Las caras del odio || The faces of hate (Esp/Eng)

in Holos&Lotus10 days ago

Muy buenas noches tengan todos.

Hoy quiero hacer referencia a algo que toca a cada uno que interactúa en redes sociales. Se que la mayoría estará de acuerdo conmigo.

Editado en PhotoCollage

La incitación al odio en las redes sociales se ha transformado en una práctica solapada que se ha hecho común. Ya no es tan frecuente encontrar discursos de odio explícitos, aquellos que se reportan y suelen ser eliminados. La amenaza más insidiosa en la actualidad es la que se esconde bajo capas de aparente normalidad, ese es el arte de sembrar rencor sin parecerlo.

Esta nueva modalidad opera a través de tácticas calculadas que buscan eludir la censura de las plataformas y normalizar la discriminación. Una de las más comunes es la generalización venenosa, que a menudo se introduce con frases como “No es por generalizar, pero…”. Este recurso actúa como un caballo de Troya, dotando de un barniz de falsa prudencia a un prejuicio colectivo de grandes dimensiones.


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Otra estrategia frecuente es la auto-absolución. El usuario inicia su mensaje con una credencial que, en su mente, justifica el ataque: “Soy la persona menos racista del mundo, pero…” o “Tengo amigos de tal país, así que puedo decir que…”. Con esta declaración, se otorga a sí mismo una carta blanca imaginaria para proceder a soltar el veneno, creyendo que su preámbulo lo exime de toda responsabilidad.

El humor también se ha convertido en un escudo eficaz. Un chiste ofensivo o un meme que ridiculiza a un grupo vulnerable es lanzado al ecosistema digital. Cuando surge la crítica, la respuesta es predecible, “¡Es solo una broma! ¡Qué sensibles son!”. De esta manera, se utiliza la comedia para normalizar el insulto, y se invierten los papeles, quien se siente ofendido es el problema, por carecer de un supuesto sentido del humor.


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Quizás la táctica más insidiosa de todas sea la del “yo solo pregunto”. Bajo una máscara de falsa inocencia y curiosidad intelectual, el usuario siembra dudas malintencionadas: “Solo hago una pregunta: ¿no será que este grupo está planeando dominar el mundo?” o “¿No es curioso que siempre estén en el centro de los problemas?”. No se hacen afirmaciones directas; solo se “plantean interrogantes”. Sin embargo, la semilla de la sospecha y el odio ya está plantada, eludiendo toda responsabilidad detrás de un punto de interrogación.

El verdadero peligro de este odio solapado es su efecto acumulativo. No es un golpe fuerte y directo, sino un goteo constante de microagresiones y estereotipos que, con el tiempo, calan en la percepción colectiva. Actúa como un gas radón, invisible e inodoro, se filtra en los cimientos del discurso público y, de manera progresiva, envenena toda la conversación. Su objetivo principal es deshumanizar, convertir a individuos complejos en meros estereotipos. Cuando una persona deja de ser vista como un ser único para ser reducida a “un miembro de ese grupo”, se abren las puertas a todo tipo de injusticias y discriminaciones.


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Frente a esta realidad, la pregunta inevitable es: ¿qué se puede hacer? La solución no recae únicamente en las plataformas, sino en la vigilancia colectiva de los propios usuarios. La vacuna más poderosa contra este fenómeno es una combinación de conciencia crítica y activismo digital. Implica no pasar por alto estos contenidos, incluso cuando provengan de contactos “amigos”; cuestionarlos con educación pero con firmeza, señalando la falacia de la generalización; y, sobre todo, inundar el espacio digital con el antídoto correcto.

El antídoto no es el silencio, sino una voz más clara y humana. Es la empatía manifestada a través de historias personales, datos que desmonten prejuicios y un contenido que celebre la diversidad. No se trata de ganar discusiones agotadoras, sino de no ceder el territorio digital a quienes buscan envenenarlo. Cada muro personal, cada hilo de noticias, es un pequeño espacio público. La elección final reside en cada usuario, decidir si lo llena de contenidos que construyen o de basura que degrada. Al final, la batalla contra el odio solapado es una responsabilidad silenciosa pero crucial, la de ser guardianes activos de la propia humanidad en el vasto e impersonal mundo digital.




Soy Médico Microbióloga, amante de la naturaleza, las letras, la música, la cocina y la vida en sí. Férrea defensora de la familia y los niños
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Gracias por entrar a mi blog
Las fotos son de Pixabay



ENGLISH



Good evening, everyone.

