decirle algo más a la señorita, fue interrumpido por el aparato sobre la mesa: El teléfono empezó a sonar con una melodía estridente en el instante.
— Un momento cariño... – dijo la mujer.
Ella levantó el teléfono nuevamente para ponérselo en la oreja derecha. En un tono pacifico y cordial, la recepcionista le dirigió la palabra al aparato en su mano derecha.
Conversó con mucha discreción y confidencialidad con quién sea que le estuviese hablando al oído.
— Recepción, sí dígame... ¿Cuál es su número de habitación?... Okey, se lo haré saber cuándo llegue.
Que disfrute su estancia. – dijo muy amable.
El joven asumió que se trataba de un huésped mas y sin importancia, por lo que se mantuvo quieto y en silencio mientras que esa mujer parloteaba: El joven inconscientemente le echaba un curioso vistazo a sus resplandecientes alrededores sintiéndose fuera de lugar, la idea de largarse de ese sitio como un minino asustadizo cruzó por su cabeza.
De repente, la recepcionista a la cual se le dirigía finalizó la llamada de sorpresa para centrar su atención en el muchacho con los codos sobre la mesa.
— ¿Que desea joven? – le preguntó ella a él dándole una sonrisa.
Con los nervios de punta, Franklin tragó saliva para soltar la duda que traía consigo.
La señorita observó al joven detenidamente como si lo estuviera examinando, la primera impresión que dio era la de un muchacho angustiado; por lo que rápidamente supuso sus intenciones.
— ¿Vienes la vacante del puesto de botones? – le preguntó al chico.
Sin ninguna otra respuesta en mente, dominado por un instinto Manso y resignado: el muchacho afirmó esa conclusión.
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