Greetings, dear friends. Today, more than ever, friendship calls me to Holos Lotus. I'm responding to a call from @iriswrite to participate in this special That Life of Ours initiative by @charjaim, launched as a collective embrace of solidarity for the esteemed hiver @santamorillo, to whom all our love and support goes out during these difficult days.
Our friend is going through unfortunate situations due to river flooding in her community and at home, there in sister country Venezuela. I invite my kind readers to echo this initiative, honoring the light in their hearts.
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Eight years ago, I experienced very sad days due to a meteorological event while I was still living in Morón, Ciego de Ávila.
Irma wasn't just a hurricane, with sustained winds of over 300 km/h (186 mph) and several tornadoes within its structure. Irma was a monster that devoured everything in its path: homes, economic goals, crops, roads, power lines, the possessions of many, and the hopes of so many that it seemed as if the area would never smile again.
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Many people lost their homes completely, demolished to the ground or blown away with all their belongings.
My house lost part of its roof, damaging the mattresses, clothes in the closet, and some appliances. Our grain, sugar, pasta, and other supplies got wet and spoiled.
The electric company took 18 days to restore service, so we had to fry or salt the meat and fish we had in the refrigerators.
Lines of men carrying sacks of coal to their homes became a daily sight. At home, the women struggled with the damp, smoky, and stubborn fuel, because those warehouses had also experienced the rigors of Hurricane Irma.
After the hurricane, the heat became unbearable. Because of the rains, swarms of mosquitoes plagued us day and night, while the frogs croaked and died, filling the air with a torturous noise and stench.
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The water supply was interrupted, the water in the wells was contaminated by the carcasses of dead amphibians, and it was necessary to travel several kilometers to find clean water.
The dairy farms that provided milk to our children suffered such severe damage to their structures and herds that we were deprived of a vital supply. Nor did the bakeries immediately resume their services.
In the dark, with scarce supplies, irritated by the heat, pests, and harsh living conditions, my community decided to rise up and rebuild.
No one gave an order, no one called a meeting, nor did they ask for help from the government, which only arrived many days later to question the aid that the local church pastor was able to provide to the residents, whether Christian or not.
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Groups were formed according to each individual's abilities, and the most urgent needs of home repairs, relocation of people, cleaning wells, cleaning the dairy farm, and clearing roads littered with cut trees were addressed.
We women helped the most affected by sheltering entire families in the larger houses, donating clothes, sheets, and other necessary supplies. Cooking a "common pot" every day, in which those who had something contributed and those who didn't helped, and the money was shared according to need.
The school had been destroyed, so we refurbished my house with blackboards and salvageable furniture, and classes resumed.
The doctor's office was empty due to the poor condition of the roads, which prevented the doctor from reaching us. My younger sister, who had just graduated and was still pregnant, took care of the community's sick.
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I fondly remember the elderly Alvarito, almost blind at 82, who never ceased to fill the air with the chords of a tres and the most beautiful tunes of his time.
I have a strong impression from that time. Nature can be fearsome, devastating, unstoppable. But humankind has within itself the seed of the healer, the comforter. The hand that reaches out in need, the word that comforts, the smile that illuminates when light shines nowhere else—that is the kind of human being I can call a friend, and it is also the kind of person I want to be.
Thank you for reading. I would appreciate any support, as 100% of the proceeds from this post will go to my friend @santamorillo's account. We both bless you in advance.
This post's writing is AI-free. Images created using the Luzia app. Banners edited using Canva.
Saludos, queridos amigos. Hoy más que nunca me convoca a Holos Lotus la amistad. Respondo a un llamado de @iriswrite a participar en esta especial convocatoria Esa vida nuestra de @charjaim, lanzada como abrazo de solidaridad colectiva para la estimada hiver @santamorillo a quien vaya todo nuestro cariño y apoyo en estos días difíciles.
Nuestra amiga está atravesando situaciones lamentables debido a las inundaciones de los ríos en su comunidad y en su casa, allá en la hermana Venezuela. Invito a mis amables lectores entonces a hacerse eco de esta iniciativa honrando la luz que hay en sus corazones.
