(ENG)
My favourite monk
It's that quiet one that oozes peace. Masters who live in austerity, in quiet, elevated spaces with special energies. Those wiry people who are usually wrapped in orange or white cloths, depending on their rank, and live in the mountainous areas of the country they live in: Thailand, Cambodia, Myanmar, Laos, Vietnam, etc.... Depending on their belief.
Those people who, through meditation and mindfulness, are able to calm their soul and open up to all those positive emotions that the universe provides if you manage to stop the noise that surrounds you.
And my least favourite monk would the nuns at the school where I studied. Those believing, Christian, practising, devout and serious women. Ladies of God who poured their frustration and anger into innocent little girls who talked and laughed without malice. Just the things of age, the foolishness of the time of life we were in. ‘It wasn't like that, teacher. You have to apologise,’ I would have told them a thousand times, but I never had the courage. Once I was about to speak, but when it was my turn to speak and I was ready to say my stellar sentence, the bell rang for the end of class and the attention dissipated for the rest of the classroom. A sign from heaven? Maybe. Maybe it was meant to teach me that you should never go against a messenger from the Lord. Or maybe the opposite, it was a divine protection for fear of the consequences of this interruption.
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Monjas caminando
(ESP)
Mi monje favorito
Es ese tranquilo que rezuma paz. Maestros que viven en la austeridad, en espacios tranquilos y elevados con energías también elevadas. Esas personas enjutas que por lo general van envueltas en telas naranjas o blancas, o de el color que les toque según su momento. Viven en las zonas montañosas o lejanas al núcleo de la ciudad del país que habiten: Tailandia, Camboya, Myanmar, Laos, Vietnam, etc... Dependiendo de su creencia y procedencia.
Humanos que, a través de la meditación y la conciencia plena, son capaces de calmar su alma y abrirse a todas esas eumociones que el universo te proporciona si consigues parar en tu interior el ruido que te rodea.
Y en el puesto de menos querido serían las monjas del colegio en el que estudié. Esas mujeres creyentes, cristianas, practicantes, devotas y serias. Señoras de Dios que volcaban su frustración y rabia en pequeñas niñas inocentes que hablaban y reían sin maldad. Cosas de la edad, tonterías del momento de vida en el que estábamos. «No era para ponerse así, profesora. Usted tiene que pedir perdón», les hubiera dicho en miles de ocasiones, pero jamás tuve el valor. Una vez estuve a punto pero, cuando iba a tocarme hablar y estaba preparada para decir mi frase estelar, sonó la campanilla de fin de clase y la atención se disipó por el resto del aula. ¿Una señal del cielo? Quizá. Quizá eso me quisiera enseñar que jamás hay que llevarle la contraria a una enviada del señor. O quizá todo lo contrario, era una protección divina por el miedo a la consecuencias que pudiera tener aquella interrupción.
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