Today, I want to address something that affects everyone who interacts on social media. I know most of you will agree with me.

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The incitement of hatred on social media has become a covert practice that has grown common. It's no longer as frequent to find explicit hate speech, the kind that gets reported and is usually removed. The most insidious threat today is the one hidden under layers of apparent normality; this is the art of sowing resentment without appearing to do so.

This new modality operates through calculated tactics designed to evade platform censorship and normalize discrimination. One of the most common is the poisonous generalization, often introduced with phrases like, "I don't mean to generalize, but…". This device acts as a Trojan horse, coating a large-scale collective prejudice with a veneer of false prudence.


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Another frequent strategy is self-absolution. The user begins their message with a credential that, in their mind, justifies the attack: "I'm the least racist person in the world, but…" or "I have friends from that country, so I can say that…". With this statement, they grant themselves an imaginary blank check to proceed with releasing the poison, believing their preamble exempts them from all responsibility.

Humor has also become an effective shield. An offensive joke or a meme that ridicules a vulnerable group is released into the digital ecosystem. When criticism arises, the response is predictable: "It's just a joke! You're so sensitive!" In this way, comedy is used to normalize insult, and the roles are reversed; the person who is offended becomes the problem, for lacking a supposed sense of humor.


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Perhaps the most insidious tactic of all is the "I'm just asking questions" one. Under a mask of false innocence and intellectual curiosity, the user sows malicious doubts: "Just asking a question: couldn't it be that this group is planning to take over the world?" or "Isn't it curious that they're always at the center of the problems?" No direct statements are made; they just "pose questions." However, the seed of suspicion and hatred is already planted, evading all responsibility behind a question mark.

The real danger of this covert hatred is its cumulative effect. It's not a strong, direct blow, but a constant drip of microaggressions and stereotypes that, over time, seep into the collective perception. It acts like radon gas—invisible and odorless—seeping into the foundations of public discourse and gradually poisoning the entire conversation. Its primary goal is to dehumanize, to turn complex individuals into mere stereotypes. When a person stops being seen as a unique being and is reduced to "a member of that group," the doors are opened to all kinds of injustices and discrimination.


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Faced with this reality, the inevitable question is: what can be done? The solution does not lie solely with the platforms, but with the collective vigilance of the users themselves. The most powerful vaccine against this phenomenon is a combination of critical awareness and digital activism. It involves not overlooking this content, even when it comes from "friendly" contacts; questioning it politely but firmly, pointing out the fallacy of generalization; and, above all, flooding the digital space with the correct antidote.

The antidote is not silence, but a clearer, more human voice. It is empathy manifested through personal stories, data that dismantles prejudices, and content that celebrates diversity. It's not about winning exhausting arguments, but about not ceding the digital territory to those who seek to poison it. Every personal wall, every news feed, is a small public space. The final choice rests with each user: to decide whether to fill it with content that builds or with trash that degrades. In the end, the battle against covert hatred is a silent but crucial responsibility—that of being active guardians of our own humanity in the vast, impersonal digital world.




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Qué bueno que existe este espacio donde podemos hablar de estos temas. En las otras redes siempre habrá quien dé una opinión incómoda acerca de lo que se esté planteando. Los buscadores de cinco patas están en todas partes y es incómodo.

El mismo público con el tiempo y su manera de comportarse les va poniendo freno, se les quita la careta en medio de los comentarios "¿Envidia? ¿Donde está tu empatía?" Y otras expresiones por el estilo. También algunas tendencias que eran temas para los comediantes perdieron puntos cuando el público dejó de reír ante los chistes referido a ellos: todo cambia.

Saludos cordiales.

Muchas gracias. Estoy de acuerdo con estos criterios, al punto de que paso días sin entrar a algunas redes sociales.

Este es un tema muy polémico y a muchos les puede parecer incómodo porque les cae la piedra en su techo. El discurso incendiario que se usa en las redes es justamente para buscar seguidores, conseguir más vistas, crear curiosidad e interés. Sin importarles a quién se llevan por delante. Otros de los recursos es dar "su humilde opinión" o resguardarse detrás de "su libertad a expresar lo que piensa", sin saber que tus derechos terminan donde comienzan los derechos del otro. Quién le pone el cascabel al gato?, preguntaría mi abuela. Pero estoy de acuerdo contigo, cada uno, desde su pantalla, puede hacer mejor su trabajo como guardián de las comunicaciones digitales. Saludos