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Hace ocho años ya viví días muy tristes a causa de un evento meteorológico mientras aún radicaba en Morón, Ciego de Ávila.
Irma no fue solo un huracán, con vientos sostenidos de más de 300 km/h y varios tornados dentro de su estructura, Irma fue un monstruo que devoró todo a su paso, viviendas, objetivos económicos, sembrados, caminos, tendidos eléctricos, los bienes de muchos y la esperanza de tantos que parecía que ya no se volvería a sonreír en esa zona.
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Muchas personas perdieron sus casas por completo, demolidas en tierra o volando por los aires con todas sus pertenencias.
Mi casa perdió parte del techo, a causa de eso se dañaron los colchones, la ropa en los closet y algunos equipos electrodomésticos. Las provisiones de granos, azúcar, pastas y otros se mojaron y echaron a perder.
La empresa eléctrica tardó 18 días en reestablecer el servicio, así que tuvimos que freír o salar las carnes y pescados que teníamos en los refrigeradores.
Las filas de hombres cargando sacos de carbón para sus hogares se hizo paisaje cotidiano. En casa las mujeres batallábamos con el combustible vegetal húmedo, humeante, rebelde, porque esos almacenes también conocieron el rigor del Irma.
Después del huracán el calor se volvió insoportable. A causa de las lluvias un enjambre de mosquitos nos asolaba día y noche, mientras las ranas no paraban de croar y de morir llenando el aire de un ruido y hedor torturantes.
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El servicio de acueducto se interrumpió, el agua de los pozos se contaminó con los cadáveres de los anfibios muertos, era necesario viajar algunos kilómetros para buscar agua limpia.
Las vaquerías que proveían de leche a nuestros niños sufrieron daños tan severos en sus estructuras y rebaños que nos vimos privados del vital suministro. Tampoco las panaderías renovaron sus servicios de inmediato.
A oscuras, con escasas provisiones, irritados por el calor, las plagas y las duras condiciones de vida mi comunidad decidió levantarse y reconstruirse.
Nadie dio una orden, nadie convocó una reunión, ni pidieron ayuda al gobierno que sólo llegó muchos días después a cuestionar la ayuda que el pastor de la iglesia local conseguía brindar a los vecinos ya fueran cristianos o no.
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Se formaron grupos según las habilidades de cada cual, se fueron atendiendo las necesidades más urgentes de reparación de viviendas, traslado de personas, saneamiento de los pozos, de la vaquería, despeje de los caminos llenos de árboles truncados.
Las mujeres socorríamos a los más damnificados acogiendo familias enteras en las casas más amplias, donando ropas, sábanas y otras vituallas necesarias. Cocinando cada día una "olla común" en la que quien tenía aportaba y quien no tenía ayudaba y se repartía según la necesidad.
La escuela había quedado destrozada así que acondicionamos mi casa con pizarras y muebles que pudieron salvarse y las clases recomenzaron.
El Consultorio Médico estaba vacío debido al mal estado de los caminos que impedía a la doctora llegar hasta nosotros. Mi hermana pequeña, casi recién graduada en ese entonces y aún embarazada se hizo cargo de los enfermos de la comunidad.
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Recuerdo con mucho cariño al anciano Alvarito, casi ciego a sus 82 años, quien no dejó de llenar los aires con los acordes de un tres y las más hermosas tonadas de su época.
De ese tiempo me quedó una fuerte impresión. La naturaleza puede ser temible, devastadora, imparable. Pero el hombre tiene en sí mismo la semilla del reparador, el consolador. La mano que se extiende en la necesidad, la palabra que conforta, la sonrisa que ilumina cuando de ningún otro lugar brota la luz, ese es el ser humano al que puedo llamar amigo, y es también la clase de persona que quiero ser.
Gracias por leerme, agradecería cualquier apoyo ya que el 100 % por ciento de los beneficios de este post irán a la cuenta de la amiga @santamorillo. Ambas te bendecimos por adelantado.
La redacción de este post está libre de IA. Imágenes creadas en la apk Luzia. Los banner se editaron en Canva