
Las risas se volvieron ecos
La gracia hace tiempo que abandonó mi vida. Recuerdo aquellos días en los que la risa llenaba cada rincón de mi existencia. Eran risas sinceras, de esas que salen de lo más profundo del alma y se propagan como un virus benigno. Pero ahora, esas risas se han convertido en ecos lejanos, que resuenan en los vacíos de mi corazón destruido.
Todo cambió desde aquel día en que la oscuridad se apoderó de mi mundo. Cambió porque le perdí, y su partida fue tan repentina, tan injusta, que aún me cuesta creer que se haya marchado. Desde entonces, la tristeza se ha intensificado y se ha convertido en mi compañera constante, una sombra que me sigue a todas partes.

Cada rincón de esta gran ciudad me la recuerda. Las cafeterías donde solíamos pasar horas hablando de nuestros sueños, los parques donde reíamos hasta que nos dolía el estómago e incluso las calles adoquinadas por las que caminábamos sin rumbo. Todo me habla de su ausencia, y cada recuerdo es una punzada en el alma.
A veces, cierro los ojos e intento oír su risa una vez más. Pero todo lo que oigo son ecos, ecos que se desvanecen en la distancia, dejándome un vacío aún mayor. Me pregunto si alguna vez podré volver a reír de verdad, si alguna vez podré encontrar la fuerza que necesito para seguir adelante sin ella.
La vida continúa, me dice todo el mundo. Pero para mí, el tiempo se ha detenido. Cada día es una lucha por encontrar una razón para salir de la cama, para enfrentarme a un mundo que ya no tiene color ni sentido. Sí, me aferro a los recuerdos, a esos momentos felices que compartimos, con la esperanza de que algún día las risas vuelvan a ser reales y no únicamente ecos en mi jodida mente.

De hecho, cuando reviso viejas fotos en la galería de mi teléfono, siempre guardo esa jodida esperanza de recibir un mensaje de texto o una llamada en la que ella me diga «Soy yo, no puedo explicarlo ahora, pero estoy viva». Necesito que confíes en mí y no se lo digas a nadie. «Nos vemos en nuestro lugar favorito mañana a medianoche».
Solo imaginar que eso podría ser posible, hace que mi corazón se detenga durante unos segundos, mientras mi mente vuela hacia lo imposible. La esperanza, que creía perdida, comienza a florecer en mi pecho. Y pienso que podría volver a reír a su lado, en un lugar donde la risa no sea únicamente un eco. En esos momentos, es donde el tiempo parece detenerse para mí, quizás estoy loco y lo irreal de cada segundo se convierte en un tesoro de valor incalculable.

La nostalgia de lo que fue y de lo que pudo ser se entrelaza, creando un tapiz de recuerdos y sueños que me envuelven en una fea y cálida melancolía. Y así, en su compañía, encontré la paz que anhelaba, sabiendo que, aunque solo sea por un instante, todo es perfecto.